A estas alturas, a la vista de este
imperialismo mundial destructor, que impone un intercambio desigual y deudas
artificiales y que no respeta leyes de mercado ni ecosistemas vitales, predicar
una moral protestante de supuesto éxito económico por la aprobación divina es
cuando menos diabólico, para usar los mismos términos de la prédica cristiana
protestante.
Karel
Cantelar / Especial para Con Nuestra América
Desde La Habana, Cuba
El protestantismo, con las doctrinas de
Lutero, Zuinglio, Hus, Calvino, más la iglesia anglicana del sanguinario
Enrique VIII, sentó las bases de un cristianismo no católico que con el tiempo
se ramificó en movimientos adicionales para un total mundial que hoy supera las
30 mil denominaciones.
La Reforma protestante cabalgó a lomos
de un capitalismo que hacía su acumulación originaria a costa del sudor y la
sangre de los esclavos africanos de la trata y de la mita impuesta a los
indígenas americanos. Asumió la fe de manera diferente al catolicismo, negando
su escolástica inalcanzable para los “simples”, acercando la hermenéutica
bíblica a las mayorías y estableciéndola como una relación individual del
hombre con Dios, una interpretación más pedestre del Evangelio y en lengua
vernácula.
Dos legados fundamentales dejó la
Reforma para evaluar la conducta humana en sociedad: el libre albedrío
supuestamente otorgado por Dios al ser humano y su inescapable naturaleza
egoísta y por tanto malvada.
Mientras tanto, los pensadores no
prelados de la época desarrollaban el liberalismo, una doctrina que se acomodaba
a los intereses de una clase social que se había enriquecido a finales de la
Edad Media pero que no tenía derechos políticos: la burguesía, que se puso a la
cabeza de las revoluciones sociales de Europa y los futuros Estados Unidos, y
desarrollaron teorías acerca de la libre concurrencia y la libre competencia,
como elementos de las leyes del mercado que supuestamente con su “mano
invisible” regula el flujo de los bienes, los servicios y por tanto de la
riqueza.
Los economistas clásicos y los padres
fundadores de los Estados Unidos insistieron en los derechos individuales y en
las bondades de este liberalismo, revolucionario en comparación con el saqueo
teocrático de la nobleza y del clero de los tiempos medievales, pero con la
mira circunscrita a la clase burguesa que se fortalecía. No se preocuparon, sin
embargo, de los derechos de los que en realidad producían la riqueza.
El protestantismo fue la ideología que
dio apoyo al capitalismo, porque la moral protestante del trabajo y de la
sociedad muestra al “triunfador como alguien que ha recibido la aprobación
divina. Del lado opuesto, los “perdedores” pareciera que no han recibido la
aquiescencia divina para prosperar, y en consecuencia se les inculca una
auto-culpabilidad ante la sociedad.
Han pasado cinco siglos desde el
Renacimiento y el capitalismo, desde finales del siglo XIX, dejó de ser
liberal, de libre concurrencia y de libre competencia para convertirse en
monopólico y cartelizado. Las élites financieras de las potencias industriales no
quieren socios en competencia leal, sino subordinados; no quieren iguales sino
súbditos; no quieren comercio justo sino saqueo y falso liberalismo para los
ninguneados, mientras aplican proteccionismo y subsidios para sí mismos. Como
si fuera poco, en las grandes crisis provocadas por ellos mismos, salvan a las
mega-empresas privadas monopólicas con el dinero de los contribuyentes.
A estas alturas, a la vista de este
imperialismo mundial destructor, que impone un intercambio desigual y deudas
artificiales y que no respeta leyes de mercado ni ecosistemas vitales, predicar
una moral protestante de supuesto éxito económico por la aprobación divina es
cuando menos diabólico, para usar los mismos términos de la prédica cristiana
protestante.
De este modo, un sector importante y
creciente en feligresía del protestantismo, coincidente en lo político con la
alta jerarquía católica internacional, demoniza a los líderes que intentan
empoderar gradualmente a las mayorías y manipula a millones de personas para
mantenerlas en la ignorancia sobre las causas últimas de su pobreza perpetua y
heredada.
Es una prédica reaccionaria, que lleva
el pensamiento de la gente sencilla tres o cuatro siglos atrás, haciéndoles
creer que viven en un sistema que ya no existe, con el objetivo de que piensen,
accionen y sobre todo voten contra sí mismos. Un movimiento específico parece
estar diseñado ex profeso para esto: el pentecostalismo carismático, cuyas
ramificaciones acompañan en su labor comunicacional al monstruoso acaparamiento
mediático que ha logrado el capitalismo imperial actual. Contribuye con todas
sus fuerzas a que los pueblos, por ellos manipulados, se pongan al cuello el
dogal del saqueo, la deuda y la sumisión política, coartando todo camino de
desarrollo propio y soberano.
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