Lo que identifica a los Ortez Colindres, Rodríguez Maradiaga y Cañas Escalante, y más específicamente a los factores políticos a cuyos intereses prestan voz, es el sentido de conservación de su oprobiosa hegemonía, enquistada en una cultura racista, clasista, falsamente cristiana, socialmente excluyente y antidemocrática del poder en América Latina.
Desde el subsuelo de la historia latinoamericana, o de sus más profundas cavernas, se levantan por estos días de golpismo militar-empresarial voces tenebrosas: voces que expresan, sin pudor, las malas y peligrosas costumbres del poder cuando los de abajo reclaman sus derechos pisoteados durante mucho tiempo, especialmente en nuestras sufridas tierras americanas.
Para quien escribe, un ciudadano costarricense, educado –como tantos centroamericanos- por religiosos salesianos, y cuya vida universitaria ha transitado entre el periodismo y los estudios latinoamericanos, lo sucedido en Honduras: secuestro del Presidente constitucional Manuel Zelaya, falsificación de una carta de renuncia, fraude originario en la designación del gobierno de facto, suspensión de los derechos y garantías individuales, represión de la protesta social, declaratoria del estado de excepción y el asesinato impune de civiles en los alrededores del aeropuerto de Tegucigalpa -por el delito de reclamar el regreso del presidente-, simplemente no puede ser justificado desde ningún punto de vista.
Pero quienes mandan en Centroamérica, es decir, políticos-empresarios, militares y religiosos, apoyados mediáticamente por opinadores a sueldo, todos ellos autoproclamados demócratas y defensores de los más caros valores de la humanidad civilizada (es decir, de la que ellos forman parte, o a la que aspiran ingresar en su utopía neoliberal) y del orden natural del mundo (donde los pobres y excluidos siempre permanecerán postergados, sosteniendo los privilegios de clase de los poderosos), todos ellos, insisto, no han tardado en formular argumentaciones seudojurídicas, de conveniencia política y hasta metafísicas (asustados como están por el fantasma bolivariano que recorre América Latina), para legitimar el atropello a la democracia en Honduras. Veamos tres ejemplos.
En la orfandad internacional a la que han sido confinados los golpistas, el flamante y cavernario canciller de facto hondureño, Enrique Ortez Colindres, se refirió despectivamente al presidente Barack Obama como un “negrito que no sabe nada de nada”, y acusó que “ya Estados Unidos no es el defensor de la democracia (sic). Nosotros somos los que conocemos dónde está Washington y somos los obligados como país pequeño, un pigmeo democrático, a aclararles las concepciones y a leerle, tal vez en su idioma, lo que está pasando” (TeleSur, 05-07-2009).
Como consecuencia del malestar que sus manifestaciones provocaron en Washington, Ortez Colindres presentó su renuncia al cargo de canciller el viernes 10 de julio. El usurpador Roberto Micheletti intentó bajar el tono de lo sucedido, y dijo que se trató de “un incidente al que se le dio un calificativo de escándalo, sin embargo no era más que un planteamiento de un ciudadano, pero nosotros tenemos que creer en la conducta y trayectoria de Ortez Colindres” (Página/12, 11-07-2009).
Por su parte, la jerarquía de la iglesia católica hondureña, en la figura del Cardenal Oscar Rodríguez Mariadiaga, religioso de la orden salesiana, y a quien se reconocía en Centroamérica por su discurso progresista y crítico frente a la globalización económica neoliberal, no dudó en sumar los favores de su investidura a Micheletti, sus secuaces y el nuevo orden golpista.
El Cardenal evitó condenar el secuestro de Zelaya y el adefesio constitucional de su destitución, y luego se opuso abiertamente al regreso del presidente legítimo a Honduras. En una entrevista concedida al diario electrónico salvadoreño El Faro.net (08-07-2009), asumió las banderas de la derecha al afirmar que “últimamente he comprobado en Honduras algo que no existía antes, y es el odio de clases. Y es algo que aparece de forma sistemática. Mel Zelaya tenía asesores de Venezuela, y el odio de clases era la estrategia”.
¿Realmente la incorporación de Honduras a la Alianza Bolivariana inaugura el odio de clases en ese país? ¿A qué lugar de la sociedad han confinado las élites hondureñas, históricamente, a los pobres, a los trabajadores y campesinos, a los pueblos indígenas y garífunas? ¿Por qué se enfoca la atención en el presidente Hugo Chávez y no en ese símbolo de la ocupación nacional y el imperialismo que es la base militar estadounidense en Soto Cano? A ninguna de estas preguntas, claves para la comprensión sociopolítica de la realidad hondureña y centroamericana, se refiere el Cardenal Rodríguez Maradiaga.
Finalmente, en Costa Rica, Alberto Cañas Escalante, un político socialdemócrata de amplísima trayectoria, padre de la Segunda República en 1948, hombre de cultura (periodista, escritor, miembro de la Academia Costarricense de la Lengua) y actual presidente de un partido que pretende gobernar el país a partir del 2010, llevó aún más lejos las tendencias progolpistas centroamericanas. No solo se explicó el golpe de Estado contra Zelaya, sino que además, en un arrebato de inspiración, urgió el derrocamiento de los presidentes Chávez y Daniel Ortega: “ojalá boten al loco de Nicaragua, ¿quién? No sé. Ojalá se vuelen al loco de Venezuela, ¿quién? No sé” (ElPaís.cr, 07-07-2009).
A posteriori, en un breve comunicado, Cañas Escalante, sin retractarse e invocando su derecho a la libertad de expresión, calificó de “pequeño incidente” sus declaraciones sobre el golpe en Honduras. Tal cual lo hizo Micheletti en defensa de su breve Canciller.
¿Pequeños incidentes? No. Lo que identifica a los Ortez Colindres, Rodríguez Maradiaga y Cañas Escalante, y más específicamente a los factores políticos a cuyos intereses prestan voz, es el sentido de conservación de su oprobiosa hegemonía, enquistada en una cultura racista, clasista, falsamente cristiana, socialmente excluyente y antidemocrática del poder en América Latina.
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