El neoliberalismo, en su versión criolla, finalmente acabó con uno de
los mitos fundacionales de la sociedad costarricense y de la identidad nacional
hegemónica: el de la educación como factor de movilidad social.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Una reciente publicación de El
Financiero, un medio especializado en
economía y negocios, llamó la atención sobre uno de los aspectos más
ilustrativos del cambio cultural que experimenta Costa Rica en las últimas dos
décadas: de acuerdo con datos del censo nacional del 2011, el 10,7% de la
población trabaja en actividades relacionadas con las ventas (por teléfono,
puerta a puerta, cajeros, demostradores en tiendas, comerciantes y propietarios
de tiendas). Y al sumar todos los perfiles laborales relacionados con la venta
de servicios, como los llamados call
center, que emplean a muchos jóvenes con dominio del inglés pero que no han
concluido sus estudios universitarios, la cifra asciende al 20,1%: muy por
encima del 4,4% correspondiente a los profesionales de la educación, del 9% que
se dedican a las actividades agrícolas y del 10% de técnicos industriales y
profesionales de nivel medio.
La “visión bucólica” propia del liberalismo del siglo XIX, e
ideológicamente funcional para los grupos dominantes, que representaba a Costa
Rica como un país de agricultores, con más maestros que soldados,
prácticamente ha desaparecido bajo el peso de las trasformaciones sociales,
económicas y laborales. Un nuevo ejército, el de los trabajadores que se insertan en el modelo de venta de servicios, va
emergiendo subordinado a las políticas de signo neoliberal.
“Se están configurando dos mundos, el de los puestos técnicos y
profesionales, competitivo pero que parece no dar abasto, y otro de ocupaciones
elementales, en el que se concentran problemas como bajos ingresos y desempleo”,
concluye la nota de El Financiero (25-08-2013).
Los datos del censo, evidentemente, solo incluyen a las personas con
un trabajo formalmente registrado, pero
si consideráramos ese segmento cada vez mayor de la población que sobrevive en
la economía informal o con empleos ocasionales (de temporada en el comercio), la imagen del país de más vendedores que maestros se convierte en un retrato de
época.
El censo nacional, entonces, ofrece algo más que simples estadísticas:
nos dice que el neoliberalismo, en su versión criolla, finalmente acabó con uno
de los mitos fundacionales de la sociedad costarricense y de la identidad
nacional hegemónica: el de la educación como factor de movilidad social.
En efecto, una de las interpretaciones más difundidas sobre el papel
de la educación en el proceso histórico costarricense es la que, a finales de
los años 1970, propusieron Carlos Monge
Alfaro y Francisco Rivas Ríos, dos ideólogos de la intelectualidad
socialdemócrata surgida en la segunda mitad del siglo XX, quienes emplearon la
metáfora de “la educación como fragua de la democracia” para explicar cómo,
desde su perspectiva, el desarrollo educativo del país fue “uno de los aspectos
medulares de la conformación de una sociedad política democrática, que desde
sus comienzos proclamó como valores y metas superiores la libertad, la dignidad
y la justicia”[1].
Una idea hermana de la que proponían los liberales decimonónicos con su tesis
del país
de más maestros que soldados.
Para Monge Alfaro y Rivas Ríos, el desarrollo educativo y las reformas
políticas y económicas emprendidas desde el siglo XIX tendrían como propósito
mayor “afirmar la educación como función esencial del Estado y como factor
indispensable en el desenvolvimiento de la democracia costarricense”[2].
Esta interpretación que, por un lado, parecía desdeñar los hechos y contenidos
conflictivos que caracterizaron las distintas coyunturas de cambio en la
historia del país; y por el otro, omitía los elementos excluyentes, racistas y
xenofóbicos que estuvieron presentes en la mentalidad de los grupos dominantes
que gobernaron el país desde finales del siglo XIX; formaba parte de un
esfuerzo ideológico legitimador elaborado en las postrimerías de la llamada
“edad de oro” del modelo de Estado de bienestar costarricense (1950-1980).
Es decir, la metáfora de la
educación como fragua de la democracia actualizaba en los años setenta las
principales nociones, imágenes y discursos que, desde el período
liberal-republicano, han alimentado la construcción de la identidad y el ser nacional, al tiempo que reafirmaba elementos clave del consenso social hegemónico (nuestro
peculiar reformismo anticomunista).
Sin embargo, las transformaciones sociales y económicas de finales de
la década de 1970 y principios de la de 1980, junto a la emergencia del
paradigma neoliberal, provocaron una crisis en aquel Estado de Bienestar y en su
modelo de desarrollo -que había logrado ampliar las oportunidades para la clase
media como garantía de la paz social-, y erosionaron el andamiaje ideológico y
discursivo que predominó en el país desde la fundación de la Segunda República
en 1949.
El rumbo que hoy sigue Costa Rica es la herencia de las sucesivas
rupturas con los mitos fundadores del imaginario social, así como del
derrumbamiento del proyecto de nación
al que se anclaron como referentes de la acción política y de la cultura.
La evidencia que aportan los hallazgos del censo nacional nos ayuda a
dimensionar las transformaciones que impone el modelo neoliberal a la sociedad
costarricense de finales del siglo XX y la primera década del siglo XXI, y a la
vez, nos permite comprender el malestar ciudadano y la frustración con la
democracia no como síntomas de “ingobernabilidad”, como lo afirma la
tecnocracia neoliberal, sino como el crujir de una fragua que se agrieta a pasos agigantados, en la
misma medida en que las desigualdades y exclusiones desgarran el tejido social
del país más feliz del mundo.
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