En Argentina, asistimos a una de las grandes batallas
nuestroamericanas de este tiempo de cambios en la región. Al calor de las
disputas internas en el verano austral, existe el riesgo de perder de vista los
logros incuestionables de la era kirchnerista en todos los ámbitos, así como la
importancia estratégica de la Argentina en la nueva arquitectura de la
integración latinoamericana y del nuevo mundo multipolar.
Andrés Mora
Ramírez / AUNA-Costa Rica
Desde Mendoza, Argentina
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, participó en la reunión anual de los industriales argentinos y respaldó públicamente a la mandataria Cristina Fernández. |
Escucho las quejas como letanías en el vuelo que parte de
San José de Costa Rica a la ciudad de Mendoza en Argentina: la crisis tiene de cabeza a la nación, la
inflación y el alza en los precios de los productos hace imposible la vida de
las personas y la inseguridad no da
tregua, dice un grupo de pasajeros argentinos, con esa confianza que dan
las verdades absolutas refrendadas por el último comentario del analista de CNN
(al que citan textualmente), y por esa certeza existencial que provee el viaje de shopping a Miami (y que se
presume en voz alta, para que no queden dudas). Todo lo malo que pasa en
Argentina, insisten los indignados pasajeros, es culpa de lo que hicieron ella y su marido: Cristina Fernández y
Néstor Kirchner.
Es esta la voz de una nueva clase acomodada, esos grupos medios y altos que también se fortalecieron
en los años de gobierno kirchnerista, y
que no abandonan sus sueños del american
way of life, con su debida peregrinación a los EE.UU. Pero, al mismo
tiempo, y no por casualidad, es un discurso idéntico al que construyen a diario
los grandes grupos de medios de comunicación, desde la televisión y la prensa
escrita, en una matriz discursiva que replica -como siguiendo un manual de
violencia simbólica- el proceder del poder mediático en otros países de la
región, como Venezuela, Bolivia, Ecuador y la misma Honduras durante el
gobierno de Manuel Zelaya.
No es para menos: el próximo 7 de diciembre entra en
vigencia la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que introduce
una reforma profunda en el sistema de propiedad de los medios argentinos, en
los mecanismos de asignación y distribución de las frecuencias, en materia de
producción y difusión de contenidos, y en general, una reforma que apunta a la
democratización de las comunicaciones en el país austral, pero que también es
inédita en nuestra América. De ahí su importancia y su valor como una política
cultural, en el amplio sentido del término, que en el contexto latinoamericano,
constituye un hito de los procesos progresistas y nacional populares de la
última década.
Incluso un organismo como la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos, a través de su secretario ejecutivo, Emilio
Alvarez Icaza, reconoció que “la ley
sirve para la construcción de una mayor normalidad democrática. El tema tiene
que ver con el avance en el ejercicio de la profesión de periodista y a la vez
con el avance normativo para defender el derecho a comunicar”.
Pero en esta guerra sin descanso, no hay día que pase sin que los analistas y
opinadores de los grandes grupos televisivos y periodísticos ataquen a la
presidenta, al “modelo económico”, a los aliados del gobierno, a los
intelectuales y militantes progresistas, y hasta se animan a pronosticar el inminente fin del
kirchnerismo. Como las aves carroñeras a la espera de su presa, un variadísimo
arco de actores y partidos políticos –de izquierda y derecha, en todos su
matices- entran en ese juego de la rapiña política de cara a las elecciones
legislativas del próximo año.
Algo de esto subyace a los movimientos de protesta y
huelga del mes de noviembre, aunque no deben dejarse de lado los límites que
alcanza el proyecto kirchnerista y que lo emplazan en esta hora: desde el año
2002 a la fecha, el kirchnerismo ha experimentado momentos de ascenso, de
consolidación, de profundización de sus grandes ejes políticos, pero también de
un desgaste que los propios militantes reconocen.
En ese sentido, el problema económico asociado a los
coletazos de la crisis financiera global, al resurgimiento de la cuestión de la
deuda externa –acicateado por el affaire
de la fragata Libertad y las
pretensiones de los fondos buitre de cobrar US$1330 millones antes del 15 de
diciembre- y el aumento del índice
inflacionario, con afectaciones en el consumo diario de amplios sectores de la
población, son puntos negros en un período de casi 10 años de crecimiento
económico sostenido y de aplicación exitosa de políticas de redistribución de
la riqueza. Paradójicamente, ese modelo
impulsado por los Kirchner, y defenestrado sistemáticamente por los medios y la
oposición, acaba
de ser reconocido por CEPAL como uno de los más exitosos en el combate a la
pobreza: en 2004, la pobreza
afectaba al 34,9% de los habitantes, y en 2011 ya se había reducido al 5,7% de
la población, en lo que representa uno de los mejores desempeños junto al de
Brasil.
Lo cierto es que nadie permanece indiferente a lo que hace
o deja de hacer la presidenta Fernández: sus decisiones, sus intervenciones
públicas, sus emplazamientos a militantes y opositores, mantienen una tensión
política permanente en torno al proceso
y sus rumbos, que recompone los sistemas de alianzas y, en términos de la ciudadanía, alimenta discusiones y debates
que obligan a tomar partido en la actual coyuntura.
En este escenario de creciente polarización social, la
pregunta sobre el futuro gravita con fuerza en la Argentina de hoy. ¿En el
oficialismo, quién tomará el relevo del camino iniciado por Néstor Kirchner y
Cristina Fernández? ¿Puede reinventarse un kirchnerismo sin el carisma, la
capacidad de conducción política y la lucidez de estos dos líderes? ¿O apostará
la presidenta y su movimiento a un fortalecimiento en los próximos meses para
jugarse, luego, la carta de la convocatoria a una Asamblea Constituyente y
habilitar la posibilidad de una nueva reelección?
Sea cual sea el desenlace, queda la sensación de que
asistimos aquí a una de las grandes batallas nuestroamericanas de este tiempo
de cambios en la región. Al calor de las disputas internas en el verano
austral, existe el riesgo de perder de vista los logros incuestionables de la era
kirchnerista en todos los ámbitos, así como la importancia estratégica de la
Argentina en la nueva arquitectura de la integración latinoamericana y del
nuevo mundo multipolar.
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