¿Cuál es el papel que
debe jugar la izquierda? O mejor dicho, ¿qué ha estado haciendo la versión
mexicana de esa fuerza, mientras las derechas avanzaban sobre los derechos más
elementales del ciudadano a una vida digna?
Luis Linares Zapata / LA JORNADA
El yugo social, político,
económico y cultural impuesto por el modelo de acumulación vigente es, ¡sin
duda!, excluyente, autoritario y asfixiante. La devastación que ocasiona su
feroz paso no deja espacio disponible sin ocupar. Tampoco menosprecia valor
alguno que pueda trastocar en beneficio de sus mandantes. La variedad de los
derechos humanos de los ciudadanos del mundo se reduce a manjar apetecible a
sus mandíbulas. Y no son, los anteriores, juicios exagerados o huecos, dado su
alcance y margen de maniobra. El financierismo, como orientación hegemónica de
las plutocracias, se cuela y rellena todos los intersticios de la vida
organizada de los pueblos. Escenifica, de hecho, una descarnada lucha por el
poder donde no hay tregua o respeto para lo ajeno y, menos aún, por las
llamadas conquistas populares. Se tiene el deseo y, en especial, la voluntad y
los instrumentos para proseguir hasta las finales consecuencias en esta que es
una real cual cruenta guerra de ocupación.
Para los patrocinadores
de tal modelo no hay, por tanto, actividad intocable o de menor aprecio para
sus arraigadas pulsiones acumulativas de riquezas, poder y oportunidades. Ahí
donde hay trabajo (individual o colectivo) o creación de valor ven puertas para
la siguiente captura, trátese de niveles de salarios por disminuir –en aras de
la competitividad, alegan– como de la amplísima gama de servicios públicos,
sitios idóneos donde asentar sus reales. Todas estas actividades de alcances
masivos son susceptibles de ser embuchadas y forzar la actividad privada:
cárceles, comedores comunitarios, enseñanza, ejércitos, conocimientos,
policías, juzgados, drenaje, selvas, aguas, costas, drogas, aire y demás. Todo,
sin excepción ni miramientos, se convierte en terreno propicio para acrecentar
dominios, mientras más vastos, mejor.
Frente a este tipo de
agresiones continuas, ¿cuál es el papel que debe jugar la izquierda? O mejor
dicho, ¿qué ha estado haciendo la versión mexicana de esa fuerza, mientras las
derechas avanzaban sobre los derechos más elementales del ciudadano a una vida
digna? En términos groseros ha colaborado con dicha tendencia (Pacto por
México), claro está, en la medida de sus cortas ( chuchas) capacidades. Duele
decirlo, pero esa ha sido su reciente (de 30 años a la fecha) postura. Ha
involucionado hacia un pragmatismo decadente. Sus pleitos no se enfocan en sus
enemigos o rivales, sino que son intestinos. La meta de sobrevivencia y el
orgullo de posesión se agotan en ocupar cuanto sitial burocrático esté
disponible en sus organismos, sociales, culturales o políticos. En las
estructuras económicas no ha tenido influencia ni lugar alguno. Para salvar
cara, el poder cupular ha esparcido la torpe distinción entre una izquierda
moderna, dialogante y positiva respecto de aquella rijosa, opositora a ultranza
y que no cede punto alguno. A esta última versión la estigmatiza como peleonera,
divisoria, simplista y mesiánica: una clase de postura a la que, sin ambages,
se le niega hasta el mínimo matiz izquierdizante.
Es por eso que la
reciente y, ciertamente, cupular discusión acerca de las alborotables
candidaturas independientes se desprende del actual mar de inquietudes, enojos
y temores prevalecientes. Se trata de acciones preventivas diseñadas desde las
altas esferas –públicas, privadas e intelectuales– contra el factible arribo al
poder de un germen antisistema. Un algo que pueda convertirse en real peligro
para el orden establecido,sobre todo al considerar las escasas respuestas que
se tienen en el abanico ideológico y programático del modelo neoliberal para
lidiar con el acelerado e inocultable deterioro social. Mientras tanto, la
desigualdad, procreada desde el mismo centro de las recitadas reformas
estructurales aterrizadas en leyes, instituciones, rituales y conductas, avanza
con velocidad alarmante. Sus efectos, por demás dañinos, ya no pueden
ocultarse, en especial aquellos que circulan sobre una economía estancada.
Las posibilidades de una
alternancia que abra la cancha a una izquierda realmente trasformadora de la
realidad imperante se ven, por ahora, adelgazadas en extremo. La falta de
alianzas externas (de Morena o de una versión similar) efectivas y coincidentes
son y serán un obstáculo. Sin los apoyos de fuerzas afines no será posible a un
partido o candidato hacerse del poder central: el voto mayoritario es condición
necesaria de sustentación, pero, por desgracia actual, no suficiente. México es
un estado dependiente y subdesarrollado que gravita alrededor del mayor imperio
del mundo. Allá la estructura de poder ha sido usurpada por enormes
corporaciones que requieren, para su continuidad, de satélites explotables en
su beneficio. Permitir una disidencia en su frontera es, entonces, formular una
petición de principio por demás dudosa o imposible de concretar. La única
posibilidad se daría en la emergencia de que en el mismo núcleo central del
neoliberalismo financierista ocurriera una ruptura, aunque fuera de tonos
menores.
El caso de la lucha
iniciada por el gobierno electo de Grecia por salvaguardar los derechos de sus
ciudadanos, vitalmente afectados por la crisis es, al respecto, aleccionador.
Frente al incipiente desplante democrático del pueblo griego se alzó el
endurecido autoritarismo europeo, dominado por la dupla bancaria-industrial
alemana. No hubo oportunidad alguna de negociación o concordia. Alexis Tsipras,
con su arraigado europeísmo a cuestas, tuvo que ceder ante tan avasallante
poder. La vieja Europa solidaria, progresista e igualitaria ya no existe. Ahora
la conducen, sin mayores escrúpulos y avarientas manos, los núcleos
empresariales incrustados en el mando político. En cuanto al caso mexicano, la izquierda
perdió, desde hace años, la posibilidad de contacto con los liderazgos, las
experiencias y concreciones de las luchas por la independencia llevadas a cabo
por varias naciones sudamericanas en los pasados 10 años. No tendrá, por tanto,
tan vitales respaldos, cruciales para hacerse de un tipo singular de poder que
implicaría, en efecto, un movimiento de tipo ciertamente liberador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario