La “defensa el mundo libre”, anterior estratagema norteamericana para intervenir militarmente en América Latina, así como ahora lo es la excusa de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo (o el narcoterrorismo, la narcoguerrilla y demás ornitorrincos semánticos), engendró fenómenos como los Kaibiles que hoy alimentan al narcotráfico.
Rafael Cuevas Molina/AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
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En la pequeña Costa Rica se ha desatado una polémica pública, a raíz de la aprobación de su Asamblea Legislativa del ingreso de un verdadero ejército norteamericano, conformado por más se 13 mil marines, un portaviones, 46 barcos y 200 helicópteros, con el objetivo, dicen, de combatir el narcotráfico.
Como es de sentido común, muchos se preguntan cómo hará un portaviones para perseguir a las lanchas rápidas de los contrabandistas que se escabullen entre los intrincados manglares de la costa; o cómo detectarán los helicópteros los alijos camuflados de tan diversas y creativas formas que ni los rastreadores de rayos X, ni de ultrasonido, ni la revisión in situ lo pueden hacer.
Otros, que ven allende las fronteras, ven el ejemplo de México, en donde la política de “guerra” contra el narcotráfico ha desencadenado una situación de violencia desmadrada que pone en jaque a la sociedad civil y al Estado, violencia que se lleva a cabo con armas las más de las veces trasegadas ilegalmente desde los mismos Estados Unidos.
En efecto, ahí en donde los Estados Unidos tienen una presencia preponderante, el narcotráfico, en vez de declinar, aumenta. Afganistán es uno de los ejemplos más claros.
Recientemente, en el mes de marzo de 2010, el enviado ruso ante la OTAN criticó duramente a los Estados Unidos por no combatir al narcotráfico en ese país. Como se sabe, Afganistán produce el 90% de la heroína que se consume en el mundo. La producción de la amapola se multiplicó 10 veces desde la invasión norteamericana en el 2001 así como, en América Latina, la producción de cocaína creció desde la implementación del Plan Colombia.
La “defensa el mundo libre”, anterior estratagema norteamericana para intervenir militarmente en América Latina, así como ahora lo es la excusa de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo (o el narcoterrorismo, la narcoguerrilla y demás ornitorrincos semánticos), engendró fenómenos que hoy alimentan al narcotráfico.
Uno de ellos es el de los famosos Kaibiles guatemaltecos, fuerzas de elite del ejército de ese país, conformadas al calor de la guerra contrainsurgente en el marco de la política de Seguridad Nacional en la primera mitad de la década de los setenta. Los Kaibiles son famosos por su perfil profesional deshumanizado (que incluye devorar animales vivos con el fin de aterrorizar a población civil bajo su asedio) y su culpabilidad probada en masacres de pobladores desarmados (que incluyó asesinato de ancianos y niños de la forma más cruenta, como estrellar a los bebés contra rocas para ahorrar municiones; o sacar los fetos del vientre de las madres que eran asesinadas en público).
Elemento de estas fuerzas de elite del ejército guatemalteco, punta de lanza en la guerra del “mundo libre” contra la amenaza comunista en Centroamérica desde la década del setenta hasta la del noventa; aceitadas máquinas de matar, son ahora entrenadores de las nuevas generaciones de sicarios mexicanos, especialmente del Cartel del Golfo, conocidos como Los Zetas.
Como lo consignó en el 2005 el diario El Universal, de México, por $700 a la semana los Kaibiles (que son resultado de la política norteamericana hacia la región) se ponen a las órdenes del narcotráfico.
A todo lo anterior se puede agregar las continuas denuncias relacionadas con el involucramiento directo de miembros de la DEA (Drug Enforcement Administration) norteamericana en el narcotráfico y el lavado de dinero proveniente de él. Por ejemplo, en diciembre del 2005, el abogado del Departamento de Justicia Thomas M. Kent, afirmó que agentes federales de la DEA de la sede en Bogotá, Colombia, eran actores corruptos en la guerra contra las drogas (la DEA es parte del Departamento de Justicia).
El memorándum de Kent[1] contiene algunas de las más serias acusaciones jamás lanzadas contra funcionarios antinarcóticos estadounidenses: que agentes de la DEA en el frente de la guerra contra las drogas en Colombia están en las nóminas de los traficantes de drogas, son cómplices en los asesinatos de informantes que sabían demasiado, y que directamente involucrados en ayudar a los famosos escuadrones de la muerte paramilitares de Colombia a lavar su dinero.
El memorándum va más lejos y afirma que, en vez de ser unas cuantas “manzanas podridas” las que necesitan ser denunciadas a sus superiores, estos agentes están siendo protegidos por una cobertura en marcha orquestada por las oficinas de “monitoreo” dentro del Departamento de Justicia.
¿Están los Estados Unidos combatiendo al narcotráfico?
¿La avasallante llegada de una fuerza militar a Costa Rica, responderá a ese propósito?
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