La historia nacional de 1968 a 1989, al igual que muchas otras, está
preñada de sobresaltos y particularidades propias de su contexto, y donde las
contradicciones se tensaron al punto de no encontrar solución por sí mismas.
Abdiel Rodríguez Reyes* /
Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Invasión de EE.UU a Panamá en 1989: el final de un período histórico y el comienzo de uno nuevo. |
En abril de este año publique un artículo en La Prensa titulado: La
fractura en nuestra democracia. Ahí pretendía explicar la fractura
(entiéndase como cambio de rumbo –culminación de una forma de gobernar–
culminación de unidad histórica) social que
empezó con el golpe militar del 11 de octubre de 1968 y culminó con la
nefasta invasión norteamericana a Panamá el 20 de diciembre de 1989.
Las fracturas políticas no son evidentes, se mueven debajo del telón, se
dan en periodos históricos donde hay denominadores comunes, se materializan por
aquel que mejor represente los intereses de la clase dominante y, colapsan por
contradicciones antagónicas.
En octubre de 1968 cuando se da el golpe de estado a Arnulfo Arias, por
parte de Boris Martínez y Omar Torrijos como cabezas visibles, queda
evidenciado que se entra en un periodo donde no solo se da una fractura social
- política, sino un cambio ideológico de onda significación, que en una marco
global, como se experimentó en otras latitudes, tal es el caso de Francia (el
mayo francés) y China (la revolución cultural) complementan el complejo mundo
de hoy. A partir de estos procesos que
por su naturaleza tienen una trascendencia para la historiografía
contemporánea, no se puede comprender los que siguen, sino es a la luz de estos.
Por contraste, en Panamá se retrocedió y algunos procesos políticos
jamás alcanzaron su mayoría de edad. Inmediatamente después del golpe, se
instituye lo que los militares llaman “la restauración de la republica” que ha
rasgos muy generales es una visión donde la política y el poder se conjugan.
Al periodo posterior de 1968, el filósofo Ricaurte Soler en su texto Panamá Nación y Oligarquía lo ha llamado
Bonapartismo: “Entendamos bonapartismo el poder estatal relativamente autónomo
frente a las clases y sus luchas, que en determinadas coyunturas históricas
orienta el proceso económico arbitrando los cambios sociales”.
Más adelante en la misma obra señala: “Por lo que ha Panamá respecta un
régimen bonapartista, el primero de nuestra historia, es exactamente el que
surgió en octubre de 1968 cuando la Guardia Nacional, único instituto armado
del país, asumió las responsabilidades del poder público. Las causas más
inmediatas del suceso las encontramos en las multitudinarias manifestaciones
antiimperialistas de enero de 1964”.
Sobre este periodo, los historiadores Celestino Arauz y Patricia
Pizzurno lo han caracterizado como de “un carácter populista y personalista
bajo el signo de la improvisación” más adelante añaden que es una especie de
“populismo paternalista”. También
señalan que “gracias a la danza de los millones que los organismos
internacionales ingresaron al país, por el establecimiento del centro
financiero internacional, Torrijos logró consolidar la dictadura militar, al
tiempo que convirtió al Estado Panameño en inversionista y empresario”. Estas
notas características de la época aclaran en gran medida el camino trazado que,
a primera vista, resulta contradictorio, teniendo en cuenta que por un lado
Omar Torrijos bajo la egida progresista, populista y bonachón con el pueblo
exalta la nacionalización de algunos rubros.
Y por otro lado, se dan los movimientos telúricos donde se fortalece la
lógica del sistema mundial capitalista y, quedan los intereses del pueblo al
servicio del fundamentalismo del libre mercado y las políticas del neoliberalismo.
Consolidado este proceso que culminó con la nefasta invasión
norteamericana, se pasó a lo que denominamos la democracia representativa, que
va desde el gobierno de Guillermo Endara hasta el hoy presidente Ricardo
Martinelli.
La historia nacional de 1968 a 1989, al igual que muchas otras, está
preñada de sobresaltos y particularidades propias de su contexto, y donde las
contradicciones se tensaron al punto de no encontrar solución por sí mismas.
Como resultado se necesitaron cambios que de hecho se dieron a lo interno de
los procesos políticos, sociales, económicos y culturales que demostraron el
desgaste de esa forma de gobernar, es decir la culminación de esa unidad
histórica y el comienzo de otra.
*Profesor
de Filosofía
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