Lo que puede parecer como un fin de ciclo, a su vez
constituye la posibilidad para dar comienzo a un nuevo ciclo, con sus retos y
oportunidades para aprender del pasado y repotenciar el futuro.
Carlos Rivera
Lugo / Para Con Nuestra América
Desde Puerto Rico
Hay quizá
una salida, pero esa salida debería ser una entrada. Hay quizá un reino
milenario, pero no es escapando de una carga enemiga que se toma por asalto una
fortaleza. … Puede ser que haya otro mundo dentro de éste, pero no lo
encontraremos recortando su silueta en el tumulto fabuloso de los días y las
vidas…
Julio Cortázar, Rayuela
A comienzos de cada
año, se nos antoja siempre intentar visualizar qué nos depara, qué podemos
esperar de él a partir del balance hecho de lo acontecido en el año que recién
concluyó. Se trata de un ciclo anual que
se repite, sin que estemos conscientes de su genealogía grecorromana y su
fundamentación en el ciclo solar y el cultivo de la tierra. De ahí que hubo un tiempo en que el año se
iniciaba con la primavera, aún en Oriente, hasta que por diversas
consideraciones se fue imponiendo desde Europa que el ciclo arrancara con el
mes de enero. Fue bautizado así en honor a Jano, el dios de las dos caras, las
del pasado y el futuro. La deidad romana es el de las puertas, las entradas y
las salidas, así como el de la dialéctica de los comienzos y los finales.
El 1 de enero se conmemora en Nuestra América dos grandes
acontecimientos históricos que abrieron la puerta a una nueva posibilidad para
construir una nueva sociedad y un nuevo mundo sin la explotación y opresión de
unos seres humanos sobre otros. Me
refiero a Cuba, cuya revolución socialista cumplió el primero de enero 57 años
de existencia. También hablo de la conmemoración ese mismo día de veintidós
años desde
la insurgencia zapatista en México y la construcción de ese poder y forma de
vida muy otra, desde las comunidades chiapanecas. Permanentemente en armas, listos para
defender lo alcanzado y seguir avanzando, ambos son, a su modo, dos territorios
libres de Nuestra América.
Ahora bien, además de
festejar estos logros históricos, Nuestra América confronta en este nuevo año
la necesidad de repensar críticamente experiencias más recientes como las de
Venezuela, Ecuador y Bolivia, así como las que en México, desde sus entrañas sociales
y comunales, se protagonizan no sólo en Chiapas sino que a través de todo su
mapa nacional. Está también Nicaragua y El Salvador, así como Brasil y Uruguay,
sin dejar a Argentina. Sin embargo, no podemos caer en el error de
reducir cada uno de esos procesos y su potencia revolucionaria a lo coyuntural.
Tenemos que esforzarnos por elevar nuestras miradas analíticas más allá, a su
contexto granestratégico, pues no se trata de procesos aislados y reducidos a
sus propias fuerzas e impulsos, sino que son parte de un todo globalmente
determinado, en última instancia.
El motor de la vida es la contradicción
El mundo es todo lo que
acontece, desde los hechos y eventos que irrumpen con aparente aleatoriedad
hasta los que silenciosamente anidan en éste como una nueva posibilidad
histórica que necesita ser potenciada. Se trata de captar el orden vigente
desde sus contradicciones. Decía Eduardo Galeano que el motor del mundo y de la
vida es la contradicción.
Por eso afirmar, como
hacen algunos, que nada será igual en la América Latina como resultado de lo
acontecido en el 2015, es una verdad a medias.
La realidad siempre está en constante movimiento producto de las
contradicciones que encierra. Es un
cántaro de relaciones y tensiones bajo el cual todo fluye y nada permanece
igual.
Es por ello que no
basta con hablar de los avances más recientes de las fuerzas neoliberales en,
por ejemplo, Argentina y Venezuela, sino que más allá hay que aquilatar las
grietas sistémicas desde las cuales han surgido, en el presente siglo, nuevas
contestaciones antisistémicas de no poca monta ante las pretensiones de someter
la vida toda, nuestras vidas todas, a la lógica totalitaria del actual modo
neoliberal de acumulación de riqueza mediante la desposesión y pauperización de
la inmensa mayoría de la humanidad.
De ahí que los afanes
autoritarios de un Mauricio Macri, el nuevo mandatario argentino, por
reimplantar por decreto un orden sumiso al capital internacional,
particularmente estadounidense, ha potenciado nuevas contestaciones populares,
conscientes de que tanto la política así como la legalidad es, en última
instancia, producto del balance real de fuerzas y de poder. De paso, el nuevo
gobierno, compuesto mayormente por representantes del capital internacional, ha
evidenciado una vez más lo poco o nada que le vale la democracia a la burguesía
cuando se trata de reinstaurar su poder cuasi-absoluto de clase.
Comuna o nada
En
Venezuela, el golpe de timón al proceso bolivariano que en el 2012 quiso
asestar Hugo Chávez, poco antes de morir, a favor de la construcción urgente de
un poder comunal como única vía de desarrollo de una verdadera y exitosa
revolución, parece que por fin se ha retomado, con el ímpetu y el contenido
debido, por sus herederos políticos luego del triunfo de la derecha en las
recientes elecciones legislativas y su amenaza de desacatar la autoridad y las
decisiones del gobierno del presidente Nicolás Maduro hasta derrocarlo.
Chávez
estuvo siempre consciente de las limitaciones del Estado heredado, sobre todo
por su burocratización, sectarismo y corrupción. De ahí la creación de las
“misiones”, como el primer paso hacia la socialización efectiva del poder
político. El desarrollo de un nuevo poder comunal constituyó el próximo paso,
fiel a su creencia en un socialismo del siglo XXI. Conforme a ello, decía que se necesita
desarrollar “una red que vaya como una gigantesca telaraña cubriendo el
territorio de lo nuevo” y contestando la dominación del capital en todos los
ámbitos de la vida social. Si ello no se hace, advirtió Chávez, “la revolución
bolivariana estaría condