La escuela es una realidad compleja en la que confluyen múltiples intereses: los del Estado, los de las familias, los de las empresas y las iglesias, los de cada uno de los actores y actoras de los procesos educativos. Tomar conciencia de tal complejidad puede ser un buen paso para repensar los procesos educativos y reorientarlos hacia la construcción de relaciones de paz.
De vez en cuando -y cada vez con más frecuencia- es noticia en Costa Rica algún caso de violencia estudiantil. Cada vez que un hecho de este tipo sucede, se genera el debate sobre las causas de la violencia y sobre las estrategias para superarla. Después de algún tiempo, el debate se debilita y la violencia sigue carcomiendo las interrelaciones en los ambientes educativos.
Aquí solo quiero aportar dos ideas sobre las causas de la violencia estudiantil y alguna pista para su abordaje educativo.
a) La escuela es violenta porque ella suele ser reproductora del entorno violento en que está inserta. Quienes participan en los procesos educativos no son ajenos al contexto. Y el contexto es violento. La violencia que hemos cultivado traspasa todos los cuerpos y todas las estructuras. Los cuerpos son configurados por relaciones de poder violentas. Son los cuerpos que aprenden violencia en un entorno violento.
La escuela -y demás espacios educativo- no son paréntesis o islas, sino parte de un sistema que reproduce violencia. Es cierto que la escuela también puede generar procesos educativos que se resisten al cultivo de la violencia y que -por eso mismo- puede acompañar procesos alternativos, orientados a la construcción de relaciones de paz; sin embargo, con mucha frecuencia las escuela se ven atrapadas por las redes de la violencia y -sin que los mismos educadores sean conscientes de ello- reproducen el tipo de interrelaciones violentas que se cultivan fuera de la institución.
Fuera de la escuela son violentos los espacios laborales, las calles, y los escenarios deportivos. Son violentas las Iglesias: por su autoritarismo, por la pretensión de poseer la verdad de forma exclusiva, por la prepotencia con que sus jerarcas hacen callar a quienes no piensan como ellos, por la exclusión de las mujeres en algunos ministerios; son violentos los salarios injustos que amplían las asimetrías; son violentos los noticieros de televisión que hacen de la violencia un espectáculo rentable; es violenta la política, aunque las elecciones se realicen “en paz”. Es violento el comercio, basado en la competencia y en la lógica ganar-perder.
b) La escuela es violenta por sí misma. La escuela y las demás instituciones de educación formal son intrínsecamente violentas. Son violentos los exámenes y demás estrategias de control y selección; son violentos los criterios de entrada, de permanencia y de salida: tan violentas que a bachillerato solo llega el 40% de las personas que deberían estar allí. Es violento el culto a algunos autores, libros y programas; es violenta la exclusión de aquellas formas de construcción de saberes que no coinciden con los criterios occidentales de cientificidad; es violento el planeamiento educativo y curricular que homogeniza porque no toma en cuenta las necesidades educativas de los diversos contextos y culturas. Es violenta la forma en que las personas educadoras son reducidas a ejecutoras de planes en cuya elaboración no han tomado parte. No contribuye a la paz, la adopción teórica y práctica, por parte de la escuela, de categorías que pertenecen más al mundo de la empresa competitiva que al de la pedagogía: calidad, excelencia, competencia, capital humano, planeamiento estratégico, etc.
La escuela es una realidad compleja en la que confluyen múltiples intereses: los del Estado, los de las familias, los de las empresas y las iglesias, los de cada uno de los actores y actoras de los procesos educativos. Tomar conciencia de tal complejidad puede ser un buen paso para repensar los procesos educativos y reorientarlos hacia la construcción de relaciones de paz.
Otra condición indispensable para hacer de la escuela un espacio para la construcción de la paz en que las personas educadores identifiquen los mecanismos violentos -mecanismos frecuentemente diminutos pero eficientes-, sean críticos frente a ellos y se dispongan a sustituirlos por mecanismos capaces de promover relaciones de paz. Entre estos últimos mecanismos deben tener prioridad aquellos orientados a sustituir el temor por la amabililidad. El temor no educa, mientras que el afecto expresado es condición para el aprendizaje.
Una última pista -sin pretender aquí agotarlas- es la necesidad de hacer de la escuela un espacio en el que las diferencias -culturales, religiosas, de género, etc.- no sean comprendidas como un obstáculo para el aprendizaje, sino condición indispensable para el mismo. Cuando las diferencias encuentras “su casa” en la escuela, el diálogo y la solidaridad sustituyen al monólogo y a la competencia.
*El autor es docente en la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión de la Universidad Nacional de Costa Rica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario