La encíclica de Francisco
critica el afán de lucro de la especulación financiera y el crecimiento, pero
es poco consistente en su análisis sobre el papel del crecimiento en las
economías capitalistas. Ojalá pueda frenar los planes de convertir el desastre
climático en oportunidades de negocios, porque de lo contrario el gemido de los
pobres se convertirá en rugido implacable.
Alejandro Nadal / LA
JORNADA
La carta encíclica Laudato si', del Papa Francisco. |
La última reunión del G-7
terminó con una declaración sobre la necesidad de “descarbonizar” la
economía global. La última encíclica papal Laudato Si’ constituye un
llamado de atención sobre la urgencia de afrontar el desafío del cambio
climático. Lo anterior parecería anunciar una convergencia de fuerzas para que
la próxima conferencia de las partes (COP21) de la Convención marco sobre
cambio climático de Naciones Unidas desemboque en un nuevo tratado
internacional capaz de reducir emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y
garantizar la adaptación frente a los estragos del cambio climático.
La declaratoria de los
países del G-7 tiene fuertes defectos y una virtud. Los participantes adoptaron
el compromiso de reducir sus emisiones de GEI entre 40 y 70 por ciento para
2050 y de “descarbonizar” la economía global en el transcurso de este siglo.
También acordaron mantener la meta de limitar el aumento en la temperatura global
a un máximo de 2 grados centígrados respecto de los niveles anteriores a la
revolución industrial. Ese aumento de temperatura es un umbral más allá del
cual se podría pasar a los cambios “peligrosos”. Desgraciadamente el G-7 no
anunció un calendario con efectos vinculantes y metas cuantitativas para los
integrantes del grupo.
El objetivo general de
eliminar las emisiones de GEI asociadas al uso de combustibles fósiles es el
principal elemento positivo del mensaje. Por primera vez este grupo de países
coloca sobre la mesa de negociaciones una meta tan ambiciosa. La señora Merkel,
con su doctorado en física y su muy extraño papel en la crisis europea, puede
vanagloriarse de haber alcanzado este resultado gracias a su insistencia. Pero
aunque la cancillería alemana había anunciado su pretensión de eliminar los
combustibles fósiles en la economía global para 2050, no pudo vencer la
resistencia de Canadá (con sus grandes depósitos de arenas bituminosas) y de
Japón (que todavía no sabe qué hacer con su perfil energético a raíz del
desastre de Fukushima).
El plan de reducción de
emisiones del G-7 es modesto, lento e incompatible con la meta de limitar el
incremento de temperatura. En la actualidad la concentración de CO2 en la
atmósfera ya rebasa 400 partes por millón (ppm) y sigue en aumento. Hay que
recordar que sería necesario estabilizar la concentración por debajo de 400 ppm
para tener la confianza suficiente de que el aumento de temperatura no
rebasaría los 2 grados centígrados.
Hoy la concentración de
gases de efecto invernadero en la atmósfera sigue en aumento y los problemas se
multiplican. La capa de permafrost en las regiones polares contiene grandes
cantidades de material orgánico, cuya descomposición liberaría dióxido de
carbono y metano. El metano es treinta veces más eficaz que el CO2 para
capturar radiación infrarroja. El congelamiento detiene la descomposición, pero
a medida que se descongele el permafrost la descomposición aumenta y con ella
la inyección de gases de efecto invernadero, constituyendo así un peligroso
círculo vicioso. Se calcula que 25 por ciento del territorio del hemisferio
norte es permafrost y por ello la contribución al calentamiento global
proveniente de la desaparición del permafrost sería comparable a la provocada
por la deforestación del bosque tropical. Estudios recientes indican que la
capa de permafrost se está descongelando más rápidamente de lo que se pensaba
hasta hace pocos años.
La encíclica papal del 24
de mayo no se limita, como erróneamente se ha considerado por muchos, al tema
del cambio climático. Este documento aborda la problemática de la justicia y la
sustentabilidad en el sentido más amplio. Junto a las dimensiones ambientales
del ciclo de agua, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, la
encíclica aborda el tema de la desigualdad y la injusticia (incluida la
asimetría en la distribución de los efectos negativos de la degradación
ambiental).
En el ámbito del cambio
climático la encíclica incluye tres puntos sobresalientes. Primero, el clima es
un bien común. No es propiedad de un grupo de naciones o de las grandes
empresas del planeta. Segundo, el documento recupera el principio de
responsabilidad diferenciada, principio que se ha venido desdibujando en las
negociaciones internacionales. El tercer punto es más amplio: el deterioro
ambiental y la degradación de la vida humana van de la mano. La encíclica papal
arremete contra las desigualdades internacionales y señala que en el plano de
la globalización neoliberal constituyen un instrumento de dominación. Por eso,
la verdadera sustentabilidad ambiental sólo podrá lograrse por medio de la
justicia a través de un debate en el que “se pueda escuchar el llanto de la
tierra y el llanto de los pobres”.
La encíclica critica el
afán de lucro de la especulación financiera y el crecimiento, pero es poco
consistente en su análisis sobre el papel del crecimiento en las economías
capitalistas. Ojalá pueda frenar los planes de convertir el desastre climático
en oportunidades de negocios, porque de lo contrario el gemido de los pobres se
convertirá en rugido implacable.
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