Honduras pareciera ser un manotazo de ahogado; el ensayo de un posible repliegue de Estados Unidos sobre América Latina capaz de compensar esa supremacía mundial herida de muerte. Cuentan allí con sus antiguos aliados, con graduados en la Escuela de las Américas y oscuros personajes vinculados con el Plan Cóndor, dispuestos a no aceptar el profundo cambio que se está procesando en la arena internacional.
Alcira Argumedo * / Página12La historia enseña que los imperios, antes de caer, tienden a mostrar sus rostros más oscuros. La actuación del imperio francés posterior a la Segunda Guerra Mundial es un ejemplo que debiéramos tener presente ante la actual situación en Honduras.
Al finalizar la guerra, Francia se resiste a aceptar las nuevas realidades del esquema bipolar liderado por Estados Unidos y la Unión Soviética, así como los inicios de la Revolución del Tercer Mundo, con las luchas de liberación nacional, los procesos de descolonización, las revoluciones o los gobiernos de corte popular en Asia, Africa y América latina, que cuestionan duramente la hegemonía de las potencias imperial-capitalistas y sus dominios coloniales o neocoloniales. No obstante haber firmado en 1948 la Declaración de los Derechos del Hombre en las Naciones Unidas –reivindicando la gloria de la Resistencia ante la ocupación genocida nazi– en un intento por evitar su desintegración, el imperio francés lanza al año siguiente una guerra colonial genocida contra Indochina. Derrotado en 1954, lanza otra guerra colonial genocida en Argelia: cuando comienza a hacerse evidente una nueva derrota –y en el frente interno intelectuales como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir condenan al colonialismo–, el presidente Charles de Gaulle se asume como el liquidador del Imperio para salvar a Francia: en 1962 los argelinos obtienen su independencia, al costo de un millón de muertos. Francia será desde entonces una gran nación, pero ya no el imperio colonial de los siglos anteriores.
La crisis que estalla en Wall Street y golpea las economías de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón no es meramente económica o financiera. Se trata de una crisis que marca un cambio de época y da cuenta de una decisiva reformulación en el equilibrio de poder internacional, con la declinación de Estados Unidos como primera potencia y el diseño de un esquema multipolar en el cual emergen nuevos polos como India y China, que le disputan la hegemonía. En este contexto, las áreas de repliegue de Estados Unidos, ante una hipótesis de derrota en Irak y el pantano de Afganistán, sólo pueden ser Africa o América latina: Honduras sería entonces una prueba piloto para evaluar la posibilidad de reproducir la ola sincrónica de golpes cívico-militares con terrorismo de Estado, que fuera la respuesta ante la derrota norteamericana en Vietnam. Al igual que lo sucedido en Francia, todo indica que en Estados Unidos existe una feroz confrontación entre los “halcones” del establishment junto con un sector de los republicanos, que se resisten a aceptar la declinación imperial, y quienes pretenden cumplir el papel de De Gaulle: revertir las políticas imperiales con el fin de salvar la nación, ante la amenaza de una decadencia aún más grave. La orientación del gobierno de Barack Obama, con sus avances y retrocesos, indicaría la decisión de seguir el ejemplo gaullista –acuerdo sobre armas nucleares con Moscú, desautorización de un eventual ataque de Israel a Irán, repudio al golpe en Honduras, designación en el área de Derechos Humanos del crítico a las intervenciones en el continente Mike Posner–, mientras la OEA y los países de la Unión Europea, incluyendo a Sarkozy o a Berlusconi, se pliegan a la posición de Obama.
Con el lanzamiento del proyecto neoliberal-conservador de Reagan en los años ochenta, Honduras cumplió un papel paradigmático como sede y retaguardia de los “contras” que acosaban a la revolución sandinista triunfante en 1979, del mismo modo que Saddam Hussein fuera el instrumento de Estados Unidos y los países europeos para hostigar la revolución islámica, también triunfante en Irán en 1979: en ambos casos la agresión militar, sea bajo la forma de la guerra Irak-Irán entre 1981 y 1988 o las incursiones en territorio nicaragüense durante esa década, estuvo incondicionalmente apoyada por el gobierno norteamericano como parte de su estrategia de restauración conservadora. También en esos años se promueve la lucha de los talibán, liderada entre otros por Osama bin Laden, contra la ocupación soviética en Afganistán. Eran épocas de un predominio supuestamente inapelable y de una poderosa ofensiva a nivel mundial –sustentada en el monopolio de las tecnologías y conocimientos de avanzada de la Revolución Científico-Técnica en el campo civil y militar– que culminara con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la euforia del “fin de la historia”, el “triunfo final del liberalismo” y la globalización neoliberal.
El gobierno de George Bush hijo marca un punto de inflexión histórica para Estados Unidos, que será víctima del efecto boomerang de sus estrategias agresivas: las Torres Gemelas con el inesperado protagonismo de Osama bin Laden; la guerra en Irak y el juicio a Saddam Hussein que concluye con su condena a la horca, aunque la derrota se manifiesta tanto en el campo de batalla como en el frente interno; en Afganistán las tropas de ocupación escasamente pueden moverse a pocos kilómetros de Kabul. La globalización neoliberal y el crecimiento especulativo de la economía basado en papeles pintados sin respaldo real implosionan con la crisis de Wall Street y sus graves secuelas para las principales economías centrales, demostrando la debilidad de sus bases de sustentación: la quiebra de la General Motors es el símbolo más elocuente de la decadencia como primera potencia mundial y del fracaso de los halcones neoliberales.
En este marco, Honduras pareciera ser un manotazo de ahogado; el ensayo de un posible repliegue sobre América latina capaz de compensar esa supremacía mundial herida de muerte. Cuentan allí con sus antiguos aliados, con graduados en la Escuela de las Américas y oscuros personajes vinculados con el Plan Cóndor, dispuestos a no aceptar el profundo cambio que se está procesando en la arena internacional; pero los antiguos aliados suelen transformarse en peligrosos enemigos al cambiar las definiciones estratégicas.
De este modo, al margen de la situación interna de Honduras, la verdadera pelea de fondo es la que se libra entre “halcones” y “gaullistas” en el corazón de los grupos más poderosos de Estados Unidos y en los distintos espacios políticos de ese país, donde también intelectuales encabezados por Noam Chomsky condenan las políticas imperiales. El resultado de esta pugna necesariamente habrá de influir en las perspectivas futuras de América latina; por ello, Honduras adquiere una especial relevancia para nuestras naciones.
* Socióloga y diputada electa nacional por Proyecto Sur.
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