¿Qué debe hacerse para
que la política retome las aspiraciones ciudadanas más urgentes e importantes?
¿Es posible cambiar el sentido de la política vigente? ¿Cómo recuperar la ética
en la política? La autoridad ejemplar de Mujica ofrece un camino distinto, real
y deseable, desde la perspectiva que apunta hacia la dignificación de la
política.
Carlos Ayala Ramírez / ALAI
Una oveja negra al poder, confesiones e intimidades de Pepe Mujica es el título del libro que narra la
vida y los cinco años de Gobierno del expresidente uruguayo, reconocido por su
modo contracultural de ejercer el poder. Sabemos que en la política partidaria
la lucha por el poder y el deseo de servir aparecen juntos, pero en la práctica
termina imponiéndose el primero sobre el segundo. Las consecuencias de que esto
ocurra suelen ser graves: concentración del poder, arbitrariedad, abuso,
imposición, nepotismo, clientelismo, oscurantismo, intolerancia, cerrazón, etc.
Contra estos males ha batallado Mujica, buscando hacer de la política un
instrumento para realizar lo que se conoce como la utopía mínima, esto es, el
desarrollo de las capacidades de todos los miembros de una sociedad, lo cual
implica que todos puedan comer tres veces al día, que la salud y la educación
sean realmente derechos universales, que haya empleos y salarios que garanticen
una vida digna y que los adultos mayores puedan contar con una jubilación que
les permita llevar con decencia esa fase de la vida.
Este modo de hacer
política requiere, claro está, no solo programas y recursos destinados al bien
común, sino personas que efectivamente sean coherentes con ese propósito. En el
mundo de la política partidaria abundan los demagogos, los oportunistas, los
que entran en ella para tener privilegios y ventajas. Por eso, cuando aparece
una oveja negra, es decir, alguien que decide ir contracorriente de las
prácticas habituales de ejercer el poder, resulta ser una buena noticia que hay
que destacar y comunicar. Es lo que ocurre en el pasaje del Evangelio en el que
Santiago y Juan hacen una petición a Jesús: “Concédenos sentarnos en tu gloria,
uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Jesús les dijo: “Saben que los que son
reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los
oprimen. No será así entre ustedes; más bien, quien entre ustedes quiera llegar
a ser grande que se haga servidor de los demás; y quien quiera ser el primero
que se haga sirviente de todos”. El pensamiento de Jesús es claro. Si lo que se
busca es el bienestar de la gente, lo que se necesita no es poder de dominio,
sino vocación de servicio.
¿Qué debe hacerse para
que la política retome las aspiraciones ciudadanas más urgentes e importantes?
¿Es posible cambiar el sentido de la política vigente? ¿Cómo recuperar la ética
en la política? La autoridad ejemplar de Mujica ofrece un camino distinto, real
y deseable, desde la perspectiva que apunta hacia la dignificación de la
política. Veamos en este sentido algunos de los rasgos que se destacan en el
libro, desde las palabras mismas del exmandatario.
Al hablar de la
coherencia de vida, afirma: “A veces se produce un apartheid entre
la sociedad y los gobernantes. La forma de vivir parece una pavada, pero no lo
es. Por ahí también viene el descrédito de los políticos. La gente piensa que
los que llegan a presidente son todos iguales y termina habiendo un
descreimiento brutal en la política. Es un problema serio y por eso trato de
combatirlo. Yo tengo una manera de ser, pero no le reprocho a nadie que no viva
como yo. Tengo amigos que tienen guita [dinero] en pila y los aprecio mucho.
Tampoco quiero imponerles a los demás mi forma de vivir. Pero la política te
separa del común de la gente. Me votarán o no me votarán, pero el grueso de la
gente en la calle me respeta y me quiere. Eso es porque no les refriego la
Presidencia en el hocico. Lo que yo siempre digo es: ‘Trata de vivir como
piensas, porque si no, pensarás como vives’. Eso se aplica siempre. Con la
pajería en el poder se justifica todo y terminas en una casita de marfil
rodeado de una cohorte de alcahuetes que lo único que hacen es lambetear al
jerarca poderoso. Eso es peligrosísimo. Eso lo hemos visto por todos lados”.
Con respecto a lo que
identifica al buen gobernante, Mujica dice: “Los presidentes se domesticaron a
aceptar ese contrabando feudal que viene de la monarquía. Por eso aceptaron
toda la parafernalia que se armaba alrededor de ellos. El círculo, la alfombra
roja, la pleitesía, todo eso no es la República. La República es igualdad y la
deciden las mayorías, a los que nos debemos en cuerpo y alma. Los gobernantes
deben vivir con sobriedad, como la inmensa mayoría del pueblo que los votó. El
presidente es un ciudadano como cualquier otro […] Y no son cuestiones
oportunistas, son cosas recontrapensadas. Le he dado muchas vueltas a esto y
creo que esa será una de mis principales herencias […] No me metí a la política
por la plata, no me interesa. No estoy contra el tipo que está para la guita
[para ganar dinero], pero hay que separar las cosas. Me caliento especialmente
con la izquierda cuando me venden un verso”.
Y frente a la forma
tradicional de gobernar que procura mantenerse en lo políticamente correcto
(ajustada al orden establecido), Mujica plantea una manera distinta de conducir
la cosa pública. Tres son los rasgos enfatizados. Primero, con pasión, pero sin
fanatismo. “A mí tendrían que hacerme un monumento porque soy el único tipo en
la política uruguaya que dice lo que piensa. Pero a veces es muy incómodo decir
lo que se piensa. El asunto también es que tengo marcha atrás, porque no soy
fanático. Soy apasionado, pero no fanático, y así voy a gobernar. Con mucho
diálogo y tratando de involucrar a todos en lo que pueda”.
Segundo, con ideales,
pero sin dejar de ser realistas: “Una de las principales fuentes de
conocimiento es el sentido común. El problema es cuando pones la ideología por
encima de la realidad. La realidad te da en el hocico y te revuelca por el
piso. Si la ideología entra a sustituir a la realidad, ahí estás viviendo lo
ficticio y eso te va a llevar a la ruina y a conclusiones fantasiosas (…) Yo
tengo que luchar por mejorar la vida de las personas en la realidad concreta de
hoy, y no hacerlo es una inmoralidad. Estoy luchando por ideales, pero no puedo
sacrificar el bienestar de la gente por ideales. La vida es una y es muy
corta”. Tercero, con los ojos puestos en el presente, pero sin dejar de atender
las posibilidades de futuro. Lo formula en los siguientes términos: “La vida es
porvenir, no es pasado, lo cual no quiere decir que el pasado no exista. El
pasado existe, pero lo determinante es el futuro”.
Recordemos, finalmente,
la fábula de la oveja negra. “En un país lejano existió hace muchos años una
oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó
una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada
vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que
las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse
también en la escultura”. Moraleja, en palabras de Mujica: “Me dan cero bola.
La gente es jodida a veces. Dono la mayoría de mi sueldo y no logré que casi
nadie del Gobierno ponga un peso para las casas de los pobres. Solo hay unas
pocas excepciones”. También ha dicho: “Todo el mundo me aplaude, pero son pocos
los que me imitan”.
Admiración por las vidas
ejemplares, pero sin que haya seguimiento, es una de nuestras ingratitudes. Sin
embargo, eso no resta peso al aporte de Mujica en la dignificación de la
política. Él representa una fuente de inspiración para quienes buscan hacer del
quehacer político un medio para construir justicia social, promover el bien
común, y salvaguardar los derechos humanos de los pobres. El uruguayo fue una
oveja negra en el poder porque buscó frenar la opulencia escandalosa de unos
pocos y superar la miseria clamorosa de las grandes mayorías. ¿Qué eco puede
tener su ejemplo en nuestra sociedad?
Carlos
Ayala Ramírez es director de radio YSUCA, El Salvador.
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