Las ciudades centroamericanas concentran las inequidades de las sociedades de las cuales son fruto. La pobreza y el pobrerío se desborda y reclama, cada vez más agresivamente, un lugar que se les niega en el paraíso del consumo.
Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica
(Fotografía: "Visite Costa Rica", de David E. Merino, tomada de Revista Amauta)
Según cálculos del CELADE[1], en el 2030 el 62% de la población centroamericana vivirá en centros urbanos. Esto inscribe las dinámicas de la cultura de la región en sintonía con las tendencias de la globalización que tienden a homogenizar patrones culturales a nivel mundial, puesto que la ciudad es la principal receptora y reproductora de las culturas transnacionales contemporáneas. Las ciudades de la región serán cada vez más abigarradas, variadas, multiétnicas, segmentadas y alineadas con patrones de consumo transnacionales.
Centroamérica empieza a parecer un suburbio pobre de las grandes ciudades norteamericanas como Los Ángeles, Chicago, Nueva York o Miami. El centro de esa gran urbe está en el corazón de esas ciudades, mismo a las que accederán los migrantes que logren atravesar las fronteras que los separan de los Estados Unidos solo como limpia vidrios, barrenderos o destaqueadores de inodoros.
Sobreviviendo asustada, una reducida clase media se parapeta en pequeñas fortalezas urbanas de las que cada vez sale menos. En tales pequeños guetos acceden a los beneficios de la TV por cable, conectividad a Internet, agua potable, electricidad y, los menos, piscina y club social.
Las ciudades centroamericanas concentran las inequidades de las sociedades de las cuales son fruto. La pobreza y el pobrerío se desborda y reclama, cada vez más agresivamente, un lugar que se les niega en el paraíso del consumo que proclaman los anuncios gigantescos que bordean las calles en las que circulan, por miles, los automóviles usados y desechados en el primer mundo. Un tipo especial de ciudad emerge en este contexto: las ciudades boutique. Llamamos “ciudades boutique” a aquellas que, en Centroamérica, se han ido transformando en función de las necesidades que les plantea la creciente afluencia de turismo. Emblemáticas son Antigua en Guatemala, Granada en Nicaragua y, en menor grado, Suchitoto en El Salvador. Son ciudades “intermedias” por su tamaño, que se han convertido en escenarios de una puesta en escena posmoderna, ecléctica y globalizada que modifica los hábitos de vida locales, y orienta la mayoría de su actividad hacia la satisfacción de las necesidades de quienes llegan de afuera. En función de ellos, los productos de las culturas populares sufren transformaciones importantes al convertirse en artesanías consumidas masivamente; se estereotipan formas de comportamiento, tradiciones y relaciones sociales; se cambia el patrón de uso de zonas enteras de la ciudad; se desplaza población nativa para dejar paso a nuevos propietarios o inquilinos que puedan pagar los nuevos altos precios.
La afluencia de personas de todo el mundo, pero especialmente norteamericanos y europeos, genera espacios de cosmopolitismo que no tienen ni las ciudades capitales, y a los que tienen acceso restringido los nacionales considerados demasiado rústicos y pueblerinos, demasiado cargados de prejuicios, tabúes y normas de comportamiento primitivas. Las relaciones humanas se trastocan pues los dominantes nativos son objeto del desprecio de los que llegan de afuera, mientras los autóctonos sometidos (como los indígenas o los negros) acaparan la atención de los que, por antonomasia, son considerados civilizatoriamente superiores. Así, las ciudades boutique se constituyen en espacios contradictorios en el que se cuestionan las normas sociales prevalecientes, en donde se muestra in situ otras posibles formas de ser.
El equivalente a lo que sucede en estas ciudades son las playas costarricenses. En el Caribe de este país es emblemático Puerto Viejo, pequeño villorrio transformado en escenario degradado de pueblo tropical en donde los afrocostarricenses, tradicionalmente marginados del aparataje identitario nacional, adquieren protagonismo exótico. Un proceso parecido pero con sus propia dinámica ocurre en las costa del Pacífico de ese país. Lugares como Jacó, Tamarindo, Sámara, y crecientemente la zona del Pacífico Sur, la península de Osa, se ven invadidos por un tipo de desarrollo en el que las poblaciones locales se insertan solamente como personal de servicio en las grandes cadenas hoteleras y de restaurantes. Los efectos del turismo que llega a las ciudades boutique de Guatemala, Nicaragua y El Salvador y a las playas de Costa Rica, es la más de las veces distorsionante de las dinámicas culturales locales.
El área rural, cada vez más abandonada, sin la alternativa de los países metropolitanos que elevaron el rendimiento agrícola con la mecanización y el apoyo de las subvenciones estatales, está condenada a languidecer y, con ella, la cultura popular tradicional que, en nuestros países, tiene ahí su lugar de existencia. Quedará relegada cada vez más a pequeños reductos que la “rescatan” artificialmente, transformándola en espectáculo folclórico que adorna actos oficiales y celebraciones cívicas que apelan a las raíces comunes y a los sentimientos patrióticos.
¿Hay alternativa? Sí, pero en otro modelo de desarrollo.
NOTA
[1] . Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía de la CEPAL.
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