Desde hace ya algunos años Guatemala, al igual que todos
los países de la región latinoamericana, se encuentra virtualmente bombardeada
por innumerables grupos religiosos de denominación evangélica. El fenómeno
merece una especial mención, dado que comporta ribetes de orden más
sociopolíticos que específicamente religiosos.
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad
de Guatemala
I
Ya
en la década de los '60 del pasado siglo había comenzado este proceso, pero
desde el advenimiento al poder político en los Estados Unidos de América de
Ronald Reagan y el ala ultra conservadora de los republicanos hacia los años
'80, se agiganta convirtiéndose en una estrategia política claramente definida.
De hecho aparece mencionado como un mecanismo a implementar en los Documentos
de Santa Fe I y II, base ideológica de este proyecto de derecha del poder estadounidense.
Surge casi como una contrapropuesta ante el avance de la Teología de la
Liberación de la Iglesia Católica y su compromiso social a través de la opción
por los pobres.
Las
iglesias evangélicas tradicionales (adventista, bautista, presbiteriana, etc.) tienen
ya una larga historia en Guatemala de, al menos, un siglo. Por lo pronto, y en
más de una ocasión, han desarrollado actitudes pastorales de mayor compromiso
social que la Iglesia Católica. Esto, seguramente, atendiendo a sus orígenes
históricos, proviniendo de sociedades más liberales y muchas veces enfrentadas
a la curia romana. Su incidencia cuantitativa en la población, de todos modos,
ha sido relativamente modesta, sin haberse propuesto nunca una
"cruzada" para captar feligresía.
Ahora
bien: la proliferación de los grupos evangélicos que ha tenido lugar en estas
últimas tres décadas llama la atención por varios motivos. Ante todo –asumiendo
una actitud de respeto hacia cualquier expresión religiosa, no importa cuál sea–
lo más importante a remarcar es que este movimiento, justamente, no constituye
una expresión religiosa.
Toda
esta corriente surgió –fríamente pensada como estrategia de manejo y control
social– para cumplir con un cometido no espiritual. Es una forma de
desconectar, neutralizar las preocupaciones terrenales más concretas, y eventualmente
las respuestas que se le puedan dar. Poniendo el énfasis en una cuestionable espiritualidad
casi enardecida y apelando a una moralina simplificante, estas iniciativas se
mueven hábilmente llenando vacíos en los sectores más humildes y desprotegidos
de las sociedades más pobres.
Es
claro que actúan según un mapeo de potenciales zonas conflictivas: aparecen y
se desarrollan en los países y en las regiones más pobres, donde menor
presencia estatal se verifica, y donde es más altamente probable que pueden
darse reacciones a esas situaciones estructurales de injusticia y postergación.
Actúan, en ese sentido, como claras y sopesadas estrategias
contrainsurgentes. Paños de agua fría, mecanismos de contención, colchones
suavizadores, podría llamárseles.
En una sociedad como la guatemalteca, con más de la mitad de su
población por debajo de la línea de la pobreza que establece Naciones Unidas y
lejísimo de poder cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio, debatiéndose
entre tanta miseria y falta de salida para sus grandes mayorías, a los sectores
que se benefician de esa situación y pretenden perpetuarse sin que se dé ningún
cambio estructural, estas iglesias fundamentalistas le vienen como anillo al
dedo. Así como también le son totalmente funcionales a los planes
geoestratégicos de la potencia del Norte que nos toma como su virtual "patio
trasero". Para la política hemisférica de Washington todo lo que sea
contestatario, foco de rebeldía, una voz que se levanta en contra de algo,
etc., es potencialmente peligroso, pues podría poner en tela de juicio el statu quo. Por ello, sin dudas, esos movimientos
presuntamente religiosos o espirituales terminan yendo más allá de ello para
pasar a ser movimientos políticos. Incluso, movimientos políticos con sustento
y respuestas económicas. Y lo más trágico del asunto: sin que quienes los engrosan
lo sepan ni lo sientan como tal.
En otros términos, son instrumentos para sectores de poder que no desean
el más mínimo cambio. Hay iglesias históricas a las que les preocupa las causas
de la pobreza (por ejemplo: muchas denominaciones evangélicas tradicionales),
pero justamente esas iglesias no crecen. La pobreza, por cierto, no es un
designo divino; por el contrario, tiene causas muy concretas: son las
injusticias de nuestras sociedades, la violación sistemática a los derechos
humanos, la explotación lisa y llanamente, amparada muchas veces en el racismo
que atraviesa a la sociedad guatemalteca de cabo a rabo. Pero a la población
–léase "la
feligresía"– no se le permite ver todo esto, y más bien se la induce sólo a resolver
sus problemas personales puntuales en su espacio inmediato, nunca con
perspectiva de futuro ni con un criterio de comunidad, de colectividad. Se
busca así que la "salvación"
sea individual sin importar a costa de qué. En tal sentido, el mensaje de estos
grupos neopentecostales pasa a ser una respuesta política, social y económica
antes que un genuino planteamiento religioso-espiritual.
El
discurso con que se presentan es sencillo, esquemático, rápidamente asimilable.
En realidad no hay precisamente un mensaje teológico o espiritual en su tejido;
antes bien proponen una visión casi maniquea de la realidad, basada en una peligrosa
y cuestionable simplificación moralista de las cosas: "buenos" y "malos".
El demonio juega un papel de trascendental importancia en su lógica. Se mueven como sectas, apelando a un
fanatismo, a un fundamentalismo intolerante que, a veces, puede sorprender.
Desde
la experiencia guatemalteca podríamos encontrarle distintas explicaciones a
este complejo fenómeno. Por un lado, las ciencias sociales nos indican que las
religiones son un producto construido, un reflejo de las crisis económicas,
políticas, sociales y culturales de quienes las practican. Es decir: las
religiones las realizan personas con nombre y apellido, con necesidades, que
tienen un lugar concreto en la vida, que sufren, que en muchas ocasiones no
encuentran salidas a los grandes problemas de la vida. Por fuera de la
discusión si los dioses –independientemente que puedan ser una construcción
humana, una "proyección" diría el psicoanálisis– existen o no (eso es una aporía sin solución en
términos discursivos; hay más de 3,000 dioses registrados. ¿De cuál de ellos
hablamos?), las religiones sí son terrenales, bien terrenales. Son, en
definitiva, instituciones basadas en el ejercicio de poderes. "Las religiones no son más que un conjunto de
supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes", dijo un teólogo de monta
como el italiano Giordano Bruno –lo cual, valga aclarar, le valió la hoguera– (En
Seperiza Pasquali, 2004). O, siendo más
cáusticos: "La religión existe desde
que el primer hipócrita encontró al primer imbécil" (En Eskubi Arroyo, 2008), según escribió el
iluminista y agnóstico Voltaire.
II
Una sociedad pobre, con mucha marginación, con fuertes problemas de
seguridad ciudadana, con marcada discriminación étnica, tal como es la cruda
realidad en Guatemala, se refleja en el ejercicio de la religión que practica.
La gente siempre necesita alguna explicación a las realidades que le toca
vivir, y las religiones vienen a cumplir esa misión (explican lo inexplicable,
podría decirse). Sirven como una guía hacia el futuro. Más aún en una sociedad
conflictiva, atravesada por la desigualdad y la violencia, la población
necesita consumir bienes religiosos que le ayuden a sobrevivir, a soportar
tanto sufrimiento. Otra alternativa es el alcohol, por lo que cobra sentido lo
dicho en su momento por el Premio Nobel Miguel Ángel Asturias: "En este país sólo borracho se puede vivir". En ese orden de cosas no podríamos acercarnos al fenómeno del
neopentecostalismo sólo negándolo o alabándolo, sino que debemos entender qué
significa como expresión social.
