Mientras Europa (y
España) se pone en la ruta del neoliberalismo más arrogante y agresivo, buena
parte de los países de América Latina ya pasamos por semejante experiencia.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo (Ecuador)
Escribo desde España.
Aquí me ha llamado la atención (hace poco no era así) la generalizada opinión
de que este país “anda mal”. Observo a cada paso que en la gente hay una amplia
sensación de crisis, que en las conversaciones se advierte que el camino que se
viene probablemente sea peor y que las medidas que se están tomando son
inconcebibles.
A España se la presiona
para que ajuste su economía con disminución del gasto público, recortes de
pensiones, flexibilidad laboral, privatizaciones y “salvataje” bancario. El
Gobierno ha propuesto, incluso, que los bancos privados puedan acudir
directamente al financiamiento europeo sin pasar por la intermediación del
Estado. Y en la televisión he visto las declaraciones de funcionarios estatales
que apuntalan y defienden el nuevo esquema con una “solvencia” que impresiona.
En contraste, hay gran
interés por lo que pasa en América Latina, y particularmente en Ecuador. Se
advierte que hay cambios trascendentes en la región. Y en el medio académico
universitario en el que me encuentro, Ecuador atrae por el impulso económico,
el mejoramiento sistemático de la situación social y el fortalecimiento institucional
y democrático actuales.
He sostenido que mientras
Europa (y España) se pone en la ruta del neoliberalismo más arrogante y
agresivo, buena parte de los países de América Latina ya pasamos por semejante
experiencia. A partir de la crisis de la deuda externa que estalló en 1982, la
región fue sometida por la conjunción del recetario aperturista del Fondo
Monetario Internacional, los intereses del alto empresariado y las políticas
neoliberales de los sucesivos gobiernos.
A consecuencia de
semejante “modelo” en América Latina el deterioro social y laboral fue
constante, a pesar de la promoción empresarial, el consumismo y la imparable
concentración de la riqueza en una poderosa élite, a la que se enajenó la
irresponsable clase política tradicional.
Ahora, gracias a los
gobiernos de la nueva izquierda latinoamericana, en buena parte de los países
ese perverso modelo económico revirtió. Desde 2007 Ecuador abandonó el
“recetario” neoliberal que Europa traza para su futuro como algo “técnico” e
“inexorable”; y, además, cambió la orientación del poder en el Estado, donde
los empresarios y banqueros dejaron de ser los determinantes absolutos de las políticas
económicas.
En consecuencia, América
Latina y particularmente Ecuador tienen mucho por ilustrar a los grandes países
capitalistas centrales.
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