A casi quinientos
años del avistamiento del mar del sur -y más, si se trata del encontronazo de
ambas culturas– sigue pendiente establecer el significado de ese hecho tan
relevante para la historia mundial y la geopolítica, en el plano de su
significado en la formación de la identidad nacional.
Abdiel Rodríguez Reyes / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad
Panamá
“Y la ceguedad de los que regían las Indias no alcanzaba
ni entendía aquello que en sus leyes está expreso y más claro que otro de sus
primeros principios, conviene a saber: que ninguno es ni puede ser llamado
rebelde si primero no es súbdito”
Bartolomé de Las
Casas
Vasco Núñez de Balboa toma posesión del mar del sur. |
Es imperativo
analizar el papel de ruta
de tránsito desempeñado por Panamá en la formación y desarrollo
del sistema-mundo del siglo XVI a la actualidad, en estrecha relación a la
formación de nuestra identidad. De momento, cabe decir que a partir del
avistamiento del mar de sur no solo por Balboa sino también por los indígenas
que lo acompañaran el 25 de septiembre de 1513 se inicia el proyecto de la
modernidad, cuyo desarrollo debe ser entendido en ondas complejas de larga
duración.
No está de más recordar, como señala la historiadora Carmen Mena en
la introducción al voluminoso libro Vasco
Núñez de Balboa y Los Cronistas de Indias, de Luis Blas Aritio, que:
“por su situación geográfica, la
región del Darién estaba situada en pleno corazón de un rico espacio de
intercambios entre las más grandes culturas americanas: el área chibcha,
Mesoamérica y los andes centrales. De todas recibía influencias y con todas se
encontraba en conexión por la vía del comercio, que era practicado por los
indios mediante rutas terrestres, fluviales y marítimas consolidadas desde
tiempos muy remotos”.
No es que con el
avistamiento de Balboa al mar del sur se inicia la historia, sino que a partir
de allí se inicia la explotación a gran escala del oro y la plata de toda la
región, mediante la ruta transístmica a la España del “viejo mundo”. La ruta,
en efecto, no sólo acorta distancia y garantiza el tráfico de los metales preciosos:
además, afianza su colonialidad–dominación en todos los ámbitos, para
precisamente garantizar lo primero.
En tales
circunstancias, a casi quinientos años del avistamiento del mar del sur -y más,
si se trata del encontronazo de ambas culturas– sigue pendiente establecer el
significado de ese hecho tan relevante para la historia mundial y la
geopolítica, en el plano de su significado en la formación de la identidad
nacional. Sobre esto abundan especulaciones que se sintetizan en los tópicos del
puente del mundo y el crisol de razas, sin hondar en la búsqueda de un
significado real. De aquí la necesidad de preguntarnos quién es o que es lo
panameño y cuál es su unidad. En otras palabras, la tarea pendiente es rastrear
la raíz de una identidad colectiva.
Al respecto, por
ejemplo, es necesario encontrar una respuesta que integre los diversos aportes
de otras culturas a la cultura nacional, desde las comunidades española y
china, hasta las de otros grupos europeos, asiáticos y americanos que también
han venido a converger en el Istmo. Cuando hablamos de unidad -y más desde la
colonia- cabe aclarar que en el punto de origen se encuentra la unidad territorial
originaria, organizada -como diría Engels– a partir de “uniones gentilicias”,
divididas en aldeas y hogares familiares, unidas por lazos de parentesco que se
verían alterados por la llegada del español.
Así, al llegar al
Istmo, el español procura alcanzar acuerdos que le garanticen acceso a espacios
físicos, para luego tener control de ellos. Sobre la identidad señaló el
sociólogo Raúl Leis que “la
identidad está ligada a la capacidad de decisión sobre la sociedad, los
recursos humanos y materiales, sobre lo que hemos sido, somos y queremos ser”.
Tal fue lo que en
efecto ocurrió, en un proceso enriquecido por otra cultura – la europea, es
decir occidente, que vino a ser el amo en el Istmo. Unos devinieron a ser
esclavos, otros quisieron ser libres y, se escribió gran parte de la historia
olvidando al vencido. La construcción al menos ideal de la identidad nacional –
colectiva quedo relegada, a causa en gran parte por la ignorancia de nuestros
propios procesos históricos. Es que no somos lo que somos por un acto de magia
o imaginación sino que, al decir de Guillermo Castro Herrera:
“El Siglo XVI – y en especial su
segunda mitad –, constituye el escenario de un periodo de transición decisivo
para la conformación de lo que llegaría a ser la América Latina... Esa
transición consiste en la reorganización subsecuente de las sociedades y
espacios americanos”.
Conocer mejor
nuestros procesos históricos de larga duración ayudará a desandar los caminos
tan apasionados como inciertos que solemos frecuentar y, en cambio, andar los
que nos acerquen a culminar nuestro proceso de formación nacional.
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