Cuando la lógica
demente del mercado nos empuja a producir y consumir cada vez más, confundimos
lo que debemos medir y creemos que el resultado obtenido en crecimiento
económico es igual a desarrollo.
Fander Falconí / El Telégrafo (Ecuador)
La medición es una
equivocación que nos impide entender la crisis planetaria que está terminando
con la vida en la Tierra. La economía aumenta y vinculamos, por falta de conocimiento, con bienestar.
Consumimos más y asociamos con felicidad o buen vivir. Depredamos la biosfera y
consideramos que nos desarrollamos.
El prestigioso
economista ecológico norteamericano Herman Daly critica la ‘manía’ por el
crecimiento, o sea, no considerar los límites ambientales y sociales que
implica. El crecimiento, la panacea del pasado, se está convirtiendo en la
pandemia del presente, dice Daly.
El desarrollo
constituye un logro mayor al simple crecimiento económico, pues hace énfasis en
las opciones y oportunidades de los seres humanos, algo distinto a la expansión
de la producción y el consumo.
Para medir el primero,
el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publica desde 1990
el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que sintetiza la esperanza de vida al
nacer, los niveles de educación (escolaridad) y el Producto Interno Bruto (PIB)
per cápita. Desde mucho antes el segundo se mide por el crecimiento del PIB
total. El PIB es sustancial para medir lo que ocurre en el mercado, de año en
año, y está muy ocupado de la oferta de bienes y servicios. Pero el mercado de
bienes y servicios no sirve para medir el bienestar humano y tampoco la calidad
de vida de la gente.
Hay tantos
cuestionamientos al PIB que, incluso, se ha propuesto reducir la producción de
bienes y servicios, ya que estamos por encima de la capacidad de regeneración
natural del planeta, como nos advierten los científicos. Serge Latouche, el
economista y filósofo francés, ya propuso hace mucho tiempo atrás un cambio de
trayectoria; es decir, una opción civilizatoria alternativa, una ‘sociedad del
decrecimiento’. Decrecimiento o barbarie, diría.
Noruega encabeza la
lista de los países con mayor IDH, de acuerdo al último informe ‘Sostener el
progreso humano: Reducir vulnerabilidades y construir resiliencia’ (PNUD,
2014). Le siguen Australia, Suiza, los Países Bajos, Estados Unidos y Alemania.
Al final de la clasificación aparecen Sierra Leona, el Chad, la República
Centroafricana, la República Democrática del Congo y el Níger. Ecuador, ubicado
en el puesto 98, consta como un país de IDH alto.
En términos
conceptuales y prácticos, constituye un gran avance que se utilicen indicadores
de desarrollo en vez de tan solo el PIB. Al fin de cuentas, el crecimiento y la
modernización son medios para alcanzar una mejor calidad de vida.
Sin embargo, tanto el
crecimiento como el desarrollo descuidan los problemas ambientales. El sueño
del crecimiento económico ilimitado, y del desarrollo a ultranza, se estrella
contra la realidad de un mundo limitado. Las leyes de la física advierten que
no son posibles sin impactos en la biosfera. Esto trataremos en un siguiente
artículo.
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