Los cacerolazos de 2012
son un fenómeno novedoso y raro por muchas razones, desde la presencia de grupos
de derecha estimulándolos, el beneplácito de partidos conservadores y grupos
empresariales pero, sobre todo, según nuestros trabajos de investigación,
porque a pesar de la heterogeneidad social, la solidaridad de clase ha sido un
fenómeno aislado.
Norma Giarraca* / Página12
Los cacerolazos del 2012 expresan otras demandas y a otros sujetos sociales distintos a los del 2001. |
Este año mucho más que
otros tenemos que recordar los sentidos, gestos, emociones que guardan en su
interior la salida rebelde e indignada del 19 y 20 de diciembre de 2001, las
asambleas y marchas subsiguientes. Se requiere revisitar contextos y sentidos
de la acción porque la forma de protesta, “cacerolazo”, se ha usado varias
veces en 2012.
A fines de 2001,
veníamos de un ciclo de protestas que había comenzado en el interior para
llegar a la esquiva ciudad. Se estiman entre mil y dos mil expresiones de
protesta por año en el ciclo 1991-2001, con sugerentes picos en los años
electorales. En aquellos tiempos se malograban todos los activos sociales
logrados a lo largo del siglo XX y se perdían derechos de todo tipo. Una
población atónita observaba la canallesca entrega de los patrimonios nacionales
que habían sentido como propios: YPF, YPC, Aerolíneas Argentinas, los
ferrocarriles, la electricidad, etc.
El dispositivo del miedo que el
“menemismo” enunciaba como “esto o el caos” dejó de funcionar mayoritariamente
después de la reelección y, a poco de iniciarse el gobierno de la Alianza,
poblaciones hartas de que la democracia las defraudara una y otra vez salieron
con su hartazgo encima y lo descargaron en la clase política: “Que se vayan
todos, que no queden ni uno solo”. Salieron y, por un tiempo, suspendieron las
diferencias de clase social, de educación o de ingresos. Las marchas sumaban
personas de todos los sectores sociales, hasta algunos en “condición de calle”.
Recordamos una, especialmente,
porque estábamos ahí: unos quince pibes felices de integrar ese precario
“nosotros” de las calles buscaban calzado para marchar sin lastimar sus pies
descalzos. Es decir, el fenómeno social de 2001 y 2002 contiene un momento de
excepción donde las inserciones se suspenden y se atisba una solidaridad de
clase que a veces se puede cristalizar en alianzas, proyectos, y otras veces se
pierde. En “nuestras rebeliones” se perdió; fueron muchos los dispositivos
emanados de todos los poderes para que así fuera, primero –no olvidarlo– se
reprimió, se masacró y luego se clamó por “un orden”, cualquiera fuera. El
potencial transformador de esos tiempos se canalizó con una salida
institucional, la salida electoral inesperada de Néstor Kirchner, con todas las
posibilidades de la novedad y de un contorno internacional para la región que
favoreció la superación de la crisis económica. Nunca las instituciones
contienen la potencialidad del acontecimiento, de la “política de calles”, pero
ese gobierno construyó mucho consenso en los primeros años. No obstante, ese
humor de cierto malestar con la clase política permaneció y el Presidente lo conocía
bien y trató de evitarlo.
¿Qué semejanzas podemos
encontrar entre aquellas rebeliones con los “cacerolazos” de 2012? Si en aquel
tiempo la orientación de los gobiernos fue clara, sin tensiones ni dudas, y el
símbolo que une a Menem y De la Rúa fue Domingo Cavallo, hoy estamos frente a
una situación distinta: en el primer año de un gobierno asumido con el 54 por
ciento de los votos, lleno de contradicciones e interpretado de modos muy
diferentes, de grandes cambios progresistas para algunos y lo contrario para
otros. Las protestas de la década fueron por mejorar ingresos, libertad
sindical y por defender los territorios de la entrega a las corporaciones
devastadoras y contaminadoras, con poblaciones amenazadas y rodeadas de
indiferencia gubernamental. Pero el clima de confrontación desborda estas
resistencias; desde el paro agrario de 2008, los enfrentamientos van y vienen
junto a las resistencias populares y malestares de sectores medios; antiguos y
nuevos grupos empresariales defendiendo privilegios sectoriales contaminan la
escena. Los cacerolazos de 2012 son un fenómeno novedoso y raro por muchas
razones, desde la presencia de grupos de derecha estimulándolos, el beneplácito
de partidos conservadores y grupos empresariales pero, sobre todo, según
nuestros trabajos de investigación, porque a pesar de la heterogeneidad social,
la solidaridad de clase ha sido un fenómeno aislado. Pudieron salir sectores
populares a protestar, pero bajo los hegemónicos ejes de mejorar las
instituciones y la gestión, instalados como centrales en las marchas por los
sectores medios y sus aliados mediáticos.
En definitiva, el
acontecimiento del 19 y 20 de diciembre de 2001 y los meses siguientes sigue
allí, en estado latente (en la memoria colectiva de un importante sector), con
su potencial irruptivo, de solidaridad social; apropiándose de la idea de
“autonomía”, la posibilidad de campos plurisectoriales, de una democracia
directa, que en algún sentido reenvía a la historia de resistencias por
integración y reconocimiento de los sectores populares, pero la supera con la
ayuda de América Latina. A nuestro entender, el 2012 remite a aquella otra parte
de nuestra historia que deja afuera a los sectores populares (los subordina,
los victimiza, los invisibiliza) en el intento de “blanquear” la sociedad en la
siempre anhelada “república perdida”. Pide “institucionalidad”, “gestión”,
olvidar masacres y juicios para mirar hacia adelante y atenerse a las leyes
incluyendo las del “mercado”. Sin duda, son dos fenómenos políticos muy
diferentes, aunque la consigna “que se vayan todos” y la estética de la
protesta guarden un fuerte parecido de familia.
* Socióloga, Instituto
Gino Germani (UBA).
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