Eventuales triunfos de
las derechas, en este ciclo electoral que se avecina, tendrían consecuencias
importantes, por un lado, sobre el proceso de integración regional
nuestroamericano; y por el otro, sobre el consenso posneoliberal que, a nivel
regional y mundial, ha permitido articular posiciones favorables a la
construcción de un sistema internacional multipolar.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Tres candidatos disputan la presidencia de Brasil. Dilma encabeza las encuestas; pero la muerte de Eduardo Campos y la nueva candidatura de Marina Silva podrían cambiar el panorama . |
En Brasil (el día 5),
Bolivia (el día 12) y Uruguay (el día 26) se celebrarán elecciones
presidenciales durante el mes de octubre. Estos comicios se suman a los ya
verificados este año en Costa Rica, El Salvador, Panamá y Colombia, y cuyos
resultados, en términos generales, mantienen las tendencias que se observan en
América Latina en lo que llevamos de siglo: avance de las fuerzas de izquierda
y centroizquierda, concretamente las salvadoreñas y costarricenses (pero con
mandatos relativamente débiles dada la composición de los congresos y las
limitaciones heredadas del modelo neoliberal impuesto hace tres décadas); y en
Panamá y Colombia la reafirmación del dominio de unas derecha enfrentadas entre
sí, producto de sus propias contradicciones y disputas de intereses, como quedó
en evidencia en el caso de la victoria pírrica del presidente Juan Manuel
Santos frente al candidato de Álvaro Uribe Vélez.
Desde esta perspectiva,
las elecciones de octubre cobran relevancia por cuanto las proyecciones de
resultados que se desprenden de las encuestas de opinión, especialmente en
Brasil y Uruguay, entreabren la posibilidad de que el rumbo progresista
suramericano que ha predominado, mayoritariamente, durante los últimos dos lustros,
se vea amenazado y hasta fracturado por fuerzas de derecha, centro derecha o un
crisol de alianzas pragmáticas coyunturales (por ejemplo, como ocurre en
Brasil, con el acuerdo entre “verdes” y empresarios del agronegocio a favor de
la candidatura de Marina Silva).
Eventuales triunfos de
las derechas, en este ciclo electoral que se avecina, tendrían consecuencias
importantes, por un lado, sobre el proceso de integración regional
nuestroamericano; y por el otro, sobre el consenso posneoliberal que, a nivel
regional y mundial, ha permitido articular posiciones favorables a la
construcción de un sistema internacional multipolar.
En Brasil, tras el
desgaste político de los últimos meses producto de la desaceleración del
crecimiento de la economía y las manifestaciones en contra de las inversiones
millonarias para la realización del Mundial de Fútbol, la presidenta Dilma
Roussef enfrenta la recta de final de la campaña con entre un 36% y un 38% de
la intención de voto de los brasileños, aunque el apoyo de sus contendientes ha
crecido y algunos estudios perfilan la posibilidad de una segunda ronda de
votaciones (contra Aécio Neves o Marina Silva) para elegir al futuro mandatario
o mandatario de la potencia suramericana emergente. La presidenta Roussef, por
su parte, mantiene como ejes de su mensaje electoral la continuidad de los
cambios iniciados por el expresidente Lula da Silva y los logros alcanzado, en
distintos ámbitos, durante 12 años de gobierno del Partido de los Trabajadores.
Por ejemplo, el incuestionable éxito social, económico, y sobre todo humano,
que representa el hecho de que casi 40 millones de brasileños y brasileñas
hallan salido de la pobreza.
En Uruguay, el Frente
Amplio (FA) eligió como candidatos a presidente y vicepresidente a dos figuras
con hondas raíces históricas en el partido: al expresidente de la República
Tabaré Vázquez (2005-2010), primer presidente frenteamplista y Raúl Fernando
Sendic, hijo del líder del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, Raúl
Sendic Antonaccio. Sin embargo, las encuestas no prevén un panorama sencillo:
el FA ha perdido puntos de intención de voto en los últimos estudios (pasa del
42% al 39%, entre junio y agosto); en tanto que el Partido Colorado y su
candidato, el joven abogado Luis Lacalle Pou, de 41 años, hijo del expresidente
Luis Alberto Lacalle, crece en apoyo (pasa del 27% al 30%, en el mismo
período).
