En un
mundo dominado por el ejercicio de la violencia, por el renacer de la
xenofobia, por la agresividad de una derecha matizada de fascismo y por la
depredación suicida de los recursos naturales, la defensa de los valores
esenciales de nuestro proyecto histórico, solidarios y éticos, constituye
palabra de orden.
“Por
supuesto que a Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la
Enmienda Platt […] y lo único indicado ahora es buscar la anexión. […] No puede
hacer ciertos tratados sin nuestro consentimiento, ni pedir prestado más allá
de ciertos límites. […] Por todo lo cual, es evidente que están en lo absoluto
en nuestras manos. […] Con el control que tenemos sobre Cuba, un control que
pronto se convertirá en posesión, en breve controlaremos el comercio de azúcar
en el mundo. Creo que es una adquisición muy deseable para Estados Unidos. La
Isla se norteamericanizará gradualmente y a su debido tiempo contaremos con una
de las más ricas y deseables posesiones que hay en el mundo”.
El
texto es de la autoría de Leonard Wood, interventor gubernamental de Cuba en
los días aciagos que sucedieron al fin de la Guerra
Hispano-cubana-norteamericana. Muestra, de manera descarnada, el modo de
implementar la anexión de la Isla de acuerdo con la doctrina del Destino
Manifiesto. Resalta la férrea dependencia económica y política y las vías para
complementarla mediante la construcción de mentalidades.
La
cita procede de un artículo de Antonio Núñez Jiménez, publicado a inicios de
los 60 del pasado siglo y rescatado en el más reciente número de La Gaceta de Cuba. Su lectura resulta
particularmente oportuna en el contexto de la conmemoración del comienzo de
nuestras guerras por la independencia y de la última batalla librada en las
Naciones Unidas a favor del cese del bloqueo, expresión contemporánea del
tradicional propósito de apoderamiento de Cuba por parte del vecino del Norte.
En
efecto, pocos países como el nuestro han estado sometidos a tan prolongada lucha
por la conquista de su plena soberanía.
Cumplida
la invasión de Oriente a Occidente, la victoria estaba al alcance de la mano a
pesar de la caída de Antonio Maceo. El costo había sido muy alto. A los caídos
en combate, a los campos arrasados, se añadían las consecuencias de la brutal
Reconcentración decretada por Valeriano Weyler. Para quebrar la voluntad de los
cubanos, los campesinos fueron conducidos a las ciudades y abandonados a su
suerte, privados de hogar, alimentos y protección sanitaria. El saldo
demográfico fue atroz. Y sin embargo, a la hora de firmar el tratado de paz,
los representantes de la Isla no pudieron sentarse a la mesa de negociaciones.
La
Enmienda Platt fue derogada en 1934 como concesión al sostenido rechazo
interno, acentuado en el curso de la Revolución del 30. Respondió también a la
implantación de la llamada política del Buen Vecino formulada en Estados
Unidos. En la práctica, el Tratado de Reciprocidad Comercial ataba a un solo
mercado una economía basada en el monocultivo azucarero. La vida de los cubanos
estaba sujeta al otorgamiento de las cuotas para el consumo norteamericano y al
rejuego caprichoso de los precios. A las breves temporadas de vacas gordas
sucedían las etapas dominadas por las vacas flacas, las recurrentes crisis de
desempleo.
A
pesar de la dominación económica, el proyecto anexionista perfilado por Leonard
Wood no tuvo las repercusiones previstas en la formación de las mentalidades.
El modelo norteamericano proyectaba una imagen de modernidad apuntalada en el
desarrollo tecnológico. El comercio de los ten
cents ofrecía mercancías baratas rápidamente desechables y muchas bodegas
comenzaron a llamarse grocery. Pero
la introducción del hot dog no
desplazó al energético pan con timba, compartido por los escolares y por los
trabajadores del puerto.
En lo
más profundo de la conciencia popular, la intromisión en los asuntos internos
del país había resultado contraproducente. Laceraba la dignidad cubana. Al
sentimiento de frustración derivado de la imposición de la Enmienda Platt, al
cabo de tanta sangre vertida, siguió un proceso de afianzamiento de los valores
de la cultura nacional. Los maestros mantuvieron viva la memoria de los héroes.
El enfrentamiento a las dictaduras respaldadas por el imperio contribuyó a la radicalización
en el campo de las ideas.
La
noción de independencia se asoció progresivamente a la formulación de un
propósito de justicia social, en renovada continuidad con el proyecto martiano.
Esa síntesis histórica nutrió la plataforma programática de La historia me absolverá. La
reivindicación de la soberanía nacional se inscribía entonces en una voluntad
descolonizadora de mayor alcance, de dimensión latinoamericana y
tercermundista. La voz de Cuba sobrepasó los límites de la Isla.
En un
mundo dominado por el ejercicio de la violencia, por el renacer de la
xenofobia, por la agresividad de una derecha matizada de fascismo y por la
depredación suicida de los recursos naturales, la defensa de los valores
esenciales de nuestro proyecto histórico, solidarios y éticos, constituye
palabra de orden.
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