sábado, 30 de junio de 2012

Educar para una nueva cultura ambiental en nuestra América

Para atender las causas y consecuencias de la actual problemática ambiental, económica y social latinoamericana y caribeña, no bastan solo las políticas públicas o los acuerdos de intención, siempre coyunturales y sujetos a los vaivenes propios de la política: se requieren transformaciones mucho más profundas y duraderas, en el ámbito de la cultura.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Río+20: la visión dominante del desarrollo
 se impuso al final de la cumbre.
Si algo quedó claro tras la frustrada Cumbre de Río+20, es que los acuerdos mundiales que la humanidad requiere para enfrentar los problemas asociados al cambio climático y  la actual crisis sistémica no vendrán de los gobiernos ni de las elites políticas, quienes en medio de contradicciones y la defensa de sus propios intereses, todavían parecen estar mucho más preocupados por el verde de los dólares que por la sostenibilidad de la vida en el planeta.

El excanciller ecuatorioano Fander Falconí, fue contundente en su balance de la Cumbre: “No nos engañemos: en Río+20 hubo escasos avances en las cuestiones ambientales. No hubo ninguna contribución del Norte en favor de una “prosperidad sin crecimiento económico” (parafraseando el título del libro de Tim Jackson). Hubo una visión dominante. La que tienen los grandes países desarrollados, responsables, en gran medida, de la contaminación del mundo —por causa de sus altos consumos de energía y materiales—.  Ellos viven un momento en que la crisis que sufren solo podrá ser paliada si la endosan a los países de la periferia, mal llamados en vías de desarrollo” (El Telégrafo, 27-06-2012).

Por su parte, Sally Burch, periodista de la Agencia Latinoamericana de Información, calificó el documento de la declaración final de la Cumbre como “una mezcla contradictoria de afirmaciones, recomendaciones, reconocimientos y algunos compromisos, donde se yuxtaponen enfoques de desarrollo, propuestas empresariales y visiones de nuevos paradigmas”, aunque reconoce que un “cierto equilibrio entre las posiciones planteadas por los países desarrollados y aquellas del G77 más China (que agrupa a más de 130 países en desarrollo y economías emergentes), es sin duda un reflejo de la nueva correlación internacional de fuerzas, donde países como Brasil, China e India están haciendo valer su nuevo peso económico en la política internacional” (ALAI, 27-06-2012).

La cuestión innegable, en medio de los juicios sobre los logros y los fracasos de la diplomacia internacional en Río, es que se requiere un cambio profundo en el patrón de acumulación y los modelos de “desarrollo” que, por lo menos en nuestra región latinoamericana, están caracterizados por el predominio de las actividades extractivistas y las plataformas de exportación (de servicios y maquilas industriales), y la participación subordinada de nuestras economías en el juego de oferta y demanda del mercado internacional. Es que el maldesarrollo neoliberal, extractivista y depredador, simplemente es incompatible con la vida humana, por mucho que unos pocos saquen provecho de su poder y posición privilegiada.

La necesidad de este cambio no obedece a preferencias ideológicas: es la conclusión a la que se llega al analizar, con datos fidedignos, el impacto acumulado del “progreso” sobre el paisaje social y natural de América Latina, y de siglos de sujeción a una economía de rapiña que agosta la biodiversidad regional y condiciona el tipo de relaciones y valoraciones que se establecen entre naturaleza y sociedad. Es decir, nuestra cultura ambiental.

El informe GEO-ALC 3 (del 2010), del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), para citar uno de los documentos más serios en la materia, nos da una radiografía precisa de la huella del “desarrollo” –como lo entiende el sentido común dominante- en las sociedades latinoamericanas y las presiones que genera sobre el medio natural: la población regional aumentó un 51% en un período de 40 años (la mayor parte de ese crecimiento se concentra en zonas urbanas); la demanda de agua aumentó 76% en los últimos 15 años; la demanda de energía eléctrica se duplicó en 35 años; unas 35 mil muertes al año se atribuyen a la contaminación del aire; el 35% de la población latinoamericana vive en condición de pobreza, y un 14% en condición de indigencia; el 73% de las exportaciones son bienes primarios, originados de actividades extractivas (minería y agronegocios) que consumen los recursos naturales; y la vulnerabilidad de la región a los efectos del cambio climático es de las más altas del planeta[1].

