La vulnerabilidad de
los países centroamericanos -en todos los órdenes- frente al cambio climático constituye
una señal de alerta sobre una situación que ya está comprometiendo seriamente
las posibilidades de reproducción de la vida para cientos de miles de personas.
Un emplazamiento ético y humanitario ante el que no es posible permanecer
indiferentes, inoculados por los placeres y privilegios de la sociedad de
consumo y la cultura de masas.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Durante los últimos
meses, la incidencia de distintos fenómenos ambientales en Centroamérica,
asociados al cambio climático, han dejado su huella en términos de destrucción
de infraestructura material, alteraciones de los ecosistemas y pérdida de vidas
humanas. Un cuadro de situaciones extremas, que combina prolongadas sequías y
lluvias torrenciales, en un espacio geográfico relativamente pequeño y
caracterizado por su alta biodiversidad, pero también por el crecimiento urbano
sin planificación y por una apuesta por modalidades de desarrollo depredadoras,
parece validar las proyecciones más negativas sobre los escenarios que le esperan a
nuestra región en el futuro cercano.
En Costa Rica, por
ejemplo, el Instituto Meteorológico Nacional registró en el mes de mayo la
mayor cantidad de lluvia caída en la región del Caribe desde 1937 y, al mismo
tiempo, se determinó que la provincia de Guanacaste, en la costa del Pacífico,
sufre la sequía más prolongada de los últimos 78 años. Similares condiciones se
han documentado en toda Centroamérica en lo que va del 2015.
En Nicaragua, en las
primeras semanas del mes de junio, las intensas lluvias provocaron
afectaciones humanas y materiales en 45 municipios del país: las
autoridades informaron de seis personas fallecidas, 35.350 damnificadas, más de
7 mil viviendas con daños graves (22 totalmente destruidas), e infraestructura
de centros educativos socavada por las inundaciones.
En la otra cara de la
situación, por segundo año consecutivo, la región sufre un prolongado período
de sequías y hambre que afecta a cientos de comunidades predominantemente
campesinas, y por supuesto, a la economía de varios países en los sectores de
producción agrícola y de ganadería. Un reporte de la agencia de
noticias AFP calificaba este panorama del campo como “desolador”, con
“grandes extensiones resecas, ganado con signos evidentes de desnutrición y
suelos resquebrajados por una sequía crónica, que amenaza la producción de
alimentos y tiene en riesgo a 2,5 millones de personas”.
El año pasado, según las estimaciones de
organizaciones internacionales, más de 500 mil familias
centroamericanas no tuvieron acceso a alimentos como consecuencia de una sequía
histórica: al menos 236.000 familias en Guatemala estaban en esta situación;
unas 120.000 en Honduras, 100.000 en Nicaragua y 96.000 en El Salvador. Para
los expertos, uno de los principales problemas que tiene la región es que más
de 1 millón de hogares dependen de la agricultura de subsistencia, y como la
mayoría de ellos se encuentran en los llamados Corredores Secos, “que abarcan
el 30% de la superficie de Centroamérica”, fenómenos como la sequía se traducen
“en desnutrición y en menores oportunidades para salir de la pobreza”.
La vulnerabilidad de
los países centroamericanos -en todos los órdenes- frente al cambio climático constituye
una señal de alerta sobre una situación que ya está comprometiendo seriamente
las posibilidades de reproducción de la vida para cientos de miles de personas.
Un emplazamiento ético y humanitario ante el que no es posible permanecer
indiferentes, inoculados por los placeres y privilegios de la sociedad de
consumo y la cultura de masas.
Las transformaciones del
entorno ambiental producto de la acción humana y de las formas culturales de
uso y apropiación de la biodiversidad, lo mismo que la respuesta que como
sociedades y gobiernos construyamos frente a las nuevas realidades que el
cambio climático y el modelo civilizatorio capitalista van configurando para
nuestros países, y que necesariamente implican transformaciones estructurales,
serán decisivas para el destino de la región.
En esta materia, no
podemos perder un minuto más: el futuro es ahora. Demorarnos puede costarnos
más vidas y muchísimo dolor para nuestros pueblos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario