Necesitamos producir no
para la acumulación y el enriquecimiento privado sino lo suficiente y decente
para todos, respetando los límites y los ciclos de la naturaleza.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
El vacío básico del
documento de la ONU para la Río 20 reside en una completa ausencia de un relato
o de una cosmología nuevos que pudieran garantizar la esperanza del «futuro que
queremos», lema del gran encuentro. Tal como está, niega cualquier futuro
prometedor.
Para sus formuladores, el
futuro depende de la economía, poco importa el adjetivo que se le agregue:
sostenible o verde. Especialmente la economía verde realiza el gran asalto al
último reducto de la naturaleza: transformar en mercancía y poner precio a
aquello que es común, natural, vital e insustituible para la vida como el agua,
los suelos, la fertilidad, las selvas, los genes etcétera. Lo que pertenece a
la vida es sagrado y no puede ir al mercado de los negocios. Pero está yendo,
bajo este imperativo categórico: aprópiate de todo, haz comercio con
todo, especialmente con la naturaleza y con sus bienes y servicios.
He aquí el supremo
egocentrismo y arrogancia de los seres humanos, llamado también
antropocentrismo. Éstos ven a la Tierra como un almacén de recursos sólo para
ellos, sin darse cuenta de que no somos los únicos que habitamos la Tierra ni
somos sus propietarios; no nos sentimos parte de la naturaleza, sino fuera y
por encima de ella como sus «dueños y señores». Olvidamos, sin embargo, que
existe toda la comunidad de vida visible (5% de la biosfera) y cuatrillones de
cuatrillones de microorganismos invisibles (95%) que garantizan la vitalidad y
la fecundidad de la Tierra. Todos ellos pertenecen al condominio Tierra y
tienen derecho a vivir y convivir con nosotros. Sin relaciones de
interdependencia con ellos, ni siquiera podríamos existir. El documento no
tiene en cuenta nada de esto. Podemos decir entonces que con él no hay
salvación. Abre un camino hacia el abismo. Mientras tengamos tiempo, urge
evitarlo.
Nuestro actual relato o cosmología
es el de la conquista del mundo con vistas al crecimiento ilimitado. Se
caracteriza por ser mecanicista, determinista, atomizada y reduccionista. Según
ese relato, el 20% de la población mundial controla y consume el 80% de todos
los recursos naturales, la mitad de las grandes selvas han sido destruidas, el
65% de las tierras agrícolas cultivables, perdidas, de 27,000 a 100,000
especies de seres vivos desaparecen cada año (Wilson) y más de 1000 agentes
químicos sintéticos, la mayoría tóxicos, son lanzados a la naturaleza.
Construimos armas de destrucción masiva, capaces de eliminar toda la vida
humana. El efecto final es el desequilibrio del sistema-Tierra que se expresa
por el calentamiento global. Con los gases ya acumulados, hacia 2035 llegaremos
fatalmente a un incremento de 3-4° C, lo que hará la vida, tal como la
conocemos, prácticamente imposible.
La actual crisis
económico-financiera, que está sumergiendo a naciones enteras en la miseria,
nos hace perder la percepción del peligro y conspira contra cualquier cambio
necesario de rumbo.
En contraposición, surge
el relato o la cosmología del cuidado y de la responsabilidad
universal, potencialmente salvadora. Consiguió su mejor expresión en la
Carta de la Tierra. Sitúa nuestra realidad dentro de la cosmogénesis, aquel
inmenso proceso evolutivo que se inició hace 13.7 miles de millones de años. El
universo está expandiéndose, auto-organizándose y auto-creándose continua
mente. En él todo es relación en redes y nada existe fuera de esta relación. Por
eso todos los seres son interdependientes y colaboran entre sí para garantizar
el equilibrio de todos los factores. La misión humana reside en cuidar y
mantener esa armonía sinfónica. Necesitamos producir no para la acumulación y
el enriquecimiento privado sino lo suficiente y decente para todos, respetando
los límites y los ciclos de la naturaleza.
Por detrás de todos los
seres actúa la Energía de fondo que dio origen y sustenta el universo
permitiendo nuevas emergencias. La más espectacular de ellas es la Tierra viva
y los humanos, la porción consciente de ella, con la misión de cuidarla y de
responsabilizarse por ella.
Este nuevo relato
garantiza «el futuro que queremos». De lo contrario seremos empujados
fatalmente a un caos colectivo con consecuencias funestas. Ella se revela
inspiradora. En vez de hacer negocios con la naturaleza nos situamos en el seno
de ella en profunda sintonía y sinergia, respetando sus límites y buscando el
«vivir bien», que es la armonía con todos y con la Madre Tierra. La característica
de esta nueva cosmología es el cuidado en lugar de la dominación, el
reconocimiento del valor intrínseco de cada ser y no su mera utilización por el
hombre, el respeto por toda la vida y por los derechos de la naturaleza y no su
explotación, y la articulación de la justicia ecológica con la justicia social.
Este relato está más de
acuerdo con las necesidades reales humanas y con la lógica del propio universo.
Si el documento Río +20 la adoptase como telón de fondo, se crearía la
oportunidad de una civilización planetaria en la cual el cuidado, la
cooperación, el amor, el respeto, la alegría y la espiritualidad serían
centrales. Tal opción apuntaría no hacia el abismo sino hacia el futuro que
queremos: una biocivilización de la buena esperanza.
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