Como alternativa a esta
economía de devastación, si queremos tener futuro, necesitamos oponerle otro
paradigma de economía de preservación, conservación y sostenimiento de toda la
vida.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
El documento cero de la ONU para la Río +20 todavía es rehén del viejo
paradigma de la dominación de la naturaleza para extraer de ella los mayores
beneficios posibles para los negocios y para el mercado. A través de él y en él
el ser humano busca sus medios de vida y subsistencia. La economía verde
radicaliza esta tendencia, pues como escribió el diplomático y ecologista
boliviano Pablo Solón «ella busca no sólo mercantilizar la madera de la selva
sino también su capacidad de absorción de dióxido de carbono». Todo esto puede
transformarse en bonos negociables por el mercado y por los bancos. De esta
manera el texto se revela definitivamente antropocéntrico, como si todo se
destinase al uso exclusivo de los humanos y la Tierra los hubiese creado solo a
ellos y no a otros seres vivos que exigen también la sostenibilidad de las
condiciones ecológicas para su permanencia en este planeta.
En resumen: "el futuro que queremos", lema central del
documento de la ONU, no es otra cosa que la prolongación del presente. Éste se
presenta amenazador y niega un futuro de esperanza. En un contexto como este,
no avanzar es retroceder y cerrar las puertas a lo nuevo.
Hay además un agravante: todo el texto gira en torno a la economía. La
pintemos de verde o de marrón, ella guarda siempre su lógica interna que se
formula en esta pregunta: ¿cuánto puedo ganar en el menor tiempo, con la menor
inversión posible, manteniendo una fuerte competitividad? No seamos ingenuos:
el negocio de la economía vigente es el negocio. Ella no propone una nueva
relación con la naturaleza sintiéndose parte de ella y responsable de su
vitalidad e integridad. Muy al contrario, le hace una guerra total como
denuncia el filósofo de la ecología Michel Serres. En esta guerra no tenemos
ninguna posibilidad de vencer. Ella ignora nuestros intentos, sigue su curso
incluso sin nuestra presencia. Tarea de la inteligencia es descifrar lo que
ella nos quiere decir (por los eventos extremos, por los tsunamis, etc),
defendernos de los efectos perjudiciales y poner sus energías a nuestro favor.
Ella nos ofrece informaciones pero no nos dicta comportamientos. Estos debemos
inventarlos nosotros mismos. Solamente serán buenos si están en conformidad con
sus ritmos y ciclos.
Como alternativa a esta economía de devastación, si queremos tener
futuro, necesitamos oponerle otro paradigma de economía de preservación,
conservación y sostenimiento de toda la vida. Necesitamos producir, sí, pero a
partir de los bienes y servicios que la naturaleza nos ofrece gratuitamente,
respetando el alcance y los límites de cada biorregión, distribuyendo con
equidad los frutos alcanzados, pensando en los derechos de las generaciones futuras
y en los demás seres de la comunidad de vida. Ella adquiere hoy cuerpo a través
de la economía biocentrada, solidaria, agroecológica, familiar y orgánica. En
ella cada comunidad busca garantizar su soberanía alimentaria: Produce lo que
consume, articulando a productores y consumidores en una verdadera democracia
alimentaria.
La Río 92 consagró el concepto antropocéntrico y reduccionista de desarrollo
sostenible, elaborado por el informe Brundland de 1987 de la ONU. Se
transformó en un dogma profesado por los documentos oficiales, por los estados
y empresas sin ser nunca sometido a una crítica seria. Secuestró la
sostenibilidad sólo para su campo y así distorsionó las relaciones con la
naturaleza. Los desastres que causaba en ella eran vistos como externalidades
que no cabía considerar. Pero ocurre que estos se volvieron amenazadores,
capaces de destruir las bases fisicoquímicas que sustentan la vida humana y
gran parte de la biosfera. Esto no ha sido superado por la economía verde.
Esta configura una trampa de los países ricos, especialmente de la OCDE
(Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) que produjo el
texto teórico del PNUMA, Iniciativa de la Economía Verde. Con esto
descartan astutamente la discusión sobre la sostenibilidad, la justicia social
y psicológica, el calentamiento global, el modelo económico fracasado y el
cambio de punto de vista, una mirada distinta sobre el planeta que pueda
proyectar un futuro real para la humanidad y para la Tierra.
Junto con la Río +20
sería muy positivo rescatar también la Estocolmo+40. En esta primera
conferencia mundial de la ONU realizada del 5 al 15 julio de 1972 en Estocolmo
(Suecia) sobre el Ambiente humano, el foco central no era el desarrollo
sino el cuidado y la responsabilidad colectiva por todo lo que nos rodea y que
está en acelerado proceso de degradación, afectando a todos y especialmente a
los países pobres. Era una perspectiva humanística y generosa, que se perdió
con la carpeta cerrada del desarrollo sostenible y, ahora, con la economía
verde.
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