"Credo quia absurdum est" (creo aunque sea absurdo) decían los
teólogos medievales. Así, las verdades racionales no serían incompatibles con
la creencia, con la fe. O sea: es más fácil creer que pensar.
Marcelo
Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Pensar, sacar conclusiones, recapacitar con profundidad, según se dice,
nos define. De ahí que somos "seres racionales". Pero inmediatamente
se reconoce que es más fácil no pensar sino seguir la corriente, repetir, creer
lo que otros han pensado.
Sin dudas el ser humano tiene ese don maravilloso, especialísimo, que es
la inteligencia. Gracias a ella desde hace ya unos cuantos años (unos tres
millones) venimos distanciándonos cada vez más de nuestros antepasados animales
y mejoramos nuestras condiciones de vida. Ningún animal trabaja, modifica su
medio ambiente natural, piensa. Esa es la sublime diferencia del anthropos. ¿Qué compañero de la escala
zoológica hace eso? Ninguno. Los humanos somos los únicos seres pensantes del
planeta.
Todo ser humano, aún el más tonto, tiene un cociente intelectual que ni
el más inteligente de los monos está cerca de alcanzar. Pero… en realidad es
cuestionable que todos pensamos. Si entendemos "pensar" por hacer uso
de funciones intelectuales simbólicas que no tienen ni las plantas ni los
animales, entonces sí, pensamos. Pero si lo entendemos como "crear nuevos
conocimientos", "sacar conclusiones", "hacer transpirar las
neuronas", entonces no estaríamos tan seguros que todos pensamos. En todo caso, es ahí donde se hace evidente la
máxima de los teólogos medievales: pensamos un poco, pero en general la
experiencia humana nos confronta con un pensamiento que producen algunos pocos
(los factores de poder) y que las grandes mayorías repiten, pues no piensan,
limitándose a creer lo pensado por otros, ¡aunque sea absurdo!
Las religiones sirven para eso. No sólo ellas: el discurso
común, reproductor de la ideología dominante, también. Desde el poder, de lo
que se trata es de no permitir pensar, de hacer repetir perpetuamente e inducir
creer "lo que se debe creer", aunque sea absurdo. Sin dudas, nuestra
humana condición da para eso: somos manipulables, conservadores, miedosos. "¿Creéis
que en todo tiempo los hombres […]
han sido mendaces, bellacos, pérfidos,
ingratos, ladrones, débiles, cobardes, envidiosos, glotones, borrachos, avaros,
ambiciosos, sanguinarios, calumniadores, desenfrenados, fanáticos, hipócritas y
necios?", se preguntaba Voltaire. Reconozcamos con imparcialidad que
somos bastante de todo esto. Es más fácil seguir la corriente que nadar contra
ella.
¿Por qué gana en Brasil Jair Bolsonaro, un
representante de las más recalcitrante derecha conservadora, atrasada,
homofóbica, autoritaria, patriarcal y machista, visceralmente anticomunista?
Porque la lucha ideológica llevada adelante por el capital supo manipular
adecuadamente a las grandes masas, confundiéndolas, atontándolas. El caballito
de batalla de la lucha contra la corrupción supo hacer lo suyo. Como dijera
Scalabrini Ortiz: “Nuestra ignorancia
está planificada por una gran sabiduría”.
Pero no todo está perdido. Si bien la civilización
se construye sobre la base de esta mansedumbre generalizada, también existe la
posibilidad de cambiar. Aunque así
funcionamos, también el cambio es posible. Si no lo fuera, aún seguiríamos
aterrorizados por el látigo del amo esclavista, o por el relámpago de las
tormentas. Y eso ya no es así.
Pensar no es fácil, puesto que implica cuestionar lo que uno
mismo es. Pensar con sentido crítico, creativo, yendo contra la corriente, no
es lo que el poder alienta. Pero, sin embargo, aunque el prototipo de ciudadano
universal es un manso repetidor (el "hombre-masa" para decirlo rápidamente,
Homero Simpson como caricatura contemporánea), también es posible romper
ataduras. Las tendencias progresistas, cualquiera sea (la ciencia moderna en
sus albores –por lo que fue condenada–, cualquier movimiento de vanguardia, el
pensamiento socialista, el arte innovador, etc., etc.,) piensan, y marcan
nuevos rumbos.
Aunque sea difícil, asuste, meta en problemas, también es
posible pensar. De eso se trata en definitiva si nos tomamos en serio aquello
de "otro mundo posible". Aunque esté algo "pasado de moda",
es oportuno retomar y poner en práctica aquellas enseñanzas de ese furioso
volcán de pensamiento crítico que fue el mayo francés de 1968: "la imaginación al poder". Aunque
con objetividad debe reconocerse que las características que apuntaba Voltaire
son reales y nos definen en buena medida, no podemos resignarnos a ser Homero
Simpson. Es posible –¡y necesario!– romper esas ataduras. Reconociendo que
pensar no es fácil y que toda la matriz social está preparada para que no lo
hagamos, de todos modos ¡sigamos pensando críticamente!
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