La hipocresía de la doble moral del imperio estadounidense no deja de
crecer. Se llena la boca hablando de democracia y libertad, mientras es el
gobierno que más ha intervenido en todo el mundo violando infinitas veces los
principios básicos de no-injerencia entre Estados.
Marcelo Colussi / Para Con
Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Es una característica bastante frecuente en el ejercicio del
poder el uso y el abuso de la "doble moral". Amparándose en la casi
"natural" impunidad que confiere cualquier poder, la hipocresía es
moneda corriente. Se dice una cosa y se hace lo contrario. Al poderoso no se le
discute, se le obedece; y al subordinado no le quedan muchas alternativas
respecto a los valores que le imponen. "Las órdenes no se discuten: se
acatan", suele decirse. Quien detenta una cuota de mayor poder puede
exigir algo, pero él mismo no lo cumple. Eso es la impunidad.
Esto no significa que forzosamente, siempre y en todas las
circunstancias, el poder sea hipócrita. Pero no hay dudas que ello es posible,
y mucho. El poder, por definición, no va de la mano de la justicia. Como decía
el refrán latino: "Lo
que es lícito para [el dios] Júpiter, no es lícito para todos". En otros términos: todos somos iguales…
¡pero hay algunos más iguales que otros!
Si fuera la equilibrada justicia la que rigiera el mundo… pues muy
distinto sería el mundo entonces. Los poderes no suelen ser justos
precisamente: son autoritarios. Cuanto más grande es la cuota de poder en
juego, mayor puede ser la cuota de injusticia. O dicho en otros términos: mayor
puede ser la impunidad, la hipocresía, la doble moral.
La clase dirigente de Estados Unidos de América y su aparato de gobierno
-no es esto ninguna novedad- constituyen el más grande poder edificado en la
historia humana. Su capacidad económica, política, militar, cultural, es única.
Nunca había habido en la historia algo similar, y una vez que caiga como
imperio -lo cual quizá no esté tan lejos- no es seguro que pueda repetirse algo
igual. ¿Cómo será el mundo post imperio estadounidense? ¿Se llegará a la
justicia real alguna vez? No sabemos, pero hoy eso se ve difícil. Las Naciones
Unidas, la instancia supuestamente erigida para establecer una justicia global,
se demuestra ineficiente, pues el poder real -aunque sea bochornoso tener que
admitirlo- sigue asentando en el mayor poderío de fuerza bruta. En otros
términos: el que tiene el garrote más grande, gana. Y la ONU absolutamente
lejos está de poseer poder de coacción (no tiene garrote. Estados Unidos, sí).
Aprovechando ese poder descomunal (su economía continúa siendo la más
grande, aunque China esté pisándole los talones, y su inversión militar
equivale a la suma de todos los otros países del mundo juntos), aprovechando
ese desarrollo monumental, su impunidad y doble moral son cada vez más
absolutas. Señal, probablemente, que ha perdido la racionalidad. Las grandes
potencias en ascenso son racionales, equilibradas, armónicas; cuando comienzan
la curva descendente, todas, irremediablemente todas se trastocan, se vuelven
"locas". Eso está pasándole al gran imperio del Norte. En su avidez
universal llegó al punto de sentirse un dios invencible (ahí está el proyecto
del escudo antimisiles como prueba, para reafirmar su impunidad). Pero eso no
es sino el síntoma de su descomposición, de su festín de impunidad irracional
(claro que, preciso es decirlo, esa supuesta impunidad militar empieza a hacer
agua. Rusia le ha tomado la delantera en armamentos estratégicos, superándolo
en al menos 5 años de avance tecnológico). El discurso ya no se corresponde
totalmente con la realidad. El ensoberbecimiento por la riqueza acumulada
comienza a nublarle la vista.
Mientras cae, sin embargo, la hipocresía de su doble moral no deja de
crecer. Se llena la boca hablando de democracia y libertad, mientras es el
gobierno que más ha intervenido en todo el mundo violando infinitas veces los
principios básicos de no-injerencia entre Estados. Es proverbial su defensa de las
libertades civiles, pero con el Acta Patriótica aprobada luego de los atentados
contra las Torres Gemelas y su universal cruzada contra el
"terrorismo", funciona peor que la peor dictadura antidemocrática
concebible. Su población, sin que lo sepa, está infinitamente más vigilada que
la de cualquier régimen dictatorial tercermundista.
Su gobierno vive hablando hasta el hartazgo de la no-proliferación de
armas nucleares por parte de países "sospechosos" (Irán, Corea del
Norte), pero se permite tener la mitad del arsenal atómico del mundo: 6.000
misiles intercontinentales de los 12.000 que existen en el planeta. Y mientras
condena a los gobiernos de Teherán o de Pyongyang por sus avances en materia
nuclear, sin la más mínima vergüenza equipa a Israel con el mismo tipo de armas
que fustiga furioso en otros (400 bombas atómicas, oficialmente inexistentes).
Habla de la transparencia de los mecanismos democráticos en
los sistemas políticos de todo el mundo arrogándose el derecho de ser juez de
las elecciones que le parecen "dudosas", pero muchas de sus
administraciones federales llegaron a la Casa Blanca con escandalosos fraudes
electorales probados. Además, la metodología electoral que emplea (a través de
colegios de electores) es la más proclive al fraude, hoy día superada por otros
recursos técnicos.
