Gabriela seguía la huella de José Martí en Nuestra América y también la visión de Francisco Bilbao, que veía el futuro de América Latina como tierra de promisión para la Humanidad unida, democrática y comprometida con los ideales liberadores. Gabriela reclamaba autenticidad y no copia, originalidad y no imitación y veía que uno de los peligros centrales estaba en Estados Unidos.
Hernán Soto / Clarín (Chile)
Gabriela Mistral fue en muchos aspectos una adelantada a cambios y enfoques que hoy parecen naturales, indispensables y muchas veces urgentes. Cristiana de espiritualidad esencial, se definió como partidaria de transformaciones profundas: la necesidad de una reforma agraria, el latinoamericanismo real, el respeto a los indígenas y mestizos, el amor por los niños y los oprimidos. Ejemplar fue su preocupación por la instrucción y la cultura al servicio del pueblo.
Deberíamos tratar de conocerla mejor, más allá de convencionalismos y oscuridades.
Su sentimiento de pertenencia al mundo popular fue indiscutible. En carta a un amigo mexicano le confiaba: “…debo a la aristocracia una protección generosa: la de su defensa cuando se hizo campaña contra mi nombramiento para un liceo, pero la clase dentro de la cual me siento, aquella de la que espero más y a la que amo de corazón es la clase obrera”.
Tenía una opinión clara sobre el lugar que debía serle reconocido a los trabajadores en la sociedad. Cuando en 1925 fue invitada a participar en el Consejo Nacional de Mujeres condicionó su gustosa aceptación a que en él participaran las sociedades obreras, para que se reflejara la realidad de las clases sociales de Chile: “La clase trabajadora no puede ser menos de la mitad de los representantes en una asamblea cualquiera, cubre la mitad de nuestro territorio, forma nuestras entrañas y nuestros huesos. Las otras clases son una especie de piel dorada que la recubre”. Lea el artículo completo…
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