Es la actividad o la
inactividad, la organización para el combate, la dispersión o la cooptación de
los movimientos, el aspecto central a tener en cuenta a la hora de analizar los
gobiernos progresistas. Sólo en segundo lugar aparecen otras consideraciones,
como los ciclos económicos, las disputas entre los partidos, los resultados
electorales, la actitud del capital financiero y del imperio, entre muchas
otras variables.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
Cada quien elige el lugar
desde el cual mira el mundo, pero esa elección tiene consecuencias y determina
lo que puede ver y lo que irremediablemente se le escapa. El punto de
observación no es nunca un lugar neutro, como no lo puede ser el que observa.
Más aún, el observador es modelado por el lugar que elige para realizar su
tarea, al punto que deja de ser mero espectador para convertirse en
participante –aunque se diga objetivo– de la escena que cree sólo observar.
Ante nosotros se
despliegan las más diversas miradas: desde aquellas localizadas en los estados
(partidos, fuerzas armadas, academias), las que se emiten desde los países
poderosos y el capital financiero, hasta las miradas ancladas en las
comunidades indígenas y negras, y en los movimientos antisistémicos. Un amplio
abanico que podemos sintetizar, con cierta arbitrariedad, como miradas de
arriba y miradas de abajo.
Las opiniones vertidas en
meses recientes sobre la situación que atraviesan los gobiernos progresistas
sudamericanos dicen más del observador que de la realidad política que
pretenden analizar. Desde los movimientos y las organizaciones populares que
resisten el modelo extractivo, las cosas se ven bien distintas que desde las
instituciones estatales. Ninguna novedad, aunque esto suele alarmar a quienes
creen ver la mano de la derecha en las críticas al progresismo y en los
movimientos de resistencia.
Para el que escribe, es
la actividad o la inactividad, la organización para el combate, la dispersión o
la cooptación de los movimientos, el aspecto central a tener en cuenta a la
hora de analizar los gobiernos progresistas. Sólo en segundo lugar aparecen
otras consideraciones, como los ciclos económicos, las disputas entre los
partidos, los resultados electorales, la actitud del capital financiero y del
imperio, entre muchas otras variables.
Hace más de dos años
hablamos del “fin del consenso lulista” a raíz de las masivas movilizaciones de
millones de jóvenes brasileños en junio de 2013 (http://goo.gl/lS9K9R).
Varios analistas brasileños explicaron las movilizaciones de aquel año en un
sentido similar, destacando que se trataba de un parteaguas en el país más
importante de la región.
Hace un año dije que “el
ciclo progresista en Sudamérica ha terminado”, en relación con el balance de
fuerzas que surgía de las elecciones brasileñas, consecuencia directa de las
protestas de junio de 2013 (http://goo.gl/z92152).
El Parlamento que emergió de la primera vuelta era considerablemente más
derechista que el anterior: los defensores del agronegocio consiguieron una
mayoría aplastante; la “bancada de la bala”, compuesta por policías y militares
que proponen armarse contra la delincuencia, y la bancada antiaborto, escalaron
posiciones como nunca. El PT pasó de 88 diputados a 70.
Muchos desestimaron la
importancia de junio de 2013 y de la nueva relación de fuerzas en el país,
confiando en el carisma de dirigentes como Lula, en su capacidad casi mágica
para contrarrestar un escenario que se les había vuelto en contra. Los
resultados están a la vista.
El fin del ciclo
progresista podemos verlo con mayor claridad a la luz de los nuevos datos que
arrojan los hechos recientes.
Primero. Estamos ante una
nueva fase de los movimientos que se están expandiendo, consolidando,
modificando sus propias realidades. Aún no estamos ante un nuevo ciclo de
luchas (como los que vivieron Bolivia de 2000 a 2005 y Argentina de 1997 a
2002), pero se registran grandes acciones de los abajos que pueden estar
anunciando un ciclo. La movilización de más de 60 mil mujeres en Mar del Plata
y la enorme manifestación “Ni una menos” (300 mil sólo en Buenos Aires contra
la violencia machista) hablan tanto de la expansión como de la reconfiguración.
La resistencia a la
minería está paralizando o enlenteciendo proyectos de las trasnacionales, sobre
todo en la región andina. Perú, que concentra un elevado porcentaje de
conflictos ambientales, registró varios levantamientos populares y comunitarios
contra las mineras. Por primera vez en años, la inversión minera en América
Latina está retrocediendo. En 2014 cayó 16 por ciento y en el primer semestre
de 2015 cayó otro 21 por ciento según la Cepal. Las razones que aducen son la
caída de los precios internacionales y la porfiada resistencia popular.
Segundo. La caída de los
precios de las commodities es un golpe duro a la gobernabilidad
progresista, que se había asentado en políticas sociales que fueron posibles,
en gran medida, por los excedentes que dejaban los altos precios de las
exportaciones. De ese modo se pudo mejorar la situación de los pobres sin tocar
la riqueza. Ahora que cambió el ciclo económico sólo se pueden sostener las
políticas sociales combatiendo los privilegios, algo que pasa por la
movilización popular. Pero la movilización es uno de los mayores temores del
progresismo.
Tercero. Si el fin del
ciclo progresista es capitalizado por las derechas, no es responsabilidad de
los movimientos ni de las luchas populares, sino de un modelo que promovió la
“inclusión” a través del consumo. Un excelente trabajo de la economista
brasileña Lena Lavinas sobre la financierización de la política social asegura
que “la novedad del modelo socialdesarrollista es haber instituido la lógica de
la financierización en todo el sistema de protección social” (http://goo.gl/XyrcPF).
Por medio de la inclusión
financiera los gobiernos de Lula y Dilma pudieron potenciar el consuno de
masas, “vencer la barrera de la heterogeniedad social que frenaba en América
Latina la expansión de la sociedad de mercado”. Para los sectores populares,
supuestos beneficiarios de las políticas sociales, se trata de un retroceso:
“En lugar de promover la protección contra riesgos e incertidumbres, aumenta la
vulnerabilidad”.
El consumismo, decía
Pasolini hace casi medio siglo, despolitiza, potencia el individualismo y
genera conformismo. Es el caldo de cultivo de las derechas. Están consechando
lo que sembraron.
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