El domingo pasado triunfó en Brasil el
candidato del protofascismo Jair Bolsonaro. La prensa internacional se ha
apresurado a llamarle el Trump
tropical porque esa victoria electoral tiene varios paralelismos
importantes con el ascenso del Donald a la Casa Blanca.
Alejandro Nadal / LA JORNADA
Durante la
recta final de la campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos, la señora
Clinton preguntaba insistentemente al público que acudía a escucharla: ¿A
poco no están mejor ahora que hace ocho años cuando Barack Obama acababa de ser
elegido? Hillary quería hacer pensar a la gente que gracias a las
políticas de Obama la economía se había recuperado de la crisis.
Pero para
muchos de los asistentes a los rally de campaña de la
candidata demócrata la respuesta era claramente negativa: el desempleo seguía
siendo considerable, muchos habían perdido sus casas, las deudas con los bancos
seguían asfixiándolos, los salarios se mantenían bajos y hasta su pensión
mensual se contraía. La forma de contestar en una manifestación, ya sea a mano
alzada o con griterío, nunca es una buena opción, así que el público optó por
llevar la respuesta al día de las elecciones. Muchos prefirieron no votar,
otros de plano favorecieron a Trump. Gracias al Partido Demócrata y su
complicidad con el neoliberalismo, triunfó quien con gran instinto oportunista
había entendido el resentimiento de la gente.
El domingo
pasado triunfó en Brasil el candidato del protofascismo Jair Bolsonaro. La
prensa internacional se ha apresurado a llamarle el Trump
tropical porque esa victoria electoral tiene varios paralelismos
importantes con el ascenso del Donald a la Casa Blanca. En ambos políticos se
anida un instinto perverso y sádico frente a minorías, mujeres, extranjeros y
migrantes, así como un claro desprecio por el medio ambiente y la negación del
cambio climático (al igual que Trump, Bolsonaro ya ha anunciado que abandonará
el Acuerdo de París). Sus inclinaciones estuvieron escondidas durante los 27
años que estuvo en el Congreso, pero en la campaña se desplegaron sin frenos.
Mucho se ha escrito sobre estas características de personalidad en ambos personajes,
pero más allá de esto hay otro rasgo en común que tiene que ver con la
evolución de la vida política en Estados Unidos y en Brasil.
Es un hecho
que el éxito de Trump fue resultado del fracaso del Partido Demócrata para
ofrecer alternativas al neoliberalismo. De hecho, los Clinton consolidaron el
viraje del partido demócrata hacia el neoliberalismo y de esa forma le dieron
la espalda a la base política de dicho instituto político. Obama fielmente
siguió la misma trayectoria y frente a la crisis nombró a Timothy Geithner como
secretario del Tesoro. Este personaje había sido funcionario en el Tesoro bajo
la dirección de Rubin (que a su vez venía de Goldman Sachs) y también había
sido presidente del banco de la Reserva Federal de Nueva York. A la hora de
escoger, Obama siguió los consejos de Geithner y se inclinó por rescatar a los
bancos en lugar de pensar en la gente. Así, en lo más álgido de la crisis, el
Partido Demócrata optó por salvar al mundo financiero y abrirle las puertas a
Trump.
Quizás a muchos
les parezca una exageración decir que el triunfo de Bolsonaro en Brasil es la
consecuencia de los errores estratégicos que cometió el Partido de los
Trabajadores (PT). Después de todo, los golpes en contra de Dilma y Lula fueron
descaradas maniobras de manipulación que carecieron de bases legales para
fundamentar la destitución de la primera y el encarcelamiento del segundo. Pero
si bien se cometieron varios errores serios, lo más importante es que mientras
el PT estuvo en el poder nunca se planteó buscar opciones estratégicas alternas
al neoliberalismo. Su programa puede describirse como un intento por
administrar el neoliberalismo y darle rostro humano a las
fuerzas del capitalismo salvaje. Eso lo hizo por medio de invertir en varios
programas sociales que sacaron a varios millones de la pobreza. Y durante un
tiempo parecía que la misión de ponerle cara humana al neoliberalismo podría
cumplirse. No era necesario tocar ninguno de los pilares del modelo económico
neoliberal, ni en materia de política fiscal o monetaria, ni en el renglón de
la regulación para el sector financiero.
Mientras la
economía brasileña pudo apoyarse en los altos precios de los productos básicos,
la restricción fiscal del aumento en el gasto social pudo manejarse. Pero con
los efectos de la crisis financiera global y la terminación del súper ciclo de
los precios de commodities, la economía brasileña entró en
recesión, los ingresos fiscales cayeron y ya no fue posible continuar con el
maquillaje del modelo económico. Las fuerzas del neoliberalismo actuaron muy
rápido para consolidarse: desde 2016, cuatro meses después del golpe que
destituyó a Dilma, se aprobó una reforma constitucional que pasará a ser
recordada como una de las más grandes locuras económicas de la historia: se
impuso una reducción en el gasto primario equivalente a 5 por ciento del PIB
cada año durante los siguientes 10. ¡Adiós al gasto social!
Las lecciones
son claras. El neoliberalismo no perdona a quien quiera maquillar sus
contradicciones, aunque se comprometa a no tocar las piezas clave del modelo
económico. El odio ideológico va de la mano con la intolerancia económica.
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