Habría sido fundamental conmemorar los bicentenarios latinoamericanos en conjunto, porque esa es su dimensión.
El interés por los bicentenarios de las independencias de América Latina partió de los historiadores que a inicios del nuevo milenio reflexionaron sobre el tema y sobre cómo los países celebrarían esas gestas. Los gobiernos asumieron ese interés más tarde, conformando Comités del Bicentenario.
Tales Comités, presididos por los presidentes de las repúblicas e integrados por varios ministros y otros funcionarios estatales, debían fijar las políticas para las celebraciones. A un nivel operativo, contaron con Comités Ejecutivos, cuyas reuniones se iniciaron en 2008, arribando a la conformación del “Grupo Bicentenario”, integrado en la actualidad por ECUADOR, Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, El Salvador, España, México, Paraguay y Venezuela.
Desde Ecuador se han sostenido varias “ideas-fuerza” centrales. Primero, la independencia fue un proceso, lo que significa que atravesó distintas fases.
No puede descuidarse la de antecedentes, donde hubo una serie de movimientos precursores. Siguió la fase de las Juntas. En 1809 se formaron Juntas en La Paz y Quito, pero en 1810 siguieron en Caracas, Bogotá, Buenos Aires y Santiago de Chile. En la revolución mexicana de 1810 no hubo Junta. Y desde 1811, progresivamente, se lanzó la lucha definitiva por las independencias.
Del “fidelismo” inicial (fidelidad al Rey), que no dejó de sostener el autonomismo, se pasó de inmediato al independentismo. En estos momentos actuaron intelectuales y prestantes figuras civiles, como líderes del proceso. En la fase final actuaron los caudillos militares, que sellaron las independencias.
En segundo lugar, Ecuador ha sostenido que el proceso independentista es latinoamericano. Esto significa que no se reduce a los aparentemente aislados pronunciamientos y Juntas locales, sino que todos los movimientos pertenecen al proceso mismo de la independencia de América Latina, en una época en la que no hay todavía Estados particulares.
La tercera idea es fundamental: la independencia fue una lucha anticolonial.
Ese fue su carácter en el largo tiempo. No fue un “eco” de las “revoluciones atlánticas”, ni de la francesa, ni de una supuesta independencia “iberoamericana” inscrita en la “crisis de la monarquía española”. Estas son las tesis del revisionismo histórico, que minimizan y subvaloran el proceso específico de América Latina, región que cambió una época en todo el mundo.
Considerado así el proceso de la independencia, no cabe confundir su inicio con el final. Estamos celebrando los inicios de las independencias. En el caso de la Revolución de Quito en ese comienzo están íntimamente conectados el 10 de agosto de 1809, cuando se instaló la Junta soberana, con el 2 de agosto de 1810, cuando ocurrió la escandalosa matanza de los próceres y revolucionarios. La Junta todavía fue “fidelista”. Después, Quito definió su independentismo radical: en 1811 se reunió el primer Congreso de Diputados y en 1812 se proclamó el Estado libre de Quito y se dictó la primera Constitución, el 15 de febrero. Habría sido fundamental conmemorar los bicentenarios latinoamericanos en conjunto, porque esa es su dimensión.
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