Todos los sectores
hacen propuestas sobre las reformas que necesita la Constitución. La mayoría hace
propuestas puntuales. Lo que hace falta es definir qué país queremos los panameños
para entonces discutir qué ordenamiento constitucional es el más adecuado para
alcanzar ese objetivo.
Marco A. Gandásegui, h. / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
La crisis de la Corte
Suprema de Justicia refleja una profunda descomposición del actual sistema
político panameño que se estructuró después de la invasión militar de EEUU a
Panamá en 1989. El gobierno militar panameño (1968-1989), que sostenía una
precaria alianza entre una burguesía industrial y sectores de la clase obrera
organizada, se hizo añicos tras la ocupación militar del país por EEUU. En su
lugar, se levantó un régimen oligárquico con los partidos tradicionales
ocupando el sillón presidencial, los escaños de la Asamblea de Diputados y las
magistraturas de la Corte Suprema. Durante los últimos 25 años se aplicaron
políticas neoliberales y creció la influencia del capital financiero. La
llamada ‘burguesía nacional’ se desmoronó y la clase obrera perdió la influencia alcanzada a mediados del siglo XX.
La consigna que
levantan algunos sectores para convocar a una Asamblea constituyente en Panamá
se remonta a la década de 1980. En aquella época era un grito de las fuerzas
políticas anti-militares y anti-‘populistas’. En los últimos 25 años ha crecido
y extendido a otros sectores de la sociedad. En la actualidad, la carta magna
se parece a un parche debido a las numerosas reformas que ha experimentando.
En 2014, el actual
presidente de la Republica, Juan C. Varela, prometió una ‘Asamblea
constituyente’. En 2015 - desde el poder –dio un paso atrás y anunció que no
era el mejor momento para hacer realidad la promesa. Obviamente, una
convocatoria lo dejaría a él y a su partido Panameñista en una extrema minoría
convirtiéndose en títere de los partidos de oposición y sus intereses
económicos.
En 2015, el gobierno del
presidente Varela promovió las investigaciones contra los colaboradores de su
predecesor, Ricardo Martinelli, por los abusos de corrupción y el asalto al
Tesoro Nacional. El mismo Martinelli es, actualmente, investigado por la Corte
Suprema de Justicia. Este detalle complica el escenario creado por los
escándalos surgidos dentro de la Corte por los magistrados que están
enfrascados en una lucha por el poder.
Todos los sectores
hacen propuestas sobre las reformas que necesita la Constitución. La mayoría hace
propuestas puntuales. Lo que hace falta es definir qué país queremos los panameños
para entonces discutir qué ordenamiento constitucional es el más adecuado para
alcanzar ese objetivo.
Panamá es un país muy
dividido y existen varios proyectos de país. Actualmente, el que tiene el poder
considera que Panamá es un país ‘pro mundo beneficio’. Consigna concebida por
los próceres, Bunau-Varilla y aprobada por Washington. Es la visión de los
rentistas y sus partidos políticos representados en la actual Asamblea
Nacional. El pueblo rechaza esta noción que ha predominado, con interrupciones,
por casi 200 años. Hay una mayoría que todavía no está lo suficientemente
organizada para imponer el proyecto de Nación, incluyente y democrático (que
ponga fin al régimen oligarca, sus políticas neoliberales y corrupción
rampante).
Las políticas
neoliberales impuestas en Panamá han debilitado a la clase obrera, a los
trabajadores y al pueblo, en general. En 1999, después de una lucha de décadas,
Panamá se encargó de la administración del Canal de Panamá. Los ingresos
anuales del Canal, que representan 2.5 mil millones de dólares, le ha dado a la
clase rentista (oligarquía) mucho poder para corromper el tejido social del
país. En vez de invertir en el sector
productivo para generar riqueza y una clase trabajadora próspera, los rentistas
invierten en actividades especulativas que sólo benefician a una pequeña elite
de empresarios, quienes junto con los rentistas, monopolizan el poder político.
El pueblo tiene que
seguir luchando por hacer realidad la ‘soberanía’ que expulsó a EEUU del país.
En esta etapa, la lucha del pueblo consiste en desplazar a los rentistas de sus
posiciones hegemónicas y recuperar la posición geográfica del país y el Canal
para ponerlo al servicio de un plan de desarrollo nacional.
En mi libro La
democracia en Panamá (1998) escrito cuando el país era ocupado militarmente por
EEUU, hablamos de una democracia ‘restringida’. En la actualidad, EEUU sigue
presente política y militarmente, con una oligarquía gobernante. Panamá tiene
una democracia ‘restringida y oligarca’.
La coyuntura ha hecho
que muchos sectores sociales exijan una Constituyente. No hay que olvidarse,
sin embargo, que el problema de fondo es la descomposición del actual sistema
político panameño. La podredumbre de la Corte Suprema de Justicia y la urgencia
de una Constituyente son productos de la descomposición del sistema político
actual.
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