Para atender las causas
y consecuencias de la actual problemática ambiental, económica y social
latinoamericana y caribeña, no bastan solo las políticas públicas o los
acuerdos de intención, siempre coyunturales y sujetos a los vaivenes propios de
la política: se requieren transformaciones mucho más profundas y duraderas, en
el ámbito de la cultura.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Río+20: la visión dominante del desarrollo se impuso al final de la cumbre. |
Si algo quedó claro
tras la frustrada Cumbre de Río+20, es que los acuerdos mundiales que la
humanidad requiere para enfrentar los problemas asociados al cambio climático
y la actual crisis sistémica no vendrán
de los gobiernos ni de las elites políticas, quienes en medio de contradicciones
y la defensa de sus propios intereses, todavían parecen estar mucho más
preocupados por el verde de los dólares que por la sostenibilidad de la vida en
el planeta.
El excanciller
ecuatorioano Fander Falconí, fue contundente en su balance de la Cumbre: “No
nos engañemos: en Río+20 hubo escasos avances en las cuestiones ambientales. No
hubo ninguna contribución del Norte en favor de una “prosperidad sin
crecimiento económico” (parafraseando el título del libro de Tim Jackson). Hubo
una visión dominante. La que tienen los grandes países desarrollados,
responsables, en gran medida, de la contaminación del mundo —por causa de sus
altos consumos de energía y materiales—.
Ellos viven un momento en que la crisis que sufren solo podrá ser
paliada si la endosan a los países de la periferia, mal llamados en vías de
desarrollo” (El Telégrafo, 27-06-2012).
Por su parte, Sally
Burch, periodista de la Agencia Latinoamericana de Información, calificó el
documento de la declaración final de la Cumbre como “una mezcla
contradictoria de afirmaciones, recomendaciones, reconocimientos y algunos
compromisos, donde se yuxtaponen enfoques de desarrollo, propuestas
empresariales y visiones de nuevos paradigmas”, aunque reconoce que un “cierto
equilibrio entre las posiciones planteadas por los países desarrollados y
aquellas del G77 más China (que agrupa a más de 130 países en desarrollo y
economías emergentes), es sin duda un reflejo de la nueva correlación
internacional de fuerzas, donde países como Brasil, China e India están
haciendo valer su nuevo peso económico en la política internacional” (ALAI, 27-06-2012).
La cuestión innegable,
en medio de los juicios sobre los logros y los fracasos de la diplomacia
internacional en Río, es que se requiere un cambio profundo en el patrón de
acumulación y los modelos de “desarrollo” que, por lo menos en nuestra región
latinoamericana, están caracterizados por el predominio de las actividades
extractivistas y las plataformas de exportación (de servicios y maquilas industriales),
y la participación subordinada de nuestras economías en el juego de oferta y
demanda del mercado internacional. Es que el maldesarrollo neoliberal,
extractivista y depredador, simplemente es incompatible con la vida humana, por
mucho que unos pocos saquen provecho de su poder y posición privilegiada.
La necesidad de este
cambio no obedece a preferencias ideológicas: es la conclusión a la que se
llega al analizar, con datos fidedignos, el impacto acumulado del “progreso”
sobre el paisaje social y natural de América Latina, y de siglos de sujeción a una
economía de rapiña que agosta la
biodiversidad regional y condiciona el tipo de relaciones y valoraciones que se
establecen entre naturaleza y sociedad. Es decir, nuestra cultura ambiental.
El informe GEO-ALC 3 (del
2010), del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), para
citar uno de los documentos más serios en la materia, nos da una radiografía
precisa de la huella del “desarrollo” –como lo entiende el sentido común dominante- en las sociedades latinoamericanas y las
presiones que genera sobre el medio natural: la población regional aumentó un
51% en un período de 40 años (la mayor parte de ese crecimiento se concentra en
zonas urbanas); la demanda de agua aumentó 76% en los últimos 15 años; la
demanda de energía eléctrica se duplicó en 35 años; unas 35 mil muertes al año
se atribuyen a la contaminación del aire; el 35% de la población
latinoamericana vive en condición de pobreza, y un 14% en condición de
indigencia; el 73% de las exportaciones son bienes primarios, originados de
actividades extractivas (minería y agronegocios) que consumen los recursos
naturales; y la vulnerabilidad de la región a los efectos del cambio climático
es de las más altas del planeta[1].
