En 2015, el ambientalismo
panameño pasó de ser local a ser glocal – esto es, a vincularse con la crisis
global en términos correspondientes a nuestras realidades locales. Esto se hizo
evidente, por ejemplo, en el contraste entre el entusiasmo del ambientalismo
liberal y el escepticismo del popular ante los resultados de la Conferencia de
París sobre cambio climático.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
El año 2015 tendrá una
importancia excepcional en la historia del ambiente y el ambientalismo en
Panamá. Para apreciar esa importancia, sin embargo, será necesario ver en ese
año la culminación de procesos que venían incubándose desde mucho antes,
expresada en tres hechos mayores. Uno fue la creación de un Ministerio del
Ambiente, en respuesta a una antigua demanda del conservacionismo liberal
criollo. Otro, la formación de lo que Joan Martínez – Alier llama un
“ecologismo de los pobres”, a través de la incorporación de demandas
ambientales en las luchas de los movimientos sociales. Y el tercero –
estrechamente asociado a los dos anteriores –, consistió en la ampliación de la
cultura y el pensamiento ambientales más allá de la disyuntiva entre la
conservación y el desarrollo, tan característica de nuestro pasado reciente.
El conservacionismo liberal,
estrechamente ligado al norteamericano, tiene una larga trayectoria en nuestro
país, asociada tanto a la presencia en Panamá del Instituto Smithsonian desde
la década de 1920 como a la experiencia formativa de nuestras elites en los
Estados Unidos y la influencia de grandes ONGs internacionales, como la Unión
Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Tiene el mérito indudable
de haber encabezado las denuncias contra la destrucción de los bosques en las
fronteras interiores de Panamá – eludiendo sin embargo sus raíces sociales y
económicas - y la demanda de crear una institucionalidad que responda por la
conservación de nuestros recursos naturales, en particular la extraordinaria
biodiversidad del Istmo.
El ambientalismo popular
tiene un origen más reciente. Quizás – como suele ocurrir – sus primeras
manifestaciones pasaron desapercibidas en el clima del conflicto entre
conservación y desarrollo, pero sin duda emergió con los preparativos que
abrieron camino al proyecto de ampliación del Canal, en 1999. De diciembre de
aquel año data, en efecto, la carta que el Obispo de Colón y Kuna Yala, Monseñor
Carlos María Ariz, le remitiera a doña Mireya Moscoso, entonces Presidenta de
la República, comunicándole que en opinión de campesinos y misioneros de la
Diócesis, la Ley 44 de 1999 - que creaba la Cuenca Hidrográfica del Canal
incluyendo en ella a los ríos Indio, Caño Sucio y Coclé del Norte -, sentaba
las bases para la expropiación de las tierras de los pobladores de sus cuencas,
al tiempo que la creación de nuevos embalses afectaría la tierra y su
biodiversidad, y destruiría los modos de vida y tradiciones de las personas del
área “en nombre del Canal”. Atendiendo a ello, el Obispo solicitaba a la
Presidenta garantizar la protección de los campesinos contra los riesgos de una
modernización inconsulta, y asegurar que el desarrollo futuro produjera “profunda
satisfacción y bienestar social permanente para todos”.
Nunca antes se había escrito
un documento así en la historia de cultura ambiental de Panamá. A partir de
aquí, resultó evidente que los problemas relativos a las relaciones de la
sociedad panameña con su entorno natural —y el manejo de la Cuenca del Canal en
primer término— no podrían seguir siendo encarados en una perspectiva puramente
técnico-ingenieril y financiera, sino que demandaban un abordaje capaz de
incorporar sus dimensiones social, política y ambiental. El país empezó a
descubrir, así, la socialidad de sus relaciones con el mundo natural, y el
alcance de ese descubrimiento – como el de las contradicciones que alberga - ha
sido cada vez mayor.
La resistencia campesina, en
efecto, creó una situación que obligó al Gobierno de Martín Torrijos a derogar
la ley 144 ocho años después, para proceder a las labores de ampliación del
Canal. Para ese momento, se habían multiplicado los focos de resistencia a la
expropiación de tierras y aguas en toda la región Sur Occidental del país, y
ocurría lo mismo en relación a los proyectos de minería a cielo abierto en
Colón y en Azuero. Ese proceso maduró con rapidez en la resistencia del pueblo
Gnöbe a la construcción de la hidroeléctrica de Barro Blanco y a la explotación
minera de Cerro Colorado, generando un conflicto socio ambiental de una
envergadura sin precedentes, como no los tenía tampoco la represión de que
fueron objeto quienes protestaban.
La resistencia del pueblo
Gnöbe contribuyó a crear una circunstancia moral y política que favoreció su
ampliación a otros sectores de la población. En 2015, esa ampliación se expresó
tanto en la lucha de la comunidad mestiza de Bugaba, Chiriquí, por su derecho
al acceso al agua –amenazada por la construcción de hidroeléctricas -, como por
la de pobladores del sector de Juan Díaz, en la Capital, en protesta contra la
destrucción de humedales y la construcción de rellenos que generan inundaciones
y ponen en riesgo sus vidas y bienes, por empresas inmobiliarias.
Hasta ahora, el desarrollo de
la institucionalidad ambiental promovida por el ambientalismo liberal no ha
logrado vincularse con las luchas socio ambientales populares: cabría decir,
incluso, que ese desarrollo ha generado en esta fase más desencanto que
entusiasmo. Más allá de eso, los hechos han desbordado la vieja cultura
ambiental liberal, cimentada en el predominio del Derecho Ambiental y la
Biología, abriendo espacios inéditos para otros campos del saber como la
ecología política y la economía ecológica, para los cuales aún no existe – sin
embargo – capacidad de respaldo intelectual local.
La necesidad, en todo caso,
creará los órganos necesarios para darle respuesta. En 2015, el ambientalismo
panameño pasó de ser local a ser glocal – esto es, a vincularse con la crisis
global en términos correspondientes a nuestras realidades locales. Esto se hizo
evidente, por ejemplo, en el contraste entre el entusiasmo del ambientalismo
liberal y el escepticismo del popular ante los resultados de la Conferencia de
París sobre cambio climático. Esa tención interna marcará, sin duda, el
desarrollo del ambientalismo panameño en el futuro cercano, cuando el proyecto
estatal de trasvasar agua del río Indio al lago Gatún nos traiga de regreso –
en un escalón superior del proceso – a la temprana advertencia del Obispo Ariz,
aún pendiente de verdadera atención por el Estado panameño.
2 comentarios:
En conclusión a este buen artículo no hay mas q datos históricos buenos pero sin identidad o postura a seguir x parte del ciudadano común. Lo q si esta claro es q construir un país sobre la destrucción de los recursos naturales y en contra de la opinión del pueblo ha de marcar otro camino. Aun no sé cuál pero el cambio climatico lo decidira ya q nosotros mismos no tenemos la fuerza para hacerlo.
En conclusión a este buen artículo no hay mas q datos históricos buenos pero sin identidad o postura a seguir x parte del ciudadano común. Lo q si esta claro es q construir un país sobre la destrucción de los recursos naturales y en contra de la opinión del pueblo ha de marcar otro camino. Aun no sé cuál pero el cambio climatico lo decidira ya q nosotros mismos no tenemos la fuerza para hacerlo.
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