Los seres humanos, que nos preciamos de
ser la especie escogida por Dios, nos comportamos como un verdadero virus que
enferma y devora el organismo en el cual vivimos, la Tierra, y ya nos aprestamos
para dar el salto hacia nuestras vecindades galácticas para seguir devorando y
degradando nuestro entorno.
Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica
“Juan Comodoro, buscando agua,
encontró petróleo,
pero se murió de sed.”
Facundo Cabral
La Cumbre de la Tierra se realizó hace
20 años con mucho más optimismo que el que acompañará a Río+20 que se llevará a
cabo la próxima semana. Estos 20 años han sido bien aprovechados por las
grandes transnacionales y los tecnócratas para ocupar posiciones y hacer sus
propuestas de desarrollo “sustentable” o de capitalismo “verde”, que no son más
que parches que, en las circunstancias de urgencia actuales, no llevan a
ninguna parte que no sea al precipicio.
En estos 20 años, la China alcanzó cotas
de crecimiento económico nunca antes vistas, y su voracidad por materias primas
creció exponencialmente. Dentro de su propio territorio, el desarrollo
industrial ha provocado inmensos daños a sus principales mantos acuíferos, y
sus grandes ciudades lanzan a la atmósfera toneladas de contaminantes.
En América Latina, acorde con nuestra
“vocación” exportadora de materias primas, que no es más que la eufemística
manera de llamar a nuestra deformada estructura económica orientada a la
satisfacción de las necesidades de materias primas de los países
industrializados, la industria extractivista hace carrera casi como nunca
antes.
Las minas a cielo abierto con todos los
problemas que acarrean (deforestación, contaminación de ríos y aguas
subterráneas, degradación de los suelos) proliferan en todo el subcontinente,
aún con la oposición de los pobladores que, en todas partes, son vapuleados
para defender los intereses de las grandes transnacionales extranjeras.
Enormes extensiones de tierra, miles de
hectáreas, son transformadas en grandes desiertos verdes, es decir, en tierras
dedicadas a los grandes monocultivos del agro negocio en Brasil, Argentina,
Paraguay y otros países que favorecen también a intereses monopólicos mientras
los campesinos son desplazados o desfinanciados.
En muy pocos de los puntos de los que se
propuso alcanzar la Cumbre de la Tierra de hace 20 años se ha obtenido algún
avance, y en la gran mayoría no solo no se camina hacia adelante sino que se va
para atrás.
La Tierra, mientras tanto, se agota.
Hemos sobrepasado el límite que permite que lo que consumimos pueda ser
regenerado por el planeta, pero la carrera loca del consumo continúa
implacable. El capitalismo no cesa de producir cosas que tienen que ser
desechadas en plazos cada vez más cortos, y los desechos se acumulan en todas
partes, cada vez más cerca de la puerta de la casa de cada uno.
El uso indiscriminado de tecnologías y
materiales sintéticos eleva de forma exponencial enfermedades como el cáncer,
que se ha transformado en una verdadera epidemia que crece día con día
llevándose a nuestros amigos, familiares y conocidos.
Los seres humanos, que nos preciamos de
ser la especie escogida por Dios, nos comportamos como un verdadero virus que
enferma y devora el organismo en el cual vivimos, la Tierra, y ya nos aprestamos
para dar el salto hacia nuestras vecindades galácticas para seguir devorando y
degradando nuestro entorno. ¿Qué queda de aquel optimismo renacentista que veía
al “hombre” –como se decía entonces- como centro y señor del reino natural al
que tenía que dominar, gracias al uso de la razón?
Si nuestro cerebro es, realmente, el
nivel más alto de desarrollo de la materia en el universo, el lugar en el que
aquella adquiere conciencia de sí misma, ¿por qué actuamos como verdaderos
tontos socavando las bases que sirven de sustento a la vida misma?
Todo esto no son, seguramente, sino
palabras vanas, pensamientos románticos, preguntas ilusas. Como lo muestra la
cada vez mayor influencia que tienen en la ONU, lo que aparentemente vale en
este mundo son los intereses de los que tienen la sartén por el mango, que no
son más que un puñado de corporaciones incorpóreas y nebulosas, de las que ni
siquiera sabemos su nombre ni donde se asientan ni quiénes las manejan.
Para la gran mayoría de los habitantes
del planeta, Río+20 pasará totalmente inadvertido la próxima semana, pero las
consecuencias que se derivarán de él determinarán, en muy buena medida, su
futuro.
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