A 60 años del Moncada, la lucha por la segunda independencia y la
unidad de Nuestra América ha ganado más terreno que nunca antes por caminos
propios e inusitados que cada pueblo va encontrando. La combativa y creativa
XII Cumbre de la Alba celebrada en Ecuador el pasado 30 de julio así lo confirma.
Ángel Guerra Cabrera / LA
JORNADA
Las banderas del 26 de julio articulan pasado y presente de nuestra América. |
La revolución desencadenada con el asalto a los cuarteles Moncada y
Carlos Manuel de Céspedes encarnaba la continuidad de la lucha del pueblo
cubano por su independencia desde el siglo 19. Decir de Martí, como lo hizo
Fidel, que había sido el autor intelectual del ataque al Moncada expresaba
meridianamente esta conexión. El apóstol de la independencia de Cuba actualizó
los radicales objetivos de la guerra emancipadora y antiesclavista iniciada el
10 de octubre de 1868 a la luz del surgimiento del imperialismo estadunidense y
del análisis crítico de las primeras décadas de construcción republicana de
nuestros pueblos.
Martí concibió la derrota del yugo colonial español con el fin de
impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas
los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de
América. Su programa perfilaba una república antioligárquica, antiimperialista
y profundamente democrática, donde negros, blancos criollos, mulatos y
españoles convivieran como hermanos. No hay razas, advirtió. En su visión,
deudora de Bolívar, esa república debía unir su destino al de las demás
naciones al sur del río Bravo, llamadas a formar una gran patria común –Nuestra
América– que pusiera coto a las pretensiones expansionistas estadunidenses y
sirviera de contrapeso para lograr el equilibrio del mundo.
Pero el logro de esos objetivos fue frustrado por la intervención
estadunidense de 1898 y la posterior mediatización de la fulgurante revolución
democrática y antimperialista de los años 30. Como consecuencia, Cuba era
probablemente, en la América Latina de entonces, el país más atenazado por los
tentáculos imperialistas de Estados Unidos y sólo podía llegar a ser
verdaderamente independiente el día que rompiera ese yugo.
La cuenta regresiva para lograrlo se inició justamente con el ataque
al Moncada y concluyó cinco años, cinco meses y cinco días después, el primero
de enero de 1959. Los sobrevivientes de aquella acción hicieron de su encierro
la prisión fecunda, convertida –como expliqué en mi entrega anterior– en
verdadero estado mayor de la revolución hasta la amnistía de 1955.
Los 55 días que Fidel batalló políticamente en Cuba a la salida de la
cárcel explican el posterior exilio en México de los moncadistas y su líder.
Este demostró su voluntad de utilizar los precarios espacios legales tolerados
por la dictadura batistiana y esta su decisión de cerrarlos. Una vez más
quedaba clara la necesidad de reiniciar la lucha armada.
Pero el desembarco del yate Granma devino un nuevo revés y los
expedicionarios fueron casi exterminados. Sólo la fe inquebrantable de Fidel y
sus compañeros en las masas, su indomable voluntad de lucha, el arropamiento
que les prodigó el campesinado serrano organizado por Celia Sánchez y, más
tarde, la gran mayoría del pueblo explica la recomposición y crecimiento del
ejército rebelde hasta conseguir la victoria en poco más de dos años.
La arrolladora campaña rebelde de 1958, la gran huelga general
insurreccional que la coronó, la fuga del tirano, la constatación posterior de
la hondura de la revolución cubana permitieron vislumbrar el incendio por la
segunda independencia que ocasionaría en América Latina y el Caribe.
Washington lanzó a partir de 1959 una colosal campaña de terrorismo de
Estado y una inclemente guerra económica para destruir a la revolución cubana.
Inmediatamente después de su triunfo sembró nuestras tierras de golpes de
Estado, asesores de contrainsurgencia y cientos de miles de cadáveres para impedir
el contagio.
Al derrumbarse la URSS pareció por unos años que Cuba se había quedado
sola pero resultó que un gran Moncada a escala latino-caribeña estaba por
estallar. El pueblo de la Venezuela bolivariana y el brillante y decidido
accionar de su gigantesco líder Hugo Chávez rompieron con la inercia
neoliberal. Mostraron que aún después de la gran derrota sufrida por el
movimiento revolucionario mundial con el derrumbe soviético era posible
proponerse de nuevo la justicia social, la libertad política, la fraternidad y
la solidaridad entre los pueblos. Se han sacado lecciones muy útiles de los
errores anteriores.
Es así que a 60 años del Moncada la lucha por la segunda independencia
y la unidad de Nuestra América ha ganado más terreno que nunca antes por caminos
propios e inusitados que cada pueblo va encontrando. La combativa y creativa
XII Cumbre de la Alba celebrada en Ecuador el pasado 30 de julio así lo
confirma.
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