En Brasilia se encontraron dos países que recorren caminos opuestos. Brasil crece, gana aliados y se proyecta al mundo. Estados Unidos está en crisis, cada día más aislado y en retirada en los espacios decisivos del globo.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
(Fotografía: Dilma Roussef y Barack Obama en Brasilia)
La inercia, la resistencia natural de la materia a los cambios, se está apoderando del pensamiento crítico. La descomposición sistémica en curso hace más notorias las limitaciones de nuestros análisis, que ya no pueden dar cuenta del conjunto de cambios acelerados que transcurren ante nuestros ojos. La reciente visita de Barack Obama a Brasil es buena muestra de la inoperancia de análisis que hace pocos años lucían actualizados y rigurosos.
Lo más que puede decirse de la gira del presidente de Estados Unidos por la región es que no se pareció en nada a una gira del principal representante del imperio. Sonrisas, visita de lugares “exóticos” y frases que pretendían ser profundas pero sonaron huecas. Turismo político-familiar, y poco más. Lo sucedido en Brasil, donde sufrió el desprecio de Lula que no se presentó al almuerzo oficial, al que fueron varios ex presidentes, fue lo más notorio pero no lo peor. La constante tensión, desde antes del viaje incluso, entre miembros de ambos gobiernos, fue la tónica de una visita que no debió haber hecho como le dijeron en su propio país. Lea el artículo completo aquí…
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