Castiga a los gobiernos que se da el lujo de calificar de
dictatoriales y a los golpes de Estado…., siempre y cuando constituyan
obstáculos a su hegemonía: Fidel Castro, Mohamed Khadafi o Nicolás Maduro se
presentan como "dictadores", según su lógica, pero no lo eran
Pinochet o Suharto. Y la doble moral llega al colmo de criticar cuartelazos
-siendo que todos los golpes militares en Latinoamérica son, en definitiva,
producto de su inspiración- mientras en lo doméstico ha tenido infames golpes
palaciegos: el de Kennedy con magnicidio incluido, o el intento de destitución
de Clinton con el indecoroso montaje escenificado a partir de su vida personal
(la becaria Mónica Lewinsky), en los casos en que el titular del Ejecutivo no
sigue a pie y juntillas los dictados de la gran empresa multinacional (para el
caso, porque tocó los intereses de las grandes tabacaleras).
Habla de terrorismo -el nuevo demonio de mil cabezas-
mientras protege a connotados mercenarios terroristas como Luis Posada
Carriles, autor de un acto infame en contra de un avión comercial en vuelo con
76 muertes, quien también tomara parte en el atentado en Texas contra la vida
del presidente Kennedy.
Y en relación a este connotado terrorista de Posadas
Carriles, el gobierno de Estados Unidos, siempre en la lógica de su bochornosa
doble moral, alegó no entregarlo a la administración bolivariana de Venezuela
por temor a que sea torturado mientras continúa torturando a mansalva en
cárceles secretas, y no tan secretas, como en la oprobiosa base de Guantánamo
en la isla de Cuba, o la tristemente célebre prisión de Abu Graib, en Irak.
Si de terrorismo se trata, los "fanáticos musulmanes" que hoy aterrorizan al mundo "libre
y civilizado" (Al Qaeda, el Estado Islámico), son su creación. "¿Qué significan un par de fanáticos
religiosos si eso nos sirvió para derrotar a la Unión Soviética?",
dijo alguna vez Henry Kissinger sin la menor vergüenza.
Habla de la lucha frontal contra
el narcotráfico, cuando está infinitamente probado que sus mismos órganos de
seguridad y espionaje son quienes promueven ese negocio, el cual es gran impulso para su
economía pero fundamentalmente: arma de control social. Doble moral infame que
permite despotricar contra la producción de drogas ilegales cuando es su
población la principal consumidora a escala planetaria.
Doble moral deleznable que lleva a
su clase dirigente y a su gobierno a hablar de libertad mientras manejan por
lejos el mercado internacional de las comunicaciones y de la creación de
opinión pública (85% de los mensajes audiovisuales que circulan en Occidente
provienen de su industria), manejando mentes y voluntades de un modo
infinitamente superior al ideado por los primeros ideólogos nazis. Hollywood
es, por lejos, la principal fábrica universal de mentiras.
Tal es el descaro en su hipócrita
doble moral (dicho en otros términos: tal es su poderío intocable) que habla interminable
de las bondades del libre mercado y el parasitismo del Estado, pero subsidia su
producción agrícola nacional y traba el libre comercio haciendo jugar al Estado
un papel fundamental en el mantenimiento del equilibrio de la gran empresa a
través de su intervencionismo. Cada vez que alguna de sus grandes corporaciones
multinacionales está en apuros (Lehman Brothers, General Motors Company, por
mencionar algunos casos), su Estado sale al rescate. Privatiza las ganancias,
pero socializa las pérdidas, haciéndole pagar al resto del mundo las mismas,
con emisión inorgánica de su moneda, hoy por hoy, intocable aún en buena parte
del mundo.
Habla del trabajo y la producción,
pero en su fase de caída irremediable como imperio su dinámica económica básica
está puesta en la más descarada especulación financiera, y dándose el lujo de
criticar soberbio la "corrupción" de los "atrasados" países
de su periferia, está en manos de impenetrables mafias corruptas que cada vez
detentan más poder… y hacen negocios sucios a la sombra del Estado federal. Los
paraísos fiscales de que se nutren son infinitamente más mafiosos, corruptos y
repugnantes que el más mafioso de los capos de la droga latinoamericano.
Doble moral desvergonzada que le
permite hablar de la ley para luego saltarla impunemente, como demuestra cada
vez en forma más marcada su abandono de los mecanismos civilizados de la
humanidad como la Organización de Naciones Unidas, la Corte Penal Internacional
o los diversos tratados internacionales que desconoce jactancioso. Uno de sus
funcionarios -John Bolton- pudo decir jactancioso y provocativo algunos años
atrás que "si es necesario bombardear el edificio de la ONU, lo haremos".
En otros términos: el mundo está
gobernado por una banda de mentirosos descarados, machistas y agresivos
convencidos que tienen el derecho natural de hacerlo. El actual presidente no
es sino un exponente más de esa ideología. No es un payaso como algunos lo
quieren presentar; es un cabal ícono representativo de esa impune insolencia bravucona.
¿Hasta cuándo lo permitiremos?
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