Palabras del intelectual argentino Atilio Borón al recibir el Premio Internacional José Martí de la UNESCO, en La Habana.
Es de rigor comenzar esta breve alocución manifestando lo honrado que me siento al recibir este premio, cuyo otorgamiento se produce en un momento muy especial de América Latina y del mundo.
Estamos inmersos en una nueva crisis general del capitalismo, la más grave y desafiante de toda su historia por la inédita combinación de varias crisis de larga gestación y que confluyen en este momento histórico.
Una crisis que pone en entredicho las perspectivas de sobrevivencia de la humanidad, pero ya no como producto de una guerra termonuclear sino como resultado de las fuerzas destructoras del capitalismo. Si el rey Midas de la mitología griega convertía en oro todo lo que tocaba, y caía víctima de ese don, el capitalismo convierte en mercancía todo lo que toca, desde los alimentos hasta las más elevadas manifestaciones del espíritu humano, pasando por la educación y llegando, en esta loca carrera autodestructiva, hasta la propia naturaleza, fundamento último de la vida en nuestro planeta.
Una situación tan preocupante como la que describimos se combina en los países de Nuestra América con la reaparición de tendencias que muchos creían desaparecidas para siempre. Los tristes acontecimientos que hoy estamos viendo en Honduras son un penoso recordatorio de la fragilidad de los avances democráticos en el capitalismo y de la endémica, incurable, propensión de las clases dominantes de nuestros países a oponerse, con métodos cada vez más brutales, a las más sentidas aspiraciones de nuestros pueblos y los procesos emancipatorios en curso en la región.
Este complejo cuadro ratifica por enésima vez la pertinencia de las observaciones del Apóstol de la independencia de Cuba, José Martí sobre los influjos negativos que sobre toda nuestra región ejerce lo que con toda propiedad él denominara “la Roma americana.” Influjos que, dicho sea al pasar, poco o nada se modifican en función de las características de los ocasionales ocupantes de la Casa Blanca, sean éstas su extracción económica, su orientación ideológica o la pigmentación de su piel: un aristócrata como Teodoro Roosevelt, o un plebeyo como Ronald Reagan o Harry Truman, un magnate como John F. Kennedy o un afrodescendiente como Barack Obama son todos igualmente buenos a la hora de desempeñar las tareas que les cabe como jefes del imperio. Hoy más que nunca es preciso no dejarse engañar por las apariencias.
Sería difícil exagerar la importancia de este esfuerzo conjunto de la República de Cuba y la UNESCO destinado a recuperar la trascendencia universal del legado martiano. Cubanísimo por su origen pero universal por el vuelo de su pensamiento, Martí es un pensador imprescindible de nuestro tiempo. Pocos anticiparon como él la importancia decisiva que habría de adquirir lo que más tarde Fidel, su más insigne discípulo, llamaría “la batalla de ideas.” En una de sus frases más recordadas Martí decía que “de pensamiento es la guerra que se nos libra, ganémosla a fuerza de pensamiento.” Hoy estamos en medio de esa batalla, en donde los beneficiarios de este injusto sistema disponen de formidables aparatos cuidadosamente diseñados, como lo recuerda Noam Chomsky, para modificar y controlar la conducta, las ideas y los sentimientos de los hombres y mujeres del planeta. El poder mediático de las clases dominantes del imperio y sus representantes locales nos obliga a librar esa guerra en condiciones sumamente desventajosas. Pese a ello, la violencia, los atropellos, las mentiras y las atrocidades que inexorablemente requiere un sistema que reposa sobre la injusticia y la degradación de la condición humana erosionan la eficacia de esos aparatos ideológicos, al paso que nuevas tecnologías de información y comunicación abren insospechadas posibilidades para contrarrestar los designios de los poderosos.
La clarividencia de Martí no sólo se manifestó en el terreno de la lucha cultural. Fue, sin la menor duda, un pionero en el análisis del imperialismo al ofrecer una visión que, un cuarto de siglo más tarde, reaparecería en el escenario europeo en la obra de Lenin y Rosa Luxemburg. Tiene razón Fidel cuando en una de sus reflexiones recordaba que “Martí era un pensador profundo y antiimperialista vertical. Nadie como él en su época conocía con tanta precisión las funestas consecuencias de los acuerdos monetarios que Estados Unidos trataba de imponer a los países latinoamericanos, que fueron la matriz de los de libre comercio que hoy, en condiciones más desiguales que nunca, han resucitado.”
Muchas de sus ideas sobre el imperialismo fueron volcadas en las páginas del diario La Nación, de Buenos Aires, cuya corresponsalía en Estados Unidos ejercía. En 1889 Martí fue enviado a Washington para informar sobre las deliberaciones producidas en el marco de la Conferencia Panamericana que se estaba celebrando en esa ciudad y en donde el país anfitrión pretendía crear una unión monetaria para plasmar la indestructible supeditación de las díscolas naciones del Sur a los dictados del imperio en ascenso. En una de sus notas el Apóstol decía que “en cosas de tanto interés, la alarma falsa fuera tan culpable como el disimulo. ... Los peligros no se han de ver cuando se les tiene encima, sino cuando se los puede evitar. Lo primero en política, es aclarar y prever.”
Sus palabras resultaron proféticas, sobre todo en medio de las enormes presiones para que nuestros países firmaran la creación del ALCA. Observando las discusiones en el marco de la citada reunión Martí decía que “en política lo real es lo que no se ve,” y además recordaba que “ningún pueblo hace nada contra su interés. ... Si dos naciones no tienen intereses comunes, no pueden juntarse. ... Cuando un pueblo es invitado a unión por otro, podrá hacerlo con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, ... podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles; pero el que siente en su corazón la angustia de la patria ... ha de inquirir y ha de decir qué elementos componen el carácter del pueblo que convida y el del convidado ... y si es probable que los elementos temibles del pueblo invitante se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado. ... Y el que resuelva sin investigar, o desee la unión sin conocer, o la recomiende por mera frase y deslumbramiento, o la defienda por la poquedad del alma aldeana, hará mal a América.”
Su atenta mirada, esa visión de águila que veía más lejos y más profundo que cualquiera de sus contemporáneos, le permitió producir un retrato de la sociedad norteamericana y de su vocación imperial cuya asombrosa actualidad se confirma día a día pese a que muchos creyeron ver en el advenimiento de Barack Obama el inicio de una nueva era pos-imperialista. Decía Martí que los norteamericanos “creen en la necesidad, en el derecho bárbaro como único derecho: esto es nuestro, porque lo necesitamos,” sentencia ésta que prefigura con un siglo de anticipación la más reciente innovación doctrinaria norteamericana en materia de seguridad: la “guerra preventiva” contra todo aquél que sea definido como una amenaza para la seguridad de los Estados Unidos.
Un indicio de lo grotesco, y a la vez peligroso, de esta doctrina lo ofrece el caso reportado por la prensa hace un par de días y en el que se nos informa que el Departamento de Estado negó la visa de entrada a los Estados Unidos a la Señora Adriana Pérez O’ Conor, esposa de Gerardo Hernández Nordelo, quien junto a otros cuatro héroes cubanos sufre de injusta prisión en aquel país por haber luchado, pacíficamente y sin armas, contra las organizaciones terroristas que han contado con el auspicio y la protección de sucesivos gobiernos norteamericanos, incluyendo la actual Administración. En su dictamen, la Secretaria de Estado Hillary Clinton considera que la simple visita de la esposa de Gerardo “constituye una amenaza a la estabilidad y seguridad nacional de los Estados Unidos”. Es evidente que si ello constituye una amenaza a la estabilidad y seguridad de los Estados Unidos no hay nada ni nadie en este mundo que, en medio de semejante paranoia, pueda evitar ser considerado como un terrorista y, por lo tanto, sometido al escarmiento que se merece por tal condición. ¿Se puede construir un mundo mejor a partir de estas premisas? ¿Era esto lo que Obama pensaba cuando, en su campaña electoral, insistía en afirmar que “somos el cambio que estábamos esperando”.
Como decía Martí, el derecho bárbaro como único derecho: “esto es nuestro, porque lo necesitamos” y punto. Quien se oponga a las pretensiones de la gran potencia y a su “derecho” a apropiarse de lo que se le venga en gana, cuando y cómo lo desee, se convierte en un enemigo al que hay que destruir.
Martí también anotaba los peligros derivados a una intensa relación económica, algo que adquirió especial importancia con los avances de la globalización y las firmas de diversos tratados de “libre comercio” entre la Roma americana y los países de América Latina y el Caribe. Contrariamente a las visiones tan difundidas en estos días, que ven al comercio como un intercambio neutro y mutuamente beneficioso entre las naciones, Martí decía que: “quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político.”
Por último, Martí también advertía sobre la permanente adhesión de Estados Unidos a una de las cláusulas fundamentales de todo imperio: “divide para reinar.” En sus propias palabras decía que “lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro es separarlo de los demás pueblos. El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios.” La política del imperio en relación a los distintos esfuerzos de integración latinoamericana y caribeña corrobora la perdurable vigencia de aquella cláusula gestada en tiempos del Imperio Romano. Cualquier iniciativa integracionista despierta la inmediata respuesta del imperialismo, prometiendo un trato preferencial a los desertores, o a quienes optan por integrarse económica y políticamente a la metrópolis imperial en lugar de aunar fuerzas con sus hermanos, a la vez que no ahorra ataques y mentiras para desprestigiar a quienes pretenden la unidad de los pueblos. Nada nuevo bajo el sol.
