Suponer que una
conflagración de 50 años debe terminar antes de las próximas elecciones y que
la reelección del presidente Santos es más importante que finalizar con el
desangre de un país es no tener altura de miras ni comportarse como un
estadista.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
La guerra como fenómeno
político tiene múltiples definiciones. Tal vez la más conocida es aquella de
Clausewitz que dice que “la guerra es la continuación de la política por otros
medios”. Lenin agregó que esos medios son siempre violentos. Tal aseveración
asegura que la política no se agota con la guerra, sino que la prolonga.
Estudiar la guerra en sus multitudinarias expresiones obliga a ampliar su
ámbito desde el estrictamente bélico. Me
permito decir que desde el punto de vista del comportamiento humano, la guerra
desata lo peor y lo mejor del individuo. Por un lado brotan los más bajos
instintos por la necesidad de supervivencia, lo que en ocasiones lleva a que
“todo valga”. Sólo un alto grado de conciencia política y patriotismo de
aquellos que están involucrados en la misma por ideales difíciles de entender
para el común de los mortales, logra limitar los instintos para actuar en
términos humanitarios. Ya el Libertador
Simón Bolívar, en el Tratado de Regularización de la Guerra, firmado junto al
mando español en noviembre de 1820, había establecido que la primera y más
inviolable regla entre ambos gobiernos sería que la guerra debía hacerse como
“la hacen los pueblos civilizados”.
Por otra parte, las
dificultades, las ausencias, las carencias y la monótona convivencia con la
muerte hacen de la guerra el más alto estandarte de solidaridad, fraternidad y
afecto entre camaradas que en unos casos dan la vida por un ideal, y en otros
por mezquinos intereses, sea al servicio del pueblo o de sus opresores, los
combatientes son siempre hijos de las familias más humildes de la población. En
ese marco, las guerras civiles son conflictos fratricidas, a pesar de lo cual,
las heridas causadas son posibles de sanar sobre la base de una gran voluntad,
altura de miras y de una visión de futuro que no son habitualmente comunes al
género humano. Por ello, la vida y la obra de Nelson Mandela son paradigmáticas
en ese ámbito cuando volvió del despojo de 27 años de su vida para fundar una
nueva nación sin odios ni revanchas.
La guerra en Colombia
dura casi 50 años, es el conflicto armado más antiguo del planeta. Una
conflagración de ese tipo y de tan larga duración comienza a construir
relaciones sociales, comportamientos sicológicos y establece motivaciones
sociológicas que son muy difíciles de revertir. Si bien es cierto que el
contexto internacional se ha transformado radicalmente desde el momento en que
éste se inició, las condiciones de marginación, exclusión y pobreza de amplios
sectores en el país no han variado mucho como lo atestigua el paro nacional
agrario que hoy se desarrolla en casi toda su geografía. Sin embargo, también
es dable decir que los objetivos que los insurgentes se trazaron no han podido
ser conseguidos aunque la oligarquía y sus fuerzas armadas tampoco han logrado
derrotarlos. En ese ámbito pareciera que lo más recomendable es que,
-parafraseando a Clausewitz- se le diera nuevamente una oportunidad a la
política fuera de los espacios bélicos.
En ese sentido, hace muchos años, el abogado penalista colombiano Hernando
Barreto Ardila apunto que “la única
solución es la paz”, concibiéndose ésta como un planteamiento de “ética
dialógica o dialogante” que entiende a la paz como “el presupuesto para la
realización de los demás derechos fundamentales”. Así mismo, el sociólogo de la
Universidad Nacional de Colombia Ricardo Vargas Meza apuntó que “mientras la
guerra no sea reconocida como la expresión de la crisis estructural de la
sociedad colombiana y la casi inexistencia de la legitimidad del Estado
colombiano, será imposible tomar en serio cualquier paso hacia la
reestructuración institucional en el ámbito regional y nacional que pueda de
alguna forma servir de marco para la resolución del conflicto armado”.
El diplomático
español Manuel Montobbio ha dicho que
una situación como esta, exige el
planteamiento de “nuevas dinámicas, retos y tendencias que constituyen el
contexto en el que debe plantearse la evolución y construcción del orden
internacional en América Latina”. Para ello propone “consolidar progresivamente
un concepto de paz positiva ligada a la viabilidad política y socioeconómica,
frente al concepto de paz negativa identificado con la mera ausencia de
enfrentamiento armado”. Eso nos lleva a entender que si la guerra posee
múltiples conceptos, la paz también los tiene.
