Desde los tiempos de Lutero a inicios del siglo XVI, no se presentaba una coyuntura histórica de esta trascendencia para la Iglesia Romana. Es de desear que los logros obtenidos en el campo político sean un impulso para que el Papa Francisco pueda completar la obra que su antecesor Juan XXIII tan solo logró vislumbrar.
Arnoldo Mora Rodríguez* / Especial para Con Nuestra
América
La apoteosis
del Papa Francisco en que se convirtió
su periplo por Cuba y Estados Unidos, incluida su intervención en Naciones
Unidas, lo ha consagrado sin la menor duda como un estadista
de dimensiones planetarias. Así
lo han ratificado, tanto los líderes mundiales, como las masas enardecidas que lo han aclamado dondequiera estuvo. Los logros
de su gestión diplomática y su actitud llana y trasparente lo hacen creíble a
los ojos de una opinión pública mundial, cada vez mas escéptica frente a la clase
política. Su intervención para que Cuba y Estados Unidos establecieran relaciones
diplomáticas, lo mismo que el papel jugado en la firma de los acuerdos de paz entre
el gobierno colombiano y la guerrilla, ratifica ese impactante papel del Papa
Francisco en el resbaladizo escenario de la política internacional.
Ojalá que
esa benéfica intervención de la diplomacia vaticana se extienda a otros escenarios
aún mas amenazantes para la frágil paz
de los pueblos, como es la terrible situación del Medio Oriente, cuya
guerra está destruyendo naciones enteras,
lo que ha provocado el éxodo de miles de familias, que hoy inundan las fronteras
de Europa y convierten el Mar Mediterráneo en un cementerio.
Para
ello se requiere crear un ambiente político a fin de que el diálogo diplomático
sustituya al ruido de los cañones. Pero el logro mayor del estadista Jorge
Bergoglio sería que propusiera un plan de desarme mundial, para que se traslade
parte de los ingentes presupuestos que las grandes potencias destinan a gastos
militares, a combatir el hambre y las
enfermedades endémicas en los pueblos mas pobres.
Un
Pontífice Romano no es solo el jefe de un Estado, el de menor tamaño en el mundo, pero que goza de una de las
mas significativas influencias políticas. El Obispo de Roma es, con no menor poder
y responsabilidad, el jefe de una iglesia
que cuenta con el mayor número de adeptos (1300 millones de bautizados). Su influencia
en el ámbito religioso – que va mas allá de la esfera meramente confesional - es tan importante como la que ejerce en los pasillos de la diplomacia mundial. Y es allí, aunque parezca paradójico,
donde Jorge Bergoglio tiene sus mas acérrimos adversarios. Sus durísimas críticas
a la Curia Romana, su insistencia en que
los obispos no deben encubrir las aberraciones de sus clérigos, ni desempeñarse
como burócratas, sino como pastores a quienes animan tan solo sentimientos de
amor, especialmente hacia los pobres y su actitud de abierta comprensión hacia
sectores anatematizados por los clérigos conservadores, han hecho que éstos no
hayan escatimado esfuerzos para configurar una dura oposición al interior de la
Iglesia.
El Sínodo
de los Obispos, convocado para este fin de año en Roma, será un desafío y una
prueba que muestre hasta qué punto el Papa Francisco tiene un liderazgo real y
no meramente canónico, al interior de sus propias filas. De su liderazgo depende su capacidad
de reformador, del que depende, a su
vez, en buena medida el tipo de iglesia
que habrá en el futuro.
Desde
los tiempos de Lutero a inicios del siglo XVI, no se presentaba una coyuntura
histórica de esta trascendencia para la Iglesia Romana. Es de desear que los
logros obtenidos en el campo político sean un impulso para que el Papa Francisco
pueda completar la obra que su antecesor Juan XXIII tan solo logró vislumbrar.
* Filósofo costarricense, ex Ministro de Cultura y miembro de la Academia
Costarricense de la Lengua.
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