Martí es, sin duda alguna, uno de los grandes manantiales desde los que fluye el pensamiento crítico contemporáneo. Recibir un premio que lleva su nombre es un honor y a la vez una enorme responsabilidad. Es también una distinción que trasciende de lejos mi persona y alcanza a los muchos que de una u otra manera hicieron posible este reconocimiento. Quiero agradecer en primer lugar al Comandante Fidel Castro Ruz, porque gracias a su obra en el marco de la Revolución Cubana y a sus palabras y reflexiones a lo largo de poco más de medio siglo varias generaciones de latinoamericanos pudimos acercarnos a Martí y tomar conciencia de los que éramos y de lo que debíamos ser; tomar conciencia de nuestra realidad y de nuestro destino como patria grande, como Nuestra América. Es difícil explicar el impacto que para nuestra generación tuvo aquella célebre frase de Fidel en La Historia me Absolverá cuando declaró que Martí había sido el autor intelectual del asalto al Moncada. Estupor, asombro y, en muchos de nosotros, una búsqueda desenfrenada de ese Martí que la cultura oligárquica de nuestras sociedades presentaba como un literato alejado de las prosaicas preocupaciones mundanales y absorto tan sólo en las escaramuzas que conmovían la república de las letras. Quiero también agradecer a Don Armando Hart, apóstol sin par del pensamiento del Apóstol e incomparable albacea intelectual de su fecundo legado. La incansable labor de Don Armando, traducida en sus libros, artículos, compilaciones, conferencias y grandes reuniones internacionales sobre temas como “El equilibrio del Mundo”, “Por una Cultura de la Naturaleza”, “Con todos y para el bien de todos”, amén de las múltiples iniciativas plasmadas en la Oficina del Programa Martiano y en el Centro de Estudios Martianos, en conjunción con otras realizadas con la UNESCO, ha sido fundamental para la instalación del pensamiento de Martí como una de las referencias fundamentales de nuestro tiempo. Gramsci decía que si no hubiera sido por la labor organizativa y educativa de San Pablo el cristianismo difícilmente habría salido de Galilea, permaneciendo encerrado en su terruño sin trascender más allá de sus fronteras. Sin llevar esta comparación a un imprudente extremo (sobre todo teniendo en cuenta la decepcionante parábola que conduce desde San Pablo a Benedicto XVI) es de toda justicia reconocer la inmensa obra de Don Armando en la promoción y difusión del pensamiento de José Martí.
Quiero agradecer asimismo a la UNESCO y su Director General, representado aquí en la figura del amigo Pierre Sané, por haberme otorgado esta distinción. La UNESCO ha sido a lo largo de décadas una trinchera en contra de las políticas imperiales de arrasamiento de las culturas y las lenguas que componen la maravillosa diversidad del mundo actual. Por eso mismo fue, y sigue siendo, objeto de aviesos ataques y por eso mismo debemos defenderla contra viento y marea. No creo exagerar si digo que es una de las muy pocas instituciones del sistema de las Naciones Unidas en donde las voces de los pueblos, de los oprimidos, de los explotados, de los discriminados, se escuchan con mayor nitidez. Hago extensivo este reconocimiento también al Jurado encargado de recomendar el otorgamiento de este premio.
Corresponde también agradecer a varias instituciones que a lo largo de mi vida me posibilitaron desarrollar esta profunda vocación latinoamericana y caribeña: el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO, organismo que tuve el honor de presidir durante nueve años y en el cual pude contar con equipo de trabajo cuyo tesón, entusiasmo y compromiso militante hizo posible llevar a cabo una labor extraordinaria de difusión del pensamiento crítico y de las ideas martianas. A la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba, la ANEC, cuyos encuentros anuales me brindaron la ocasión, absolutamente única, de ponerme en contacto con colegas de toda América Latina y el Caribe, enriqueciendo mi visión continental y educándome en las distintas realidades de Nuestra América. Y a las autoridades del Centro Cultural de la Cooperación, en Buenos Aires, desde el cual proseguimos con nuestra labor educativa a través del PLED, el Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales, procurando facilitar el acceso a lo mejor del pensamiento crítico contemporáneo a estudiantes, cuadros y militantes de organizaciones populares de toda América Latina y el Caribe. Cumplimos, de este modo, con uno de los preceptos martianos: “ser cultos para ser libres.”
La Universidad de Buenos Aires y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la Argentina me ofrecieron, a lo largo de estos últimos veinticinco años, las condiciones indispensables para realizar mi labor, para adentrarme en mis investigaciones y para explorar el legado martiano. A ellas corresponde también mi más cálido agradecimiento.
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