Por otro lado hay que destacar que las religiones tienen su propio
discurso, su propia forma de organizarse, su propia práctica. Por tanto,
existen religiones institucionalizadas, jerarquizadas; y eso, de alguna manera
también influye en la dinámica de las sociedades. En América Latina la religión
más estructurada es la Iglesia Católica Romana, que está presente por estas
tierras desde el momento mismo del inicio de la Conquista. De hecho, la derrota
de los pueblos originarios a manos europeas a inicios del siglo XVI tiene como
una de sus aristas principales la conquista espiritual, la evangelización
forzada. En tal sentido, la Iglesia Católica tiene una larga historia, una sólida
estructura, un discurso homogéneo que se ha impuesto ya largamente en las "mentes" y
los "corazones". Su influencia en la
vida de los países es muy visible, en las distintas manifestaciones sociales,
en las políticas de los gobiernos, en la moral cotidiana. Sus valores son
aceptados por todos. Si bien se declara el laicismo por parte del Estado, la
religiosidad católica domina ampliamente el panorama cultural. En su mayoría la
población de nuestro continente sigue siendo católica romana por toda una
tradición de siglos. Cuando aparecen todas estas expresiones neopentecostales,
aparece una disputa de espacios con la Iglesia Católica; definitivamente se
trata de luchas de poderes bien terrenales por espacios concretos de
influencia. Si las religiones tocan lo espiritual, definitivamente las iglesias
se ocupan de poderes muy terrenales, defendidos a capa y espada.
Aunque todas estas nuevas religiones no son las oficiales, constituyen
una oferta válida, cada vez más asimilada y presente en la cotidianeidad
normal. En ciertas regiones –curiosamente los lugares más explosivos: el campo,
conde décadas atrás actuaba el movimiento revolucionario armado, y en las
barriadas populares de las ciudades, siempre los posibles focos de
conflictividad social– son una alternativa que se les ofrece a los católicos
(curiosamente también: siempre los sectores pobres). Los nuevos cultos
evangélicos hablan de una democratización de acceso a la Biblia, contrariamente
a como pasa en la Iglesia Católica, donde sólo el clero está en condiciones de
acceder y explicar el texto bíblico. Como la gente necesita, o al menos
aprovecha casi como bálsamo, un acceso directo a lo divino, por esa necesidad
de búsqueda de respuestas ante la crudeza de la vida, esa oferta neopentecostal
tiene mucha aceptación. Dado que la gente común, a través de esos nuevos
cultos, puede acceder a los textos sagrados de modo directo, eso trae cada vez
más seguidores. Es gente que busca acercarse a lo sacro como explicación de su
vida, de su futuro. Si la Iglesia Católica niega el contacto directo con todo
ese campo, estas nuevas expresiones neopentecostales lo permiten, lo favorecen
y estimulan. Por tanto, enormes cantidades de población van volcándose hacia
ellas como alternativa. Por otro lado, también facilita ese paso el hecho que
ahí no hay un clero tan impenetrable como en la Iglesia Romana. Las nuevas
iglesias no exigen una gran formación teológica para sus pastores (de hecho,
muchos son semi-analfabetas y conocen muy superficialmente el texto bíblico,
más allá de rigurosas hermenéuticas forjadas en años de seminario ascético);
cualquier persona de pueblo que se pone al frente de un grupo, sin estudios
bíblicos profundos, sin estudiar hebreo, latín ni griego, puede hacerse pastor
con facilidad.
La inmensa mayoría de la población no busca explicaciones especialmente
sofisticadas, exégesis complejas con traducciones directas del arameo, sino
respuestas concretas a sus necesidades diarias. Y esas iglesias sin dudas, a su
modo, las ofrecen. Por eso las poblaciones, en muy buena medida, se van
sintiendo identificadas con esa oferta, con un pastor del pueblo que habla su
mismo idioma. De ahí el crecimiento enorme de todo este fenómeno en nuestros
países latinoamericanos. No está de más recordar que la Iglesia Romana ha
resentido esta significativa merma de feligreses, y también de sacerdotes
(¿cuántos jóvenes están dispuestos hoy al celibato?); de ahí que ha ido tomando
formas propias de las iglesias neopentecostales, para volver más accesible y
cotidiano el credo –la misa en latín y con el sacerdote de espaldas a la gente
ya quedaron en la historia, y sin dudas no volverán. Por el contrario, no es
nada improbable que el Vaticano termine por incluir a la mujer en el oficio
religioso, y que incluso revise la abstinencia sexual de sus pastores–).
Guste o no (la izquierda política, por ejemplo, mira absorta este
crecimiento exponencial de seguidores neoevangélicos y este muy bien realizado
trabajo de hormiga en los sectores populares), hasta ahora el
neopentecostalismo se ha identificado con los sectores pobres de la sociedad.
Eso es algo muy importante que tienen estos grupos: de la noche a la mañana confieren
reconocimiento, autorrealización a las personas que comienzan a profesar esos
cultos. Lo hacen sentir alguien importante, lo sacan del anonimato. Inclusive
–dato nada despreciable– constituyen un muy poderoso instrumento para sacar del
alcoholismo a gran cantidad de varones, logro que la población femenina no deja
de reconocer y valorar grandemente. Todo eso pesa mucho en una sociedad como la
guatemalteca donde hay tanta marginación, tanta miseria y exclusión social. Con
gente tan golpeada que necesita tanto un apoyo, es fácil que esa oferta
religiosa se expanda y crezca entre los sectores más humildes.
Y más aún: sabido es que en los peores años del eufemísticamente llamado
Conflicto Armado Interno (mejor designado como guerra interna), mucha población
de las áreas rurales, fundamentalmente del Altiplano donde se dieron las peores
masacres, vio en estas nuevas iglesias un salvoconducto que les permitió
sobrevivir. En otros términos: por distintos motivos enormes masas de población
históricamente excluida se volcó a los nacientes cultos como válvula de escape,
como huida de realidades crudísimas (¿qué son las drogas, cualquier droga, sino
eso: escapatorias, evasivos, anestesias ante grandes dolores?).
III
Pero también se da el fenómeno entre la clase media alta y alta. Ahí se
acerca gente de "éxito". Es decir: todas estas iglesias ofrecen los
caminos para la autorrealización y el éxito personal, por tanto dan algo que la
gente entiende mucho más, que necesita mucho más que lo que ofrece la Iglesia
Católica. De ahí que tengan tantos seguidores. Esas recetas son prácticas,
resuelven, ayudan. O al menos, así lo siente la gente. A la población más
excluida, la hace sentir que vale. Y a la gente de clase media y alta le
posibilita realmente, en algunos casos al menos, tener éxito empresarial con
sus iglesias. Surgen así, entonces, las llamadas mega-iglesias.
Por cierto, existe una desarrollada teología de la prosperidad. Por todo
esto, estas expresiones tienen una gran demanda en nuestros países latinoamericanos,
tienen un terreno fértil para crecer y expandirse. Cosa que no se da tanto en
los países ricos del Norte, donde la población tiene más resueltos los diversos
aspectos de la vida. Ahí tienen más arraigo las iglesias protestantes
históricas, o el catolicismo (por cierto, también a la baja). Si es cierto que
se trata de estrategias de dominación pensadas en las usinas ideológicas de los
poderes imperiales en tanto mecanismos de control social, es obvio que esta
gente sabe lo que hace. ¡Y lo hace muy bien!
Otro factor que debe tenerse en cuenta para analizar todo este fenómeno
nos hace ver que la gente ya no encuentra respuesta satisfactoria en las
instituciones religiosas tradicionales, por lo que busca nuevas expresiones. La
población ya está aburrida de tanto sacramentalismo, de tanta formalidad, por
eso busca nuevas opciones alternativas (¿convence a muchos hoy el llamado a la
abstinencia sexual hasta el casamiento? ¿Realmente se apega a la realidad
social del país el llamado a la no-realización del aborto siendo Guatemala uno
de los países de Latinoamérica con mayor porcentaje de esa práctica, siempre en
términos de ilegalidad? (Barillas, 2012). Eso no significa que ya no haya más
espiritualidad, sino que lo que sucede es que la gente quiere una relación
distinta con lo espiritual, más personal, más directa. Por eso lo encuentra más
en estos grupos neopentecostales, así como también se siente más identificada
con las nuevas expresiones de la Iglesia Católica, tal como son los grupos
carismáticos (un remedo ¿mercadológico? de los cultos neoevangélicos). Todo
esto explica el auge de estas nuevas iglesias en una América Latina, y en
particular una Guatemala con la guerra interna más cruenta de la región
–200,000 muertos, 45,000 desaparecidos, impunidad campante y persistente– que
ha perdido las utopías políticas de años atrás, que no tiene referentes, que
tiene como meta un llamado moralista y apocalíptico para "parar de
sufrir", pero sin mayores alternativas más allá de ese grito de
desesperación. Ante todo eso, la gente quiere
predictibilidad, saber qué va a pasar, saber adónde va.
