Nuestra historia, la de los pueblos en resistencia desde hace por lo menos 520 años, tiene que ser rehecha, contada, recuperada, reconstruida. Nuestra historia es nuestra fuerza, es lo que da sentido a la vida y al cosmos. Recuperar y reinventar las cosmovisiones es el modo de orientar el camino hacia las utopías.
Ana Esther Ceceña / LA JIRIBILLA (Cuba)
Después de tres o cuatro décadas de neoliberalismo, el mundo se encuentra en muchos sentidos desertificado. La competencia se desplazó del mercado al territorio, y una nueva gran conquista se puso en marcha. El capital disputaba el acceso directo y exclusivo a las fuentes de riqueza y de poder que no podían ser simplemente removidas: las selvas del mundo, las fuentes de agua, los yacimientos de metales e hidrocarburos. La apropiación implicaba un trabajo in situ que propició un cambio de territorialidad.
Los pueblos que ocupaban los territorios deseados fueron violentados de diferentes maneras y obligados a salir a la escena pública. La emergencia de movimientos de pueblos originarios, teniendo en el extremo a ese pueblo amazónico que quiso defenderse de la invasión de avionetas con sus arcos y flechas, fue uno de los llamados a recolocarnos en una historia que es más larga que el capitalismo, y que lo cuestiona y lo contradice.
Fueron décadas de una dura disputa político-cultural en la que las tecnologías del poder trabajaron arduamente para transformar la realidad en una imagen que nadie podía asumir como propia, pero que era insistentemente colocada en los medios de difusión masiva como incuestionable. La historia era un enemigo a vencer y todos los recursos del poder se volcaron a esa tarea. Se intentó desaparecerla, en ocasiones, incluso, desapareciendo a sus portadores, pero la necia memoria tiene demasiadas raíces y estas quedaron a flor de tierra recordando que nuestros sentidos tienen una edad mayor a 500 años. Se intentó rehacerla, y se crearon narrativas que borraban los grandes clivajes del pasado como el genocidio de la conquista con el que se fundó el capitalismo, para producir un cuento corto y manejable. La historia quiso ser convertida en el relato de un presente perpetuo, sin profundidad ni proyección, a través del llamado “fin de la historia”. Las historias culturales particulares y los acumulados de los procesos de emancipación pretendieron ser así expulsados de la memoria colectiva y de los sentidos comunes para hacer posible la apropiación de territorios. Lea el artículo completo aquí…
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