Eso es lo que parece
deducirse del desarrollo del proceso de negociación por la paz en Colombia que
se desarrolla en la Habana entre el gobierno del país y las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC). Resulta inconcebible que un asunto de tanta
importancia que ha generado todos los consensos nacionales e internacionales
tenga tantos contratiempos. Eso solo se entiende por la existencia de fuerzas
opuestas a la negociación, las que precisamente, tienen un concepto ultra
reaccionario de la guerra y la paz. Suponer que el conflicto armado va a tener
un vencedor en el terreno bélico es prolongar el sufrimiento de un pueblo que
ya está cansado de seguir sosteniendo lo que en el fondo se ha transformado en
un gran negocio de las élites y de las cúpulas de las fuerzas armadas.
Como dije el apoyo al
proceso es casi unánime. Los alcaldes reunidos en Barranquilla han dicho que
“Apoyamos de manera decisiva el proceso de paz que adelanta el Gobierno
nacional con las Farc” y agregaron “Estamos seguros de que los tiempos de
guerra deben quedar atrás. Colombia debe avanzar. No podemos seguir viendo,
generación tras generación, cómo se destruye nuestro país. Hay que darle esta
oportunidad a la paz”, aseguraron en un pronunciamiento que leyó el alcalde de
Manizales, Jorge Eduardo Rojas Giraldo.
Por su parte, la
iglesia católica a través de un documento dado a conocer por el Arzobispo de Bogotá y Presidente de la
Conferencia Episcopal, Monseñor. Rubén Salazar, expresó que "A pesar de
las dificultades que puedan presentarse en la mesa de negociaciones o fuera de
ella, tenemos que apoyar las complejas gestiones de este proceso. No podemos
permanecer atrincherados en la lógica de la guerra por temor al fracaso.
Podemos y debemos derrotar, unidos, la desesperanza y el escepticismo".
Así mismo, en
la Cumbre de Gobernadores denominada “Preparémonos para la paz” que
se realizó en Medellín, los 30
gobernadores del país, le manifestaron al presidente Juan Manuel
Santos su apoyo a los diálogos de paz y su disponibilidad para cooperar en
el posconflicto. Luis Alberto Monsalve, gobernador del Cesar y presidente de la
Federación de Departamentos, expresó que están listos para cooperar, ante un
eventual acuerdo de paz en Cuba: “El fin del conflicto no es sólo silenciar las
armas, es igualmente importante afrontar el posconflicto para lo cual los
gobernadores estamos listos como soldados para cooperar”.
Los miembros de la
Asociación Nacional de Empresarios de Colombia expresaron, a través de una
resolución, su apoyo al proceso de paz, afirmaron que “unánimemente respaldamos
las conversaciones para la terminación del conflicto”.
Sobre el mismo tema, se
han manifestado gobiernos latinoamericanos y de otras regiones del mundo
expresando su total apoyo al proceso que se adelanta en Colombia. Desde líderes
de derecha como Bill Clinton, Tony Blair,
Felipe González y Ricardo Lagos hasta de izquierda como Lula da Silva,
presidentes en ejercicio como Cristina Fernández y José Mujica. Así mismo
organismos multilaterales como Unasur, Mercosur, Alba, OEA y la ONU han dado su
vertical respaldo a Colombia. El Presidente Hugo Chávez fue un entusiasta
auspiciador de las negociaciones. La presencia de Venezuela junto a Chile como
acompañantes y de Cuba y Noruega como garantes da cuenta de un abanico amplio
de apoyo internacional al proceso.
Por su parte, en un
sondeo hecho por la empresa Gallup el 28 de junio pasado, se manifestó una
insistencia a favor de la continuidad de los diálogos con la guerrilla hasta
lograr un acuerdo de paz. El 66 % de los colombianos mantiene un apoyo
constante y creciente al proceso adelantado en La Habana. Jairo Delgado,
especialista en Ciencia Política y director de Análisis del Instituto de
Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga, consideró que "Tanto en la guerrilla
como en los colombianos hay un agotamiento por la confrontación armada y la
violencia que genera. Por eso la gente quiere la paz". La misma
encuesta arrojó que solo el 32% de los
colombianos opinó que no debe haber un diálogo y por el contrario, se debe "tratar de derrotarlos
militarmente".
Sin embargo, es
evidente que las presiones al gobierno de parte de los sectores guerreristas
encarnados en el ex presidente Uribe son muy fuertes. Ese factor, aunado a las
intenciones reeleccionistas del Presidente Santos conspiran para un normal
desenvolvimiento de las conversaciones. El afán permanente de poner plazo al
fin de las mismas, da cuenta de una visión cortoplacista de cara a la solución
de un conflicto ancestral. Como habitualmente apunta el Doctor en ciencias
Políticas de la Universidad de los Andes en Mérida, Vladimir Aguilar, los
tiempos políticos no siempre coinciden con los tiempos electorales. En este
caso, es más que patente tal aseveración. Suponer que una conflagración de 50
años debe terminar antes de las próximas elecciones y que la reelección del
presidente Santos es más importante que finalizar con el desangre de un país es
no tener altura de miras ni comportarse como un estadista. La guerra debe
terminar, a la paz no se le debe poner plazos.
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