"Cuando, en 1988, se terminó de ensamblar la obra, el escultor le hizo un tratamiento de ácido sulfúrico para que su bronce no relumbrara. Delarra decía que ese era un Che Guerrillero, lleno de tierra y sudor, y por eso quería que tuviera hollín y no brillo".
Desde Santa Clara, Cuba
Quién puede negar que el Che camina aún rumbo al sur de América, el brazo en cabestrillo, las botas hechas al abrupto camino de la rebeldía. Si la foto de Korda inmortalizó su rostro, toda su acción se hizo poesía en los trazos de la monumental escultura de bronce que, hace ya 22 años, nació de las manos de José Delarra (La Habana 1938-2003), para coronar la Plaza de la Revolución de Villa Clara.
"No esculpí simplemente al Che de la batalla de Santa Clara —declaró el artista en una entrevista—, aunque tiene su brazo izquierdo enyesado, como en aquellos días. La figura está orientada hacia el suroeste, como si viniera del oriente de Cuba y torciera hacia la izquierda en busca de su destino".
Muchos aseguran que nunca estuvo el guerrillero en la Loma de la Tenería, donde se levantó el Complejo Monumental en su memoria. Pero en plena década de 1980 un plan de urbanización proponía el traslado del centro de Santa Clara hacia la zona occidental de su circunvalación, alrededor de la cual crecerían edificios de gobierno y viviendas.
Una decisión más urbanística que histórica determinó que la plaza se erigiera en su locación actual. Desde allí, solo su belleza y magnificencia podían hacerla merecedora del valor cultural y arquitectónico que en definitiva ganó para la provincia.
Ante tan magno reto, Delarra concibió y forjó todo el Conjunto escultórico con simetría alargada y rectangular, llenando el espacio con murales, frisos y altas jardineras colmadas de solandas amarillas. Ismary Fernández, especialista principal del Complejo, cuenta que “la plaza se pensó como un lugar sencillo, donde desfilaran los villaclareños en días significativos. Desde que se culminó, en 1988, comenzó a recibir público interesado en la escultura del Che; pero a partir de 1997, con la llegada de los restos del guerrillero y su grupo en Bolivia, el número de visitantes aumentó”.
La directora del Complejo Fe García asegura que, a pesar de las transformaciones que fueron necesarias entonces, “la misión siguió siendo la misma: formar valores culturales, éticos y políticos al divulgar el pensamiento y la obra de Ernesto Guevara dentro y fuera de Cuba”. Para lograrlo “no podemos perder de vista la conservación preventiva, muy importante para el trabajo con todos los fondos y en todas las secciones del Complejo. Este sitio ya acumula 22 años, el mismo tiempo que lleva la estatua en su pedestal”.
Razón de más para que, desde febrero de 2010 y hasta hace muy poco, andamios y constructores rodearan el icónico Che de la Plaza santaclareña para darle mantenimiento por primera vez en toda su historia. Las complejidades de la rehabilitación estuvieron en la altura de la escultura, su peso e inclinación, los mismos retos que afrontaron el escultor, los arquitectos, obreros e ingenieros que la vieron nacer.
En 1988, contaba Delarra su conmoción al colocar, a 30 metros de altura, una pieza de 20 toneladas, ajustada a su base por 12 pernos. Para los villaclareños fue impresionante ver la pieza entre andamios durante meses, tanto como lo había sido su izaje. La ausencia física de Delarra, desde el 26 de agosto de 2003, convertía la rehabilitación de la escultura del Che Guerrillero en meta aún más compleja. Pero el ingeniero estructural Pedro Nolasco Ruis estuvo todo el tiempo a pie de obra, atareado entre gratos recuerdos del pasado.
Celador del ayer
En 1988, Pedro Nolasco era director del Buró Técnico de la Facultad de Construcciones de la Universidad Central de Villa Clara, un aparato creado para proyectos y consultorías con alumnos y profesores jóvenes.
Asegura que nunca se atrevió a preguntar al artista por qué lo llamó tantas veces para trabajar después de su primer encuentro, en el Monumento al Tren Blindado. Quizá por la empatía que desarrollaron en medio del trabajo, quizá por su seriedad ante cada detalle; lo cierto es que, hasta el presente, Nolasco es parte indispensable de la obra más conocida de Delarra.
