Un exitismo fatídico recorre nuestra historia y una necesidad de metabolizar frustraciones colectivas elimina la posibilidad de pensar a largo plazo. No hay proyecto de país y los partidos políticos no son ajenos a esa generalización. No hay pensamiento estratégico a pesar del Bicentenario de la Patria a cumplirse el año próximo y que dentro de siete más, vamos a cumplir dos siglos de emancipación.
Roberto Utrero* / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Desde Mendoza, Argentina
La lectura sobre los resultados electorales del pasado 28 de junio en Argentina, muestra que el electorado va modificando su conducta. Poco queda de los resabios atávicos de otros tiempos en donde la adhesión a un partido determinado, generaba lazos sólidos y confiables. Ahora no, una nueva lógica parece haber penetrado en el cuarto oscuro y con idéntica respuesta a las ofertas de las góndolas de los supermercados, los votantes eligen a sus representantes como si fueran un capricho a consumir. Hasta el voto cautivo de los planes sociales de la época Duhaldista ha sido sepultado y esto es, desde ya, un progreso.
Atrás quedaron las convocatorias eleccionarias en donde los partidos tradicionales se diferenciaban por ideología y su correspondiente plataforma; partidos que a la vez se asentaban sobre una base de afiliados que respondía fielmente a sus dirigentes. Todo eso se fue a pique. Nadie representa a nadie y las agrupaciones políticas que se presentaron en las listas oficiales son fruto de negociaciones y alianzas efímeras y transitorias, cosa que fue advertida inmediatamente por los ciudadanos.
Si los resultados actuales los observamos frente a la renovación presidencial del 2011 no tienen proyección. Todo puede variar, no sólo por la vorágine de las situaciones con que vivimos los argentinos sino porque todas esas alianzas armadas para conformar un bloque opositor son demasiado vulnerables y débiles. Pasibles de ser modificadas antes de la asunción.
El triunfo aplastante del vicepresidente Julio Cobos, (surgido como líder opositor luego de su voto “no positivo” en el Congreso), en Mendoza por un 25% sobre el oficialismo justicialista (50 % imponiendo dos senadores sobre uno), se diluye porque la provincia, cuarta luego de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, significa un 4 % del electorado nacional y luego instalado en la Capital Federal deberá confrontar fuerzas y liderazgo con otros radicales como Margarita Stolbizer o Ricardo Alfonsin por arriesgar algunos nombres.
Lo mismo sucede con el justicialismo y el devaluado kirchnerismo: a pesar de la excelente elección de Carlos Reuteman en Santa Fe y el entusiasmo de Das Neves en Chubut, que ya empapeló al país con su afiche de presidente 2011, pero su provincia apenas supera el 1 % del total electoral del país, no representa nada por lo que deberá trabajar intensamente para promocionarse.
Una sociedad líquida genera instituciones políticas líquidas. No hay nada sólido, mucho menos valores y si los hay, son los de la oferta y la demanda, como observó Zigmun Bauman. El mercado se trasladó subrepticiamente a todas las esferas de las relaciones humanas y la política no podía ser una excepción: quien tuvo más dinero para la campaña e hizo mayor uso del marketig televisivo del entretenimiento, caso específico de Francisco de Narváez de la Unión Pro. Candidato mediático de la derecha, sin propuestas, aliado a Mauricio Macri, actual jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, superó al oficialismo liderado por Néstor Kirchner en más del 2%. Esto en provincia de Buenos Aires, el mayor distrito electoral, un 37 % del electorado nacional.
Siempre se apela al voto castigo, bronca y el temperamento nacional ha aportado posturas anti oficialistas desde el conflicto del campo, el desarrollo local de la crisis financiera mundial posterior y vaya a saber lo que pase con la epidemia de gripe A que pareció desencadenarse de improviso luego del domingo. Porque de una cosa debemos convencernos: los argentinos agotamos cualquier tema inmediatamente y surge otro al otro día que nos impide recordar lo pasado. Fruto de ello es que nadie se acuerda de la tremenda crisis del 2001/2002, en donde la gobernabilidad se hizo imposible, se dejó de lado la convertibilidad, con la respectiva fuga de capitales, el 60 % de la población cayó bajo la línea de pobreza, hubo trueque y once monedas provinciales, la posterior recuperación y lo ocurrido el año pasado con la discusión por las retenciones.
Un exitismo fatídico recorre nuestra historia y una necesidad de metabolizar frustraciones colectivas elimina la posibilidad de pensar a largo plazo. No hay proyecto de país y los partidos políticos no son ajenos a esa generalización. No hay pensamiento estratégico a pesar del Bicentenario de la Patria a cumplirse el año próximo y que dentro de siete más, vamos a cumplir dos siglos de emancipación.
La burda mojiganga televisiva que instaló el prócer mediático Tinelli, obligó a la participación y complacencia de los principales dirigentes políticos en un todo vale y todo suma, promocionando en los sectores más cadenciados a un yuppy que quería convencer y convencerse de que “era un hombre común”. En definitiva lo logró y los actos los cerraba el mismo grupo de imitadores televisivos manejados por el Zar de los medios.
Lo único rescatable desde el pensamiento nacional fue el segundo puesto logrado en Capital Federal por el Proyecto Sur de Fernando “Pino” Solanas, quien logró cuatro bancas frente a cinco del macrismo. Y si alguien ha venido trabajando por imponer un proyecto ideológico nacional desde hace décadas a través de su filmografía y prédica política, ha sido él.
Lo diferente de esta elección es la movilidad de los votantes. Esta gran fluctuación está demostrándole a los representantes elegidos que no tienen un cheque en blanco para hacer lo que quieran, que tienen un apoyo efímero y que sino escuchan y hacen lo que quiere la gente, se cambian. Así de sencillo.
En este sentido, estas legislativas han roto con encuestas, hegemonía de medios de comunicación y expectativas tradicionales; se ha inaugurado una nueva forma de hacer política.
*El autor es politólogo argentino.
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