Las clases sociales no
son actores congelados, intrínsecamente generosos o egoístas o derechistas,
sino colectivos sociales heterogéneos y complejos, plausibles de ser seducidos,
influenciados y hasta transformados. Repolitizar la relación con la nueva clase
media puede ser crucial para el futuro del kirchnerismo.
José Natanson / Le Monde Diplomatique
(Edición Cono Sur)
El kirchnerismo y la clase media: una relación compleja. |
El kirchnerismo ha
establecido con los sectores populares una típica relación peronista: ofrece
alto crecimiento y casi pleno empleo, inclusión social vía Asignación Universal
y jubilaciones, acceso a bienes de consumo durables (de heladeras y lavarropas
a ciclomotores, que han registrado un boom de ventas en los conurbanos) y la
probada eficacia del aparato punteril, esa “red de cercanía” que contribuye
sobre todo a resolver problemas en la relación con el Estado (la jubilación que
no sale, el turno en el hospital). Cabe añadir a este esquema la fantasmagórica
“inclusión simbólica”, que va desde el manejo de la iconografía peronista hasta
el Fútbol para Todos o el paseo de fin de semana, gratis y con los chicos, a
Tecnópolis.
Como sucede con los
matrimonios basados en el conocimiento y el respeto mutuos, la relación es
racional y duradera.
En cambio, el vínculo con
la clase media –en particular con la más acomodada, una parte de la cual
conforma el típico progresismo metropolitano (1)–
es más sinuoso: no hace falta ensayar una psicología del sector más
psicologizado de Argentina para adivinar que hay allí una valoración de la
estabilidad macroeconómica kirchnerista, el acceso al consumo y la oferta
cultural (de Madonna a la insoportable Lady Gaga, la cartelera de megarrecitales
porteña está a la altura de la de cualquier gran capital del mundo), el ocio y
el turismo (por disposición presidencial, el año que viene habrá… ¡siete fines
de semana largos!). Estos aspectos positivos se mezclan en dosis variables con
la crítica republicana, las históricas pulsiones anti-plebeyas y el malestar
por la inflación y las restricciones a la venta de dólares.
Categoría residual
excluida del marxismo clásico, y quizás por eso muchas veces malinterpretada
por el pensamiento de izquierda, la clase media es menos un rango de ingresos
que una identidad, una forma de ver el mundo o un ideal aspiracional. De entre
todas las definiciones posibles, tal vez la más adecuada para un país con una
fuerte tradición inmigratoria como el nuestro sea la que asocia a la clase
media con la movilidad social ascendente, lo que a su vez supone toda una
visión de la educación, la cultura y el Estado. Por eso es natural que se
juegue allí buena parte de lo que a falta de un nombre más adecuado se ha dado
en llamar la “batalla cultural”, y por eso el adversario elegido por el
gobierno para disputarla era el único posible: el Grupo Clarín y su gran diario
generalista, que durante medio siglo operó como el gran constructor simbólico
de la imagen que la Argentina media tenía de sí misma.
La relación del
kirchnerismo con la clase media, como ocurre con los matrimonios basados en la
mutua atracción, es tormentosa.
Sociología
Pero me interesa indagar
aquí en un grupo social que suele pasar desapercibido y que merece más
atención. Me refiero a ese sector que en algún momento fue definido como “clase
media baja” y que tal vez sea más adecuado definir como “nueva clase media”.
¿Quiénes lo integran? Un camionero de 12 mil pesos al mes, un plomero con mucho
trabajo, un pequeño comerciante de Lomas de Zamora, un cuentapropista con algún
capital (por ejemplo un taxi), un vendedor de Garbarino con buenas
comisiones...
Según el modo en que se
mida, puede tratarse de un 30 por ciento de la población (2), aunque la división por ingreso debe
complementarse con algunos datos cualitativos más sugestivos. En primer lugar,
el modo en que se relaciona con el Estado, que no es el vínculo de dependencia
característico de los estratos más pobres, que necesitan de la Asignación Universal
o la salita del barrio para sobrevivir, pero tampoco la prescindencia selectiva
de quienes están en condiciones de pagar servicios de salud y educación
privados. Con un pie en ambos mundos, las familias de la nueva clase media
pueden combinar la obra social sindical con la educación pública, o la escuela
religiosa subsidiada con el hospital y las vacaciones en Mar del Plata. Si el
Estado es visto a veces como una amenaza, en momentos de crisis funciona como
un refugio, el único posible.
Su relación con los
sectores clásicamente pobres es problemática. Por ingresos, lugar de residencia
o entorno familiar, el contacto de la nueva clase media con los estratos
populares –a diferencia de la clase media alta, que apenas se relaciona vía
trabajo doméstico y servicios– es mucho más cercano y frecuente. Probablemente
sea esto lo que genere en muchos de sus integrantes esa sensación de injusticia
basada en la idea de que el Estado les quita a ellos –vía impuesto a las
ganancias o asignaciones familiares– para darles a los otros.
En los 90, la
pauperización de amplios sectores sociales dio pie a la categoría de “nuevos
pobres”, aquellos que se asemejan a la clase media en aspectos de largo plazo
(muchos años de educación, familias poco numerosas, patrones de consumo
cultural) pero se parecen a los pobres en aspectos de corto plazo (ingresos,
capacidad de consumo).