Un triunfo en primera
ronda, bajo estas tendencias, no parece fácil y se augura una batalla política
intensa en las próximas semanas. Reflexionando sobre estos acontecimientos y el
estancamiento electoral del FA, el analista uruguayo Kintto Lucas afirma que “hay algo a nivel subjetivo de la sociedad
uruguaya que lleva a proponer un recambio, que lleva a oponerse a lo
establecido. Puede gustarnos o no, pero en política y en política electoral
más, estamos obligados a leer el momento con una mirada amplia y crítica,
aunque es más fácil hacernos trampas al solitario y después, cuando nos
chocamos con la realidad, buscar responsables”. Y agrega: “Hay una ruptura simbólica de los jóvenes
realmente jóvenes, de los jóvenes de 40 y hasta 50 con el Uruguay pre
establecido. El Frente debería darse cuenta de esa ruptura y modificar el rumbo
de la campaña mientras haya tiempo. Tabaré y Raúl deberían repartirse la
vocería. Raúl debería asumir una vocería claramente diferenciada, en la forma y
en los temas reivindicados. Debería marcar y remarcar mucho más un perfil
propio, renovador, más allá de reivindicar todo lo bueno que ha hecho el FA”.
Un escenario diferente
es el de Bolivia, donde la reelección del presidente Evo Morales y de su
vicepresidente, Álvaro García Linera, parece inminente. Las encuestas reflejan
un apoyo para los candidatos del Movimiento al Socialismo (MAS) que va del 52%
al 59%, muy por encima del 15% a 17% del opositor Samuel Doria Medina. ¿Qué
está detrás de este contundente crecimiento del respaldo a la gestión de Evo
Morales? Seguramente la radicalidad y profundidad de los cambio acometidos por
la Revolución Indígena y Cultural, como la define el presidente, sobre todo si
se le compara con la pesadilla neoliberal que precedió a su llegada al
gobierno.
Más allá de las
limitaciones, contradicciones y errores que puedan señalarle sus opositores y
hasta los militantes y simpatizantes del MAS, las políticas puestas en marcha
por Morales y su equipo le han permitido
a Bolivia alcanzar avances sociales y económicos sin precedentes. Katu
Arkonada, intelectual vasco que ha estudiado y vivido de cerca el proceso
boliviano, considera que la construcción de un nuevo modelo económico
posneoliberal, y su impacto positivo entre la población boliviana, es uno de los pilares del alto índice
de aprobación de Morales: gracias a la nacionalización de los
hidrocarburos, el PIB pasó de $9.525 millones de dólares en 2005 $30.381
millones en 2013; con un gobierno neoliberal, la inversión pública en 2005 fue
de apenas $629 millones de dólares, mientras en que con Morales, en 2013,
alcanzó la cifra récord de $3.781 millones de dólares, “que se reparten
prácticamente a partes iguales entre inversión en políticas sociales,
infraestructuras y desarrollo productivo”. Se aumentó el salario mínimo, disminuyó
el desempleo urbano, y se redujo la
pobreza extrema (pasó del 38,2% en 2005 al 21,6% en 2012) y la desigualdad (“en
2005 la diferencia de ingresos del 10% más rico era de 128 veces sobre el 10%
más pobre, mientras que en 2012 esta diferencia se redujo a 46 veces”).
Tres países, tres
elecciones, tres rutas posibles del cambio de época en nuestra América. En cada
caso, las condiciones particulares que han debido enfrentar los gobiernos
determinan, a su vez, la velocidad y profundidad de las transformaciones, lo
mismo que la naturaleza de los liderazgos políticos. Cada uno representa,
además, las coordenadas de un posneoliberalismo diverso, creativo y posible,
que hoy encara el desafío de derrotar una vez más, mediante el sufragio
popular, a una derecha maquillada que sueña con volver al pasado.
Con todos los
claroscuros que tengan, los gobiernos progresistas y nacional-populares llevan
sobre sí muchas de las esperanzas de los pueblos de la región. Permitir que su
marcha se detenga ahora, después de tantas décadas de luchas, sería un error y
un golpe terrible para la construcción de una América Latina más libre, más
independiente y más soberana.
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