Cuando se ve a los dos contendientes que han quedado en la línea de meta para disputar la segunda ronda de las elecciones en Guatemala, no se puede más que cerrar los ojos y suspirar: ¡Qué panorama más oscuro!
Rafael Cuevas Molina /Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
Como se sabe, el sistema político en general y, en su contexto, el de partidos políticos, se encuentra inmerso en una crisis profunda desde hace por lo menos veinte años en América Latina.
En Venezuela, Ecuador y Bolivia, se dieron los casos más relevantes de pérdida de confianza de la población en su conjunto frente a la clase política y las organizaciones en las que expresaban sus intereses: los partidos políticos.
En Bolivia y Ecuador, esa desconfianza y descontento cristalizó en un período de mucha inestabilidad en el que subían y bajaban presidentes en medio de la humareda de las balas y los gases lacrimógenos.
En Venezuela, los partidos tradicionales como AD y COPEI se vieron confinados a ser pequeños partidos de pacotilla, sin peso alguno, luego que durante toda la segunda mitad del siglo XX se turnaron en el poder.
Las razones de esta decadencia y crisis se encuentran, como dijimos, en la pérdida de confianza de la población en aquellos que abusaron de la mentira y la corrupción, pero seguían aferrados al poder en base a artimañas, leguleyadas y alianzas oportunistas.
Al fin de cuentas, con muchos costos sociales, económicos y políticos, lograron hacerlos a un lado, aunque sea por un tiempo, para tratar de enderezar un poco las cosas, fijarse en los siempre marginados y proponer políticas que les dieran un respiro en este continente caracterizado por la desigualdad.
En Guatemala, los partidos políticos nunca fueron un dechado de virtudes. Durante muchos años, algunas de las principales agrupaciones no fueron más que grandes fachadas para que participaran en política los militares (como el caso del PID) o, en el marco de la guerra contrainsurgente, se constituyeron, como el Movimiento de Liberación Nacional (MLN), en “el partido de la violencia organizada”, como alguna vez lo definió su fundador y líder permanente, Mario Sandoval Alarcón.
Con estos antecedentes, no puede extrañar mucho la situación en la que se encuentran ahora. Como viene sucediendo cada vez más, aún en aquellos países que se precian de ser ejemplos democráticos como es el caso de Costa Rica, ahora los partidos se han transformado en grandes maquinarias electorales, en donde la acción propagandística juega un papel central.
¿Alguien se acuerda, en estos conglomerados de oportunistas, de la ideología, de los proyectos de nación, de las propuestas de desarrollo? Están ahí fundamentalmente para estar en primera fila a la hora de la repartición de los panes, que en este caso son los puestos en el aparato gubernamental que permitirán posiciones estratégicas a la hora del saqueo. Como dicen por ahí: “a mí no me den, pónganme don de haiga (sic)”.
Convertidos en maquinarias electorales que solo funcionan cada cuatro años a la hora de las elecciones, son cascarones vacíos el resto del tiempo, y los electos para diputados o ministros o alcaldes por estos aceitados mecanismos se mudan de camiseta política sin ningún desparpajo.
En Guatemala, igual que en toda la región centroamericana incluyendo a México, el narcotráfico y el crimen organizado hacen su agosto en este cotarro de oportunismo. Corren los millones de dólares que darán impunidad o abrirán corredores de tránsito a la droga que transita de un lado a otro del territorio.
Por eso, cuando se ve a los dos contendientes que han quedado en la línea de meta para disputar la segunda ronda de las elecciones en Guatemala, no se puede más que cerrar los ojos y suspirar: ¡Qué panorama más oscuro!
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