Desde el punto de vista socio-económico, el informe GEO-ALC 3 también señala que en América Latina y el Caribe “el modelo económico vigente genera simultáneamente crecimiento económico, desintegración social y degradación ambiental, con una marcada tendencia a la mayor concentración del ingreso y un reparto menos equitativo de los frutos del crecimiento”[2].

Esta contradicción distintiva del desarrollo latinoamericano se aprecia con facilidad en los más recientes informes de CEPAL[3]: en las últimas dos décadas, una de ellas marcada por la influencia de las políticas progresistas, la pobreza en América Latina y el Caribe bajó en 17 puntos porcentuales (del 48,4% en 1990, al 31,4% en 2010); el crecimiento económico se mantuvo estable a pesar de la crisis mundial, y las inversiones extranjeras en la región alcanzaron los niveles más altos desde 1999 (más de 135 mil millones de dólares en 2008);  sin embargo, persiste la desigualdad social, asociada fundamentalmente al desempleo y la calidad de la educación.

Como se puede apreciar, son enormes los desafíos que se derivan de una situación compleja como la descrita por investigadores y reconocidos organismos internacionales, y de la cual la Cumbre de Río+20 fue solo una vitrina de exposición de conflictos y dilemas no resueltos.

Para atender las causas y consecuencias de la actual problemática ambiental, económica y social latinoamericana y caribeña, no bastan solo las políticas públicas o los acuerdos de intención, siempre coyunturales y sujetos a los vaivenes propios de la política: se requieren transformaciones mucho más profundas y duraderas, en el ámbito de la cultura.Desgraciadamente, como se deduce de los resultados presentados en el informe del PNUMA, y de lo que se constata en nuestras realidades nacionales, este trabajo cultural no se está realizando con la importancia e intensidad que la crisis civilizatoria demanda de los gobiernos y las sociedades.

Hasta ahora, ninguno de esos relativos avances socioeconómicos en nuestra América redundó en modificaciones enel carácter depredador del modelo de desarrollo sobre el medio ambiente (es cierto que en algunos países se introducen regulaciones y controles, pero estos no alteran los ejes fundamentales del modelo), y mucho menos, en un cambio cultural en las relaciones naturaleza-sociedad.

Paradójicamente, como lo documenta CEPAL, nunca antes se había invertido tantodinero en educación como ahora: en 2009, por ejemplo, el gasto público en este sector fue del 4,9% del PIB regional, el más alto desde 1994 (en pleno auge del neoliberalismo).  ¿Acaso los cambios políticos, de orientación progresista, que hemos conocido en la última década, no deberían tener también su correlato en cambios en la educación,  no solo en términos de ampliación de cobertura e infraestructura, sino en la incorporación de nuevos valores y contenidos que apunten a la construcción de alternativas al desarrollo dominante? ¿O será que el progresismo latinoamericano perderá la oportunidad, única en nuestra historia, de iniciar una transformación de largo plazo, cultural, que vaya a la raíz de los problemas sociales, económicos y ambientales que hoy nos comprometen como región?

Son preguntas que, desde nuestro punto de vista, definen un desafío ineludible para educadores, organizaciones sociales y gobiernos: o el sistema educativo continua reproduciendo los valores que sostienen el funcionamiento de un modelo de maldesarrollo, o subvierte esa lógica para impulsar un cambio cultural en la línea de lo que propone Leonardo Boff: un proceso generalizado de educación que pueda“crear, como pedía la Carta de la Tierra, nuevas mentes y nuevos corazones capaces de hacer la revolución paradigmática exigida por el riesgo global bajo el cual vivimos. (…) No tenemos otra alternativa: o cambiamos o conoceremos la oscuridad” (Servicios Koinonia, 03-06-2012).


NOTAS

[1] PNUMA (2010). “Modalidades de desarrollo predominantes. Presiones para el cambio ambiental”, en: Perspectivas del Medio Ambiente: América Latina y el Caribe. GEO-ALC 3. Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente: Ciudad Panamá. Pp. 18-19.
[2] PNUMA, op. cit. Pág. 25.
[3] Véanse los informes “Panorama Social de América Latina 2010”, “Panorama Social de América Latina 2011” y “La inversión extranjera directa en América Latina”, todos ellos disponibles en el sitio web de CEPAL: http://www.eclac.org/publicaciones/

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