Más que un premio, el
reconocimiento de Palestina en Naciones Unidas es un impulso, un mandato, una gran responsabilidad.
Un obstáculo menos en el camino hacia una paz digna y confiable.
Santiago O’Donnell / Página12
Los palestinos celebraron la votación en la ONU |
Palestina es un país sufrido, el
paria del mundo árabe, huérfano de muchas bendiciones, pero muy tenaz y
persistente en la lucha por sobrevivir. Ayer [jueves 29 de noviembre] festejó su ingreso a las Naciones
Unidas como Estado observador no miembro, lo cual significa un reconocimiento
del organismo multilateral a la existencia del Estado palestino. Claro, nadie
necesita decirles a los palestinos que existen, ni que sus instituciones,
territorios y tradiciones cívicas conforman el plexo de lo que bien puede
considerarse un Estado. Los mismos palestinos te dirán que ellos son Estado
desde que declararon la independencia en 1988. También está el reconocimiento
de más de 130 países que ya alojaban delegaciones diplomáticas palestinas a
modo de apoyo simbólico y explícito a la noción de soberanía palestina. Pero el voto de ayer [jueves 29 de noviembre] fue
histórico.
Primero, porque tuvo el apoyo de
regiones enteras como América del Sur, de las grandes potencias emergentes
(China, India, Rusia, Brasil) y de importantes países europeos encabezados por
Francia. Por contraste, la posición israelí en contra del reconocimiento, si
bien generó un fuerte apoyo de Estados Unidos, quedó prácticamente reducida a
un puñado de países.
Segundo, porque la votación en la
Asamblea revirtió el fracaso del año pasado, cuando Estados Unidos vetó en el
Consejo de Seguridad de la ONU el ingreso de Palestina como miembro pleno. Para
sortear ese obstáculo, este año Palestina presentó su candidatura como Estado
observador no miembro, similar al Vaticano, que no requiere la aprobación del
Consejo sino la de la Asamblea, donde ningún país puede vetar lo que decide la
mayoría.
Tercero, porque llega en un
momento crucial en las negociaciones entre Israel y Palestina para levantar el
bloqueo en la Franja de Gaza y frenar las colonizaciones en Cisjordania. La
aceptación del Estado palestino implica la aceptación del territorio palestino.
Por ende, ya no se podrá hablar tan fácilmente de “territorio en disputa”, como
rutinariamente hace el gobierno israelí al referirse a Cisjordania y el este de
Jerusalén en los foros internacionales. A partir de ahora, para la ONU,
Cisjordania y el este de Jerusalén son “territorio ocupado”.
El futuro está abierto. Israel y
Estados Unidos habían amenazado a Palestina con sanciones económicas si se
llevaba adelante la votación. Quedan pendientes una negociación en Oslo con la
Autoridad Palestina y otra en Egipto con Hamas. La postura israelí es sólo
discutir un posible Estado palestino después de un acuerdo de paz con ese país.
Pero ante los hechos consumados, esa postura podría cambiar.
Faltan acuerdos para el regreso
de millones de palestinos exiliados, el estatus de Jerusalén, el límite
territorial preciso del nuevo Estado y el arreglo de seguridad con Israel para
que funcionen los pasos fronterizos y personas y bienes puedan circular
libremente. El gobierno israelí, con apoyo estadounidense, sostiene que ninguno
de estos temas se pueden arreglar si se le entrega a Palestina el derecho a ser
un Estado antes de exigirle que renuncie al terrorismo y a promover la
destrucción de Israel. El desafío de Palestina será demostrar que, por el
contrario, sólo un Estado con derechos puede constituirse en un Estado de
Derecho. Hoy se unió en el festejo un pueblo sufrido y dividido. Pero más que
un premio, el reconocimiento de Naciones Unidas es un impulso, un mandato, una
gran responsabilidad. Un obstáculo menos en el camino hacia una paz digna y
confiable.
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