La caída
de Pérez Molina sería un triunfo popular. Pero si esta crisis termina allí,
sería el triunfo del gatopardismo: “que todo cambie para que todo siga igual”.
El estremecimiento político que ha vivido Guatemala debe culminar en una
profunda reforma política.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para
Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
A fines
de abril de 2015, el gobierno de Otto Pérez Molina sufría los rigores de la
profunda crisis política que originaron las develaciones de la Comisión
Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Pero cabía prever que
el establishment neoliberal trataría de mantener la estabilidad que se vio
amenazada después de la primera de las tres masivas manifestaciones que se han observado en Guatemala. Esa manifestación debe haber sido el barómetro que indicó que el gobierno tenía
que tirar lastre para evitar venirse a
pique. Los sacrificios comenzaron y por supuesto la primera cabeza en caer fue
la de la odiada Roxana Baldetti. Desde el 8 de mayo cuando Baldetti renunció,
el presidente ha seguido haciendo sacrificios: los ministros de gobernación,
energía y minas y medio ambiente han caído.
Más aun, el presidente ha dicho que ha pedido la renuncia a todos sus
ministros y que esta se hará efectiva si es necesario.
En este
contexto, la manifestación del sábado 30 de mayo era decisiva. Por ello fue que
se esparció una campaña de rumores y llamadas desde call centers que buscaban amedrentar a los eventuales
participantes en la misma. La manifestación, decía una grabación, la convocaban los marxistas y antiguos
guerrilleros para favorecer a un partido y que habría disturbios. Circularon volantes apócrifos con la imagen de Sandra Torres y el logotipo
de la UNE convocando a la marcha para deslegitimarla al darle un sesgo
partidista. Pérez Molina acaso todavía le estaba apostando a que la indignación
fuera menguando y que con ello el ánimo de participación también fuera disminuyendo.
Nada de eso sucedió. Aun los cálculos conservadores dicen que ese sábado
estuvieron en el momento climático alrededor de 30 mil personas. Como es
sabido, las manifestaciones comenzaron a
las 6 de la mañana con jornadas de oración y culminaron en la noche con un
festival de música. A las clases medias se unieron las autoridades ixiles
enarbolando un cartel contra el genocidio. Desde el 20 de mayo cuando unos 5
mil campesinos arribaron a la capital para pedir la renuncia de Pérez Molina y
la del vicepresidente de Guatemala, se ha acentuado un pluriclasismo que matiza la predominancia
clasemediera de las protestas.
Al
anterior matiz hay que agregar que a las demandas de la renuncia de Pérez
Molina se han agregado la del recién designado vicepresidente Alejandro
Maldonado. Maldonado ha sido puesto allí para garantizar la continuidad del
establishment neoliberal en caso de la renuncia del presidente Otto Pérez
Molina. Otras demandas evidencian que el ánimo ya no se queda en el enojo
contra la corrupción: suspensión del proceso electoral, reforma urgente de la
Ley Electoral y de Partidos Políticos,
la extinción de dominio con enfoque social, y algo que no es menor: la demanda
para convocar a una Asamblea nacional Constituyente.
La caída
de Pérez Molina sería un triunfo popular. Pero si esta crisis termina allí,
sería el triunfo del gatopardismo: “que todo cambie para que todo siga igual”.
El estremecimiento político que ha vivido Guatemala debe culminar en una
profunda reforma política.
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