¿Cómo sería nuestra región
si estas dos naciones, si sus pueblos, con la plenitud de su diversidad y su
caudal de energía creadora, convergieran por fin en el mismo empeño liberador e
integrador que sus historias, emancipadoras y revolucionaras por derecho
propio, les reclaman para completar la tarea de la unidad de nuestra América?
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Los candidatos a las elecciones presidenciales en México |
En los próximos meses se
realizarán elecciones presidenciales en México y Venezuela, en julio y octubre
respectivamente, y desde ya los analistas concuerdan en que las consecuencias
de sus resultados trascenderán lo estrictamente nacional, para tener un impacto
–todavía difícil de precisar- en el futuro inmediato de América Latina.
Por sus características
estratégicas, geográficas y económicas, ambos países son objeto de atención y
codicia por parte de las grandes potencias: disponen de recursos energéticos
(petróleo, gas natural), minerales, un importante potencial agrícola y una asombrosa
biodiversidad; sus economías, que se cuentan entre las más relevantes de la
región, se nutren de mercados internos de considerable tamaño y capacidad de
consumo, y mueven cuantiosos recursos financieros; y por su ubicación
territorial, son puntos clave en la geopolítica hegemónica y contrahegemónica.
Pero, al mismo tiempo,
a México y Venezuela los separa una enorme brecha: la de los caminos políticos
opuestos que, desde la década de 1990, recorren estas dos naciones. Una, por la
claudicación de sus élites, se adentra peligrosamente en los dominios de
Estados Unidos y se somete casi incondicionalmente a sus designios; la otra, en
cambio, desafía la hegemonía norteamericana y construye, entre aciertos,
limitaciones y contradicciones, uno de los caminos posibles con los que nuestra
América demuestra al mundo que las alternativas al capitalismo neoliberal y a
la unipolaridad están abiertas.
México fue punta de
lanza de la estrategia de acumulación capitalista y de dominación imperial
panamericana que los Estados Unidos desarrollaron para América Latina a partir
de la década de 1990. La firma del Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLCAN), que el expresidente Carlos Salinas de Gortari defendió como la
puerta del ingreso triunfal al “Primer Mundo”, es un hito fundador de este giro
neoliberal al que se plegaron las élites mexicanas.
Venezuela, por el
contrario, desde mediados de los años 1980, presenció el surgimiento de una
vigorosa y persistente resistencia popular, fraguada en un clima de creciente
malestar por el deterioro de la calidad de vida y el aumento de la desigualdad
social, que antes del fin del siglo XX,
con el ascenso de la Revolución Bolivariana, le permitió asestar desde
las urnas electorales un golpe que estremeció y debilitó notablemente al
neoliberalismo latinoamericano.
Desde hace seis años,
México fue convertido en un erial, un paisaje de muerte por la guerra contra el narcotráfico con la que
el presidente Felipe Calderón, en un acto de desesperación e irresponsabilidad
absoluta (que ya cobró la vida de más de 60 mil personas), intentó legitimar su
triunfo fraudulento en las elecciones de 2006.
Venezuela, por el contrario, protagoniza desde el 2004, con el
nacimiento del ALBA, una de las experiencias de humanismo, solidaridad
internacional y fraternidad latinoamericana más destacadas de los últimos
tiempos, en campos como la salud, la educación, la cultura, la economía, la
tecnología y la integración energética.
México, por la añeja
complicidad de empresarios y partidos políticos, se convirtió en el reino de la
telecracia, es decir, la “democracia”
manejada por el duopolio de Televisa y TVAzteca: allí, la manipulación de la
opinión pública, la guerra sucia
llevada a la televisión abierta y el ataque sistemático y sin cuartel para
descarrilar el inminente triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2006 (“¡es un peligro para México!”, gritó
histérica la derecha mexicana), demostraron la abrumadora fuerza del poder
mediático en una sociedad neoliberal. Solamente la dignidad de los de abajo, expresada por el
Movimiento de Resistencia Civil, desafió las maniobras espurias de la telecracia, como ahora lo hacen los
jóvenes universitarios del movimiento
yosoy132, ante la pretensión
del duopolio televisivo -y sus cómplices- de llevar de nuevo al poder al
candidato del PRI, Enrique Peña Nieto.
En Venezuela, ese poder
mediático, aliado con la oligarquía y con la bendición del gobierno de los
Estados Unidos, dio un golpe de Estado en abril de 2002. Pero el pueblo
venezolano y los sectores del ejército leales a la Constitución supieron
derrotar esa conspiración. Desde entonces, la Revolución Bolivariana comprendió
que el de los medios de comunicación es uno de los escenarios determinantes
–por su influencia cultural- de las luchas políticas y los cambios en Venezuela
y América Latina. Y así asumió el compromiso: en 2005, la señal de TeleSur
salió al aire para mostrar otras realidades de nuestro continente y el mundo;
la Asamblea Nacional legisló para democratizar las comunicaciones (acceso,
propiedad, difusión, participación ciudadana, responsabilidad social) y
estimular el desarrollo de medios populares y comunitarios, abriendo un camino
que más tarde, y en sus propios contextos, retomaron Argentina, Brasil, Bolivia
y Ecuador.
México y Venezuela son
polos antagónicos en el devenir nuestroamericano del siglo XXI: aislados por
las discrepancias ideológicas, por la sumisión de unos y la rebeldía de otros,
y especialmente por los intereses hegemónicos interesados en fracturar la
comunidad regional, sus gobiernos se miran de lejos sin posibilidades de
compartir experiencias y forjar rutas comúnes.
¿Cómo sería nuestra región si estas dos naciones, con la plenitud de su
diversidad y su caudal de energía creadora, convergieran por fin en el mismo
empeño liberador e integrador que sus historias, emancipadoras y revolucionaras
por derecho propio, les reclaman para completar la tarea de la unidad de
nuestra América?
En su ensayo Nuestra América, José Martí escribió: “Sobre algunas repúblicas está durmiendo el
pulpo. Otras, por la ley del equilibrio se echan a pie a la mar, a recobrar,
con prisa loca y sublime, los siglos perdidos”[1].
Ojalá México y
Venezuela se encuentren pronto y hagan juntos ese camino de los siglos perdidos.
NOTA
[1] Martí, José (1891). “Nuestra América”, en Hart Dávalos,
Armando (editor) (2000). José Martí y el
equilibrio del mundo. México DF: Fondo de Cultura Económica. Pág. 210.
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