Si a causa, y a través de este Río ha habido guerras, han caído presidentes y han muerto instituciones políticas importantes (como lo fuera la Corte de Justicia Centroamericana), ahora por su causa deberá nacer una nueva actitud política para los vecinos del Norte y el Sur, una paz duradera y una nueva institucionalidad que confraternice a las dos naciones.
Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica
No es momento de bromas, chistes o gestos de mal gusto y menos de malas ocurrencias. Los nicaragüenses son nuestros vecinos, más aún, son nuestros hermanos; además trabajan en nuestro terruño, generan gran parte de nuestra riqueza y colaboran en actividades propias de nuestra vida cotidiana. Nuestra historia común, desde la Colonia, está íntimamente vinculada: el primer maestro de escuela pública en Costa Rica fue un leonés, el Bachiller Osejo, y nuestra clase política se educó, durante muchos años, en la Universidad de León: único centro intelectual existente para todo el sur de Centroamérica. Tampoco es el momento de exhibir enojos, o de enarbolar ocurrencias mal pensadas o de renuncias a ningún espacio soberano: más bien es la oportunidad de los acercamientos: debemos construir una institucionalidad común que impida que otros políticos, de aquí y allá, a futuro hagan uso del Río San Juan para crear o engrandecer imágenes publicitarias desgastadas, pero destruyendo sus ecosistemas.
La historia de ambos países está marcada por ese río. A fines del Siglo XVIII algún ideólogo de la emancipación pensó que esta parte de la colonia española podía ser negociada con alguna gran potencia, a cambio de que financiaran la gesta libertadora de todas las colonias de España. Luego, cuando no fue posible la Federación Centroamericana, cada uno de los países hizo lo propio con su geografía y las potencias también: los británicos ya se habían adueñado del lado caribeño: la mosquitia, la Honduras británica; los norteamericanos, de la conciencia de los políticos, de la ruta interoceánica y las fuentes de riqueza: enunciarían en 1823 la Doctrina Monroe que estará en vigencia prácticamente hasta la actualidad, mientras los británicos mantenían sus colonias, algunas hasta nuestros días. A pesar de aquella disputa de titanes, estos países fueron forjando su soberanía y, su nacionalidad. Todos supimos de las gestas de 1856-57 y algunos tuvimos la curiosidad de estudiar los diversos Tratados suscritos por las potencias a propósito del Río San Juan: la riqueza más codiciada para todos … que aún lo sigue siendo.
Si a causa y a través de este Río ha habido guerras, han caído presidentes y han muerto instituciones políticas importantes (como lo fuera la Corte de Justicia Centroamericana cuya sede fue Cartago), ahora por su causa deberá nacer una nueva actitud política para los vecinos del Norte y el Sur, una paz duradera y una nueva institucionalidad que confraternice a las dos naciones.
Propongo que se redacte, se negocie y se suscriba un Tratado binacional de administración ad perpetuam del Río San Juan con la participación, en su redacción, suscripción y firma, de personeros de los dos países y de cuyo acuerdo surja una autoridad administrativa, con poderes suficientes para decidir sobre su uso y explotación comercial y turística, cuidado del medio ambiente y su biodiversidad, su seguridad y vigilancia.
Pienso en un órgano administrativo, digamos supranacional, con la autoridad que le otorga su estatuto fundacional, mediante el cual, los países suscriptores, Nicaragua y Costa Rica y sin interferencia de otros países, le transfieren la soberanía suficiente para ejercer dominio sobre ese territorio; pero sobre todo, para que su riqueza y los frutos de su explotación puedan ser retribuidos en las naciones que han participado en el acuerdo y que han hecho posible el Tratado.
Será una Zona de Paz y de Protección Ecológica y en su Estatuto se estamparían los temas exclusivamente encomendados a aquella autoridad, más su obligación de retribuir en beneficios a los países limítrofes y, sobre todo, en el no involucramiento, como autoridad, en otros espacios de acción de cada Estado y en la vida nacional de ambos países: en sus políticas económicas y macroeconómicas, de planificación nacional, empleo, educación y seguridad social, de migraciones y política exterior.
Si alguna vez pudimos suscribir la independencia de España; si en otra oportunidad supimos sentar las bases institucionales para impedir que otras potencias vecinas pusieran su mano sobre nuestras riquezas y la conciencia de la gente; si pudimos, como naciones expulsar al filibustero explotador y confraternizarnos en la guerra, en las tragedias provocadas por la furia de la naturaleza; entonces, por qué no juntarnos en la construcción de nuestros sueños de futuro.
Imaginémonos, las dos naciones en común y con esa autoridad común que pueda emanar de los acuerdos, explotando la biodiversidad, los caudales, la belleza escénica, etc., involucrando directamente a los pobladores de los dos márgenes, como trabajadores, como pequeños empresarios agrícolas, turísticos, como consumidores y vendedores de bienes y servicios; beneficiándose con trabajo y vivienda, con salud y educación de alta calidad gracias a la puesta en marcha de esta magna empresa emprendedora de la paz, la seguridad, la protección del medio ambiente y la sostenibilidad de las aguas, comunes no solo por su ruta, sino por sus orígenes y por su destino, para el beneficio de las generaciones presentes y sobre todo futuras.
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