“Las grandes esculturas que existían en Cuba, al menos hasta que se fundiera la del Che de Santa Clara, habían sido en su mayoría hechas en Italia. En ese país existe un método conocido como cera perdida, con el que se crea la estatua empleando cera, se coloca un molde contra otro, se vierte el bronce, y la cera se escurre por el calor. Gracias a esa técnica se crean estatuas de una sola pieza, que por muy grandes que sean tienen una enorme resistencia. Pero la dirección de la Revolución decidió hacer en Cuba la escultura que presidiría la Plaza, y hacerla con bronce cubano, con artistas e ingenieros cubanos.”
Más de dos décadas después de aquel trabajo, ante la inminente reparación de la escultura del Che Guerrillero, Nolasco fue de nuevo convocado a velar por que se conservaran los toques del artista y el tiempo.
Es común escuchar que todo el pueblo participó en la forja de la escultura del Che.
El bronce se obtuvo de las donaciones que el pueblo organizó por cada barrio. La gente entregó pequeñas piezas más o menos antiguas, candelabros, esculturas diminutas. Para fundir el bronce hubo que ir a una empresa que se llamaba en aquel momento Cubana de Bronce, en el municipio de Guanabacoa, en Ciudad de La Habana, y como los hornos que ellos tenían eran muy pequeños hubo que hacer 32 piezas para unirlas después por soldadura. Esta técnica no era confiable para garantizar que la escultura resistiera el viento de las alturas y se decidió crear en su interior una estructura de acero, con la misma función de sostén del esqueleto en el cuerpo humano.
¿En esa fase intervino usted?
Participé en todas las etapas, desde la ubicación de las piezas en La Habana, la transportación para Santa Clara, el ensamblaje en el mismo lugar donde se construía la Plaza hasta el montaje de la escultura. Pero mi función fue efectivamente hacer la plaza segura, lograr que con su estructura interna la estatua resistiera los embates de vientos huracanados a pesar de sus dimensiones monumentales y de la marcada inclinación con que la concibió Delarra para asemejar el paso del Che por zonas montañosas.
El escultor dijo más de una vez que si su obra un día caía, él caería con ella.
Desde que comenzaron los trabajos en la Plaza de la Revolución me liberaron de mi trabajo en la Universidad para que trabajara con Delarra a tiempo completo, al tanto de las necesidades estructurales de todos sus proyectos.
La estatua del Che fue polémica desde el punto de vista artístico. Hubo escultores que discreparon con las técnicas empleadas por Delarra; pero en el mundo del arte eso puede ser bastante frecuente. Yo siempre le decía a él: no te preocupes, si la estatua queda segura alcanzarás todo el reconocimiento, si se cae la culpa será mía. Él nunca se entrometió en mi trabajo, yo mucho menos en el suyo. La relación entre los dos fue tan buena que después me invitó a hacer otras cosas, hasta que enfermó. La última vez que lo vi había sufrido un infarto. Le pregunté qué iba a hacer a partir de ese momento y me contestó que él era escultor. Meses después falleció, con muchos planes aún en la cabeza.
¿Cuál fue el objetivo de esta reciente reparación de la estructura?
Cuando izamos la estatua, hicimos una protección de sus piezas de acero posteriores con un sistema electronuclear. Ese tratamiento garantizaba entre diez y 15 años sin que la corrosión dañara el metal, y habían pasado 22 sin que se renovara.
La rehabilitación se produjo por dentro de la escultura. Como sabíamos que en algún momento esa reparación sería necesaria, desde la creación de la tribuna concebimos una abertura de 60 centímetros en la base de bronce, a través de la cual se puede acceder a los pernos que la sujetan a su pedestal y a sus planchas de soporte. Desde ahí se renovó lo necesario y se trató el resto con convertidores de óxido.
En la rehabilitación no hubo riesgos artísticos. Todos recordábamos que cuando, en 1988, se terminó de ensamblar la obra, el escultor le hizo un tratamiento de ácido sulfúrico para que su bronce no relumbrara. Delarra decía que ese era un Che Guerrillero, lleno de tierra y sudor, y por eso quería que tuviera hollín y no brillo; él la quería justo como luce después de tantos años en la Plaza de la Revolución.
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