Desde el punto de vista
socio-económico, el informe GEO-ALC 3 también señala que en América Latina y el Caribe “el modelo económico vigente
genera simultáneamente crecimiento económico, desintegración social y
degradación ambiental, con una marcada tendencia a la mayor concentración del
ingreso y un reparto menos equitativo de los frutos del crecimiento”[2].
Esta contradicción
distintiva del desarrollo latinoamericano se aprecia con facilidad en los más
recientes informes de CEPAL[3]:
en las últimas dos décadas, una de ellas marcada por la influencia de las
políticas progresistas, la pobreza en América Latina y el Caribe bajó en 17
puntos porcentuales (del 48,4% en 1990, al 31,4% en 2010); el crecimiento
económico se mantuvo estable a pesar de la crisis mundial, y las inversiones
extranjeras en la región alcanzaron los niveles más altos desde 1999 (más de
135 mil millones de dólares en 2008); sin
embargo, persiste la desigualdad social, asociada fundamentalmente al desempleo
y la calidad de la educación.
Como se puede apreciar,
son enormes los desafíos que se derivan de una situación compleja como la
descrita por investigadores y reconocidos organismos internacionales, y de la
cual la Cumbre de Río+20 fue solo una vitrina de exposición de conflictos y
dilemas no resueltos.
Para atender las causas
y consecuencias de la actual problemática ambiental, económica y social
latinoamericana y caribeña, no bastan solo las políticas públicas o los
acuerdos de intención, siempre coyunturales y sujetos a los vaivenes propios de
la política: se requieren transformaciones mucho más profundas y duraderas, en
el ámbito de la cultura.Desgraciadamente, como se deduce de los resultados
presentados en el informe del PNUMA, y de lo que se constata en nuestras
realidades nacionales, este trabajo cultural no se está realizando con la
importancia e intensidad que la crisis civilizatoria demanda de los gobiernos y
las sociedades.
Hasta ahora, ninguno de
esos relativos avances socioeconómicos en nuestra América redundó en
modificaciones enel carácter depredador del modelo de desarrollo sobre el medio
ambiente (es cierto que en algunos países se introducen regulaciones y
controles, pero estos no alteran los ejes fundamentales del modelo), y mucho
menos, en un cambio cultural en las relaciones naturaleza-sociedad.
Paradójicamente, como
lo documenta CEPAL, nunca antes se había invertido tantodinero en educación
como ahora: en 2009, por ejemplo, el gasto público en este sector fue del 4,9%
del PIB regional, el más alto desde 1994 (en pleno auge del neoliberalismo). ¿Acaso los cambios políticos, de orientación
progresista, que hemos conocido en la última década, no deberían tener también
su correlato en cambios en la educación,
no solo en términos de ampliación de cobertura e infraestructura, sino
en la incorporación de nuevos valores y contenidos que apunten a la
construcción de alternativas al desarrollo dominante? ¿O será que el
progresismo latinoamericano perderá la oportunidad, única en nuestra historia,
de iniciar una transformación de largo plazo, cultural, que vaya a la raíz de
los problemas sociales, económicos y ambientales que hoy nos comprometen como
región?
Son preguntas que,
desde nuestro punto de vista, definen un desafío ineludible para educadores,
organizaciones sociales y gobiernos: o el sistema educativo continua
reproduciendo los valores que sostienen el funcionamiento de un modelo de maldesarrollo,
o subvierte esa lógica para impulsar un cambio cultural en la línea de lo que
propone Leonardo Boff: un proceso generalizado de educación que pueda“crear,
como pedía la Carta de la Tierra, nuevas mentes y nuevos corazones capaces de
hacer la revolución paradigmática exigida por el riesgo global bajo el cual
vivimos. (…) No tenemos otra alternativa: o cambiamos o conoceremos la
oscuridad” (Servicios Koinonia, 03-06-2012).
NOTAS
[1] PNUMA (2010).
“Modalidades de desarrollo predominantes. Presiones para el cambio ambiental”,
en: Perspectivas del Medio Ambiente:
América Latina y el Caribe. GEO-ALC 3. Programa de las Naciones Unidas para
el Medio Ambiente: Ciudad Panamá. Pp. 18-19.
[3] Véanse los informes
“Panorama Social de América Latina 2010”, “Panorama Social de América Latina
2011” y “La inversión extranjera directa en América Latina”, todos ellos
disponibles en el sitio web de CEPAL: http://www.eclac.org/publicaciones/
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