El Sucre ha vuelto como moneda virtual de un grupo de países latinoamericanos y ha dado su primer paso facilitando intercambios comerciales entre Venezuela y Ecuador.
Guardo con gran afecto, entre las hojas de mis libros, los viejos y añorados billetes de sucres. Son el recuerdo de un tiempo perdido, en el que nuestro país tenía soberanía monetaria. Un tiempo que colapsó porque la oligarquía agroexportadora y los gobiernos irresponsables usaron y abusaron de las devaluaciones, para estafar al país y enriquecer a pequeños círculos. Al final, vinieron el colapso financiero, el saqueo mayor y la dolarización, y hasta en ese momento el sucre fue usado para engordar a los banqueros–bandidos, con enormes préstamos de liquidez otorgados por el Banco Central.
Desde entonces, la derecha ha mantenido una cerrada campaña política contra el sucre, dándonos a entender que nuestra moneda nacional fue la culpable de gran parte de los males del último período republicano. En realidad, eso es parte de su política en pro de la dependencia internacional, que también incluye la búsqueda de tratados de libre comercio con las grandes potencias capitalistas. Y revela también su miedo a un eventual regreso del sucre como moneda nacional.
Una moneda nacional no es buena ni mala en sí misma. Es un símbolo de soberanía que tienen todos los países que se preocupan por ella, que son la mayoría. Y es un instrumento de política económica que puede ser bien o mal usado, en favor de las mayorías o de las minorías oligárquicas. No hay, pues, que satanizar a nuestro antiguo sucre, culpándole de los males causados por una oligarquía rapaz y unos gobiernos irresponsables.
Pero el Sucre ha vuelto, esta vez como moneda internacional y símbolo de soberanía latinoamericana, bajo el amparo de la ALBA. Es una moneda virtual, cuyas siglas significan Sistema Único de Compensación Regional, y cuya finalidad es facilitar las transacciones comerciales entre los países asociados a esta alianza. Dicho de otro modo, su finalidad práctica será la de sustituir al dólar, o a otras divisas extranjeras, en nuestros intercambios con países latinoamericanos. Y eso nos ahorrará costos, nos liberará de otro mecanismo de dependencia y nos brindará un poco más de soberanía.
El Sucre ha vuelto como moneda virtual de un grupo de países latinoamericanos y ha dado su primer paso facilitando intercambios comerciales entre Venezuela y Ecuador, la tierra donde nació e hizo sus primeras luchas Antonio José de Sucre y el país que liberó, amó y escogió para vivir ese gran libertador y estadista. Así, pues, esto tiene mucha utilidad práctica, a la vez que mucha simbología.
La utilidad práctica está a la vista: en el futuro no necesitaremos disponer de divisas extranjeras para comprar y vender entre latinoamericanos, pues el Sucre será nuestra divisa de intercambio. En cuanto a la simbología, nos emociona ver que vuelva a la palestra pública el nombre de nuestro Libertador, el que consagró en Pichincha la larga lucha de nuestro pueblo por su libertad. Y nos lleva a recordar que Sucre fue uno de los primeros, si no el primer estadista latinoamericano, que se opuso al libre comercio, porque comprendió muy temprano que ese era, en verdad, un mecanismo de las grandes potencias para penetrar en nuestras economías y arrasar con nuestra producción interna.
Pensamos que la entrada en uso de esta nueva moneda es un gran paso, pero solo el primero, que exige de nuevos y audaces pasos en la misma dirección de dignidad y soberanía. Ahora habrá que fortalecer en la práctica el uso del Sucre como moneda virtual de los países de la ALBA, para luego convertirlo en un mecanismo útil a toda la región, y finalmente dar el gran salto y transformarlo en la moneda común, la moneda física, de toda nuestra América.
Como nos lo enseñaran Bolívar y Sucre, hay que pensar en grande para llegar lejos.
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