Parece existir una
geografía de la protesta que cambia rápida y constantemente. Salta aquí y luego
es reprimida, cooptada, o se agota. Y tan pronto como esto ocurre, salta en
otra parte. Y luego salta en un tercer lugar, como si por todo el mundo fuera
irreprimible. Es irreprimible por una simple razón. El apretón a los ingresos
mundiales es real, y no parece que vaya a desaparecer.
Immanuel Wallerstein / LA JORNADA
Grecia es uno de los puntos de la geografía de la protesta |
Cuando son buenos los tiempos, y la
economía-mundo se expande en términos de nueva plusvalía producida, la lucha de
clases se acalla. Nunca desaparece, pero en tanto exista un bajo nivel de
desempleo y los ingresos reales de los estratos más bajos suban, aunque sólo
sea en pequeñas cantidades, los arreglos sociales son la orden del día.
Pero cuando se estanca la economía-mundo y el
desempleo real se expande considerablemente, esto significa que el pastel total
se encoge. La cuestión entonces resulta ser quién cargará el peso del
encogimiento –dentro de cada país y entre países. La lucha de clases se torna
aguda y tarde o temprano conduce a un conflicto abierto en las calles. Esto es
lo que ha estado ocurriendo en el sistema-mundo desde la década de 1970 y del
modo más dramático desde 2007. Hasta ahora, el estrato más alto (el uno por
ciento) se ha aferrado a su tajada, de hecho la ha incrementado. Esto
necesariamente significa que la tajada del 99 por ciento se ha encogido.
La lucha por las asignaciones gira
primordialmente en torno a dos aspectos del presupuesto global: los impuestos
(cuánto y para quiénes) y la red de seguridad para el resto de la población
(gastos en educación, salud, y garantías para un ingreso de por vida). No hay
país en el mundo donde esta lucha no esté ocurriendo. Pero estalla en algunos
países con más violencia que en otros –debido a su localización en la economía-mundo,
a su demografía interna, y debido a su historia política.
Una aguda lucha de clases hace surgir, para
todos, la pregunta de cómo manejarla políticamente. Los grupos en el poder
pueden reprimir duramente los disturbios populares, y muchos lo hacen. O, si
los disturbios son muy fuertes para los mecanismos represivos, pueden intentar
cooptar a los manifestantes fingiendo unirse a ellos y así limitar el cambio
real. O hacen ambas cosas: intentan primero la represión y si ésta falla,
cooptan a la gente.
Los manifestantes también enfrentan un dilema.
Comienzan siempre con un grupo valeroso relativamente pequeño. Necesitan
persuadir a un grupo más grande (que es mucho más tímido políticamente) que se
les una, si es que han de impresionar a los grupos que detentan el poder. Esto
no es fácil pero puede ocurrir. Sucedió en Egipto en la plaza Tahrir en 2011.
Ocurrió con el movimiento Occupy en Estados Unidos y Canadá, Ocurrió en Grecia
en las últimas elecciones. Ocurrió en Chile en las huelgas estudiantiles que
han perdurado. Y en este momento parece ocurrir de un modo espectacular en
Quebec.
Pero cuando ocurre, ¿entonces qué? Hay algunos
manifestantes que desean expandir sus estrechas demandas iniciales hacia
demandas fundamentales de mayor amplitud y deconstruir el orden social. Y hay
otros, siempre hay otros, que están listos para sentarse con los grupos en el
poder para negociar algún arreglo.
Cuando los grupos en el poder reprimen, con
mucha frecuencia avivan las flamas de la protesta. Pero muchas veces la
represión funciona. Cuando no funciona y los grupos en el poder hacen arreglos
y cooptan, a veces son capaces de neutralizar políticamente a los
manifestantes. Esto es lo que parece haber ocurrido en Egipto. Las recientes
elecciones conducen a una segunda ronda entre dos candidatos, ninguno de los
cuales apoyó la revolución de la plaza Tahrir –uno es el último primer ministro
del depuesto presidente Hosni Mubarak, y el otro es un líder de la Hermandad
Musulmana cuyo objetivo primordial es instituir la sharia en la ley egipcia y
no implementar las demandas de aquéllos que estuvieron en la plaza Tahrir. El
resultado es una cruel opción para el aproximado 50 por ciento que no votó en
la primera ronda por ninguno de los dos que contaron con la mayor pluralidad de
votos. Esta desafortunada situación, resultó de que los votantes pro plaza
Tahrir dividieron sus votos entre dos candidatos con antecedentes algo
diferentes.
¿Qué habremos de pensar de todo esto? Parece
existir una geografía de la protesta que cambia rápida y constantemente. Salta
aquí y luego es reprimida, cooptada, o se agota. Y tan pronto como esto ocurre,
salta en otra parte, donde de nuevo se le reprime, se le coopta o se agota. Y
luego salta en un tercer lugar, como si por todo el mundo fuera irreprimible.
Es irreprimible por una simple razón. El
apretón a los ingresos mundiales es real, y no parece que vaya a desaparecer.
La crisis estructural de la economía-mundo capitalista hace inoperantes las
soluciones convencionales a las caídas económicas, no importa qué tanto
nuestros expertos y políticos nos aseguren que hay un nuevo periodo de
prosperidad asomándose en el horizonte.
Vivimos en una situación mundial caótica. Las
fluctuaciones en todo son vastas y rápidas. Esto se aplica también a la
protesta social. Esto es lo que miramos conforme la geografía de la protesta se
altera constantemente. Ayer fue la plaza Tahrir en El Cairo, las marchas
masivas desautorizadas con sartenes y cacerolas en Montreal hoy, y en alguna
otra parte (probablemente sorpresiva) mañana.
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