Sería excesivo hablar
ahora de la reemergencia del mismo sujeto social, pues en el medio pasaron 20
años (3), pero tal vez podríamos decir que la
nueva clase media comparte algunas de las características de los sectores
populares (pocos años de educación, residencia suburbana) con ingresos más
parecidos a los de la clase media, aunque sin su capital patrimonial, educativo
y relacional: ninguno hereda un departamento de dos ambientes en Palermo ni
tuvo una familia que lo sostuviera mientras estudiaba medicina ni dispuso de la
red de contactos esenciales para insertarse en el mundo profesional. Hay
entonces algo de self made men en este sector social, un fondo de
individualismo a la americana que se explica menos por un egoísmo innato que
por las trayectorias históricas y culturales de quienes lo integran.
En Brasil, donde el
fenómeno es seguido con atención, se habla de “clase media emergente”, definición
inadecuada para la realidad argentina, donde la clase media no es una novedad
de este siglo sino un sujeto social en reconstrucción: la memoria de un
fracaso. En todo caso, lo que caracteriza a este sector por sobre cualquier
otro aspecto es su vulnerabilidad, en un doble sentido: a los vaivenes del
ciclo económico, que lo amenaza de forma más directa que a quienes cuentan con
recursos profesionales, ahorros y redes de contención familiar, y a la
criminalidad de todos los días.
La explicación de este
último punto es bastante simple. Sin las ventajas de la clase media más
acomodada –seguridad privada, transporte particular, horarios laborales
flexibles–, y expuesta por el tipo de ocupación que desempeña a un contacto con
la calle mucho más directo que el de alguien que pasa todo el día en una
oficina, un consultorio o un banco, la nueva clase media vive la cuestión de la
inseguridad de una manera completamente diferente, más cotidiana y descarnada:
si una parte se plegó al paro de los sindicatos opositores del 20 de noviembre,
otra se manifestó ruidosamente el 8-N.
Política
Nadie parece ocuparse de
la nueva clase media. Microclimatizados, enfrascados en las mil y una vueltas
de la batalla cultural, los medios, tanto oficialistas como opositores, suelen
pasarla por alto, en tanto que el gobierno, que cuida como el oro su relación
con los sectores más pobres y ha hecho enormes esfuerzos por recomponer su
vínculo con la clase media progresista, tampoco parece prestarle especial
atención.
Mi impresión es que
podría tratarse de un error. En primer término, por el hecho obvio de que el
crecimiento de este sector social es en buena medida un resultado positivo del
modelo económico. Y después por una cuestión política: dadas las
características señaladas más arriba, no es difícil adivinar que buena parte de
la nueva clase media podría inclinarse de manera casi natural por los
candidatos del peronismo conservador, tanto en su versión anti (Macri) como pos
o neo kirchnerista (Scioli, Massa); una generación de dirigentes que mezclan
política con espectáculo y deporte, más desideologizados que el actual elenco
gobernante (casi podríamos decir: que cualquiera que haya ocupado el poder
desde el 83), cuya construcción política se basa en la idea de “gestión” y que
no casualmente han hecho de la inseguridad uno de los ejes de sus
discursos.
Para evitar esta deriva, el oficialismo debería elaborar una serie
de medidas –relacionadas con la política de seguridad, el impuesto a las
ganancias y un manejo más cuidadoso de la gestión impositiva en los pequeños
negocios y empresas– específicamente orientadas a satisfacer las demandas de la
nueva clase media, por otro lado bastante razonables. Pero antes habrá que
sacudir prejuicios. Como demostró la relación con el veleidoso progresismo, las
clases sociales no son actores congelados, intrínsecamente generosos o egoístas
o derechistas, sino colectivos sociales heterogéneos y complejos, plausibles de
ser seducidos, influenciados y hasta transformados. Repolitizar la relación con
la nueva clase media puede ser crucial para el futuro del kirchnerismo.
NOTAS
1. Según datos de Héctor
Palomino y Pablo Dalle (“El impacto de los cambios ocupacionales en la
estructura social argentina: 2003-2011”, en Revista del Trabajo,
Año 8, Nº 10) la clase alta (empresarios grandes y medianos, directivos de
nivel alto) representa un 0,8 por ciento de la población, en tanto que la clase
media superior (profesionales autónomos, empresarios pequeños, directivos de
nivel medio y profesionales asalariados) equivale al 10,3 por ciento.
2. Siguiendo a Palomino y
Dalle, la “clase media inferior” está compuesta por microempresarios (hasta 5
empleados), cuentapropistas con equipo propio, técnicos, docentes y
trabajadores de la salud y empleados administrativos. Equivalen al 36,1 por
ciento, aunque no todos forman parte de lo que yo llamo “nueva clase media”, a
la que habría que agregar a una parte de los trabajadores calificados.
3. En amable respuesta a
una consulta para esta nota, la investigadora Gabriela Benza, cuya tesis
doctoral analiza las transformaciones en las clases medias en el Área
Metropolitana de Buenos Aires, explica que el porcentaje de personas
consideradas de clase media según tipo de ocupación se mantiene estable desde
hace tres décadas. Lo que sucedió en los 90 fue que se expandió, dentro de la
clase media, el porcentaje de aquellos con más nivel educativo (profesionales y
técnicos) y disminuyó el de los menos calificados (pequeños empresarios y
trabajadores no manuales de rutina). En la clase trabajadora sucedió lo
contrario: se expandieron los grupos no calificados mientras se redujeron los
calificados. Es decir, se produjo una polarización de las oportunidades
laborales. Esto se tradujo en una mayor desigualdad de ingresos. En contraste,
desde 2003 resultaron más beneficiados, dentro de la clase media, aquellos con
menos años de educación. Por el contrario, los técnicos y, sobre todo, los
profesionales perdieron oportunidades laborales y niveles de ingreso. En la
clase trabajadora, los más beneficiados fueron los calificados. En conclusión:
parte de la clase media baja, pero también de la clase trabajadora, pasó a
formar parte de los estratos medios de ingresos.
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