Ahora
bien, la pregunta que se abre, y que no deja de provocar sorpresa, se refiere
al porqué de su tan amplia aceptación, infinitamente mayor que la de cualquier
propuesta política de izquierda. No cabe ninguna duda que en estos alrededor de
30 años en los cuales estos movimientos evangélicos fundamentalistas vienen
desarrollándose, su crecimiento ha sido gigantesco. Tanto que en muchas ocasiones
están a la par –y en algunos casos superan– el poder de convocatoria de la
tradicional Iglesia Católica (toda una institución en Latinoamérica, y sin
dudas también en Guatemala, con cinco siglos de presencia y actor
principalísimo en esta historia).
Obviamente
su oferta llena un vacío; de otra manera –como es el caso de otras propuestas
religiosas existentes: mormones, testigos de Jehová, islamismo, budismo– no
encontrarían el eco que efectivamente tienen.
Actualmente,
quizá ante la falta de propuestas políticas globales alternativas, ante el
descrédito acrecentado día a día de los partidos tradicionales, estas sectas
ocupan un lugar cada vez más preponderante en la vida social de los sectores
pobres, tanto en Latinoamérica como en lo que puede constatarse en Guatemala.
En realidad no solucionan ningún aspecto práctico/concreto en la vida de
millones de pobladores del área. Pero insuflan una fuerza espiritual que
permite seguir soportando las penurias ("¿opio de los pueblos?")
Nunca más oportunas las palabras de un ideólogo estadounidense, padre
intelectual de los Documentos de Santa Fe que mencionáramos, y arquitecto de
las políticas contrainsurgentes de Washington, el polaco nacionalizado
estadounidense Zbigniew Brzezinsky: "En la sociedad actual, el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de
millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción
de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo
las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón" (Brzezinsky, 1968).
Los grupos de poder saben lo que hacen, sin dudas; y por algo han
delineado estas nuevas religiones, hechas a la medida de las necesidades de las
sociedades donde proliferan. Si alguien maneja todo esto, es el planteamiento
neoliberal. Es decir: la competencia, el individualismo, la idea que las
personas valen en tanto consumen, y cuanto más consumen más valen. Todo eso lo
transmiten de manera funcional, bien organizada y presentada estas nuevas
expresiones religiosas. La Iglesia Católica, luego del Concilio Vaticano II,
dio un gran vuelco en su posición tradicional comenzando a tomar partido por
los excluidos con su llamada "opción preferencial por los pobres". La
Teología de la Liberación fue la expresión acabada de todo ese movimiento en el
seno de la Iglesia, de esa nueva ideología y posición para la vida pastoral.
Por eso surgen como respuesta beligerante esos documentos de Santa Fe, con la
clara intención de frenar ese avance hacia lo popular. Es así que aparecen
estas nuevas iglesias, para restarle presencia e influencia a la Iglesia
Católica por medio de una estrategia de distracción con estos cultos,
desorganizando, desmovilizando a la gente, buscando insensibilizar en relación
a las causas de la pobreza. Igualmente oportunas también las palabras ya
citadas de Giordano Bruno y de Voltaire; ¿podría acaso caber alguna duda
respecto a las intuiciones de estos finos pensadores?
Buscaron, y buscan hoy día, despolitizar totalmente a las personas,
quitan todas las responsabilidades cívicas poniendo el énfasis exclusivamente
en cuestiones divinas despreocupándose de las cosas terrenales, de los
problemas económicos y políticos. En su prédica insisten siempre en que la
política es mala, no sirve, por lo que hay que dejar todo eso en manos de políticos
profesionales que son los que supuestamente saben del tema. Ello es congruente
con la idea de debilitar y achicar los Estados nacionales. Ahí aparece entonces
toda la prédica neoliberal, de una manera bien presentada, engañosa, disfrazada
de discurso religioso. Ese es el pensamiento real que se esconde detrás de todo
este neopentecostalismo. En definitiva: se busca mantener el privilegio de unos
pocos a partir de la pobreza de las grandes mayorías, haciendo que la gente no
advierta todo ello, quedándose simplemente con la idea que las injusticias
"son voluntad de dios". En otras palabras: para tener
"éxito" en la vida hay que seguir a estas nuevas iglesias, las
injusticias no existen y el "triunfo" es siempre producto de un
proyecto individual de autosuperación. Ese es el mensaje que se pasa
veladamente. Los que se preocupan por las injusticias terrenales no sirven, son
"perdedores", están "pasados de moda". Con estas nuevas
iglesias se logra hacer que la gente no piense en el mediano ni en el largo plazo;
se logra hacer interesar al público sólo en lo inmediato. En otros términos,
suena muy parecido a la psicología del adicto: resolver las cosas aquí y ahora,
como pura descarga puntual, sin medicaciones, sin proyecto a largo plazo, sin
historia. ¿No funcionan de la misma manera los medios masivos de comunicación?
Curiosa coincidencia. Basta revisar lo apuntado por un intelectual orgánico al
sistema como el recién citado Brzezinsky.
Los cultos neopentecostales no son ingenuos, saben a dónde apuntan y qué
proyecto conllevan. No hay dudas que hay manos invisibles en su puesta en
marcha. Y a esto se podría agregar algo más: ahí está ligado también el tema
del narcotráfico, otro de los grandes poderes paralelos, no sólo en nuestro
país sino en la arquitectura global del actual "sistema-mundo", como
diría Wallerstein.
En Guatemala hay cerca de 20 mega-iglesias. Estos grandes templos
fabulosos, siempre construidos con la más alta tecnología y pagados al más
estricto contado, estricto dinero efectivo, abre interrogantes. ¿Quiénes están
detrás de todas estas iniciativas? Da para reflexionar, sin dudas. ¿Podría
pensarse, eventualmente, en lavado de dinero? Estamos hablando de
construcciones de muchos millones de dólares. Debe estarse alerta ante estos
mecanismos; hay que sensibilizarse ante estas manipulaciones: aquí hay manos
invisibles que utilizan tendenciosamente, con agendas ocultas bien precisas, un
supuesto mensaje religioso. Ahí no sólo hay religión, o más aún, ahí no hay
nada de religión: hay otros intereses políticos e ideológicos de grupos que no
quieren que cambien sus privilegios.
No
hay dudas que millones de seres humanos encuentran en estas prácticas un alivio
–independientemente que podamos leerlo como engañoso, tergiversador,
maquiavélico si se quiere, en tanto sabemos la agenda oculta que lo alienta–.
El desafío que se abre para un discurso (y una práctica) comprometidos
–digámoslo así, aunque pueda sonar ostentoso– con la verdad, o con un cambio,
con una transformación social, es: ¿qué hacer ante esta avalancha de "fe"?
¿De qué manera oponerle alternativas válidas, coherentes? El desafío de buscar
esos caminos está abierto. Valga el presente escrito como una provocación en
esa dirección.
Referencias
bibliográficas
Barillas, B. (2012) El
Aborto en la ciudad de Guatemala, un problema social y religioso. Tesis
doctoral.
Guatemala: Universidad Panamericana, Facultad de Teología.
Bossi, F. Documentos
de Santa Fe I, II y IV. Versión electrónica en español disponible en:
http://www.oocities.org/proyectoemancipacion/documentossantafe/documentos_santa_fe.htm
Brzezinsky, Z. (1968) The Technetronic Society, en Encounter, Vol. XXX, N°. 1.
Colussi, M., Rocha, J.L. y Muñoz, P. (2011) Medios de comunicación y procesos políticos
en un mundo global. Guatemala: Universidad Rafael Landívar, Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales.
Dussel, E. (1995) Resistencia
y esperanza. San José: CEHILA.
Eskubi Arroyo, J.M. (2008) Aportaciones al debate religioso. Disponible
en versión electrónica en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=62938
Jaimes Martínez, R. (2012) El
neopentecostalismo como objeto de investigación y categoría analítica. En
Revista Mexicana de Sociología, Vol. 74, N°. 4. Versión
electrónica disponible en:
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25032012000400005
Martínez Okrassa, C. (2006) Apuntes
de historia de la iglesia desde las víctimas de Centro América. Guatemala:
Carlos Martínez Okrassa.
Seperiza Pasquali, I. (2004) Sobre Giordano Bruno. Disponible en versión electrónica en:
http://mm2002.vtrbandaancha.net/soli8.html
Similox, V. (2010) El
crecimiento de las iglesias Evangélicas en Guatemala: Una mirada
Socio-religiosa. Guatemala: Concejo Ecuménico Cristiano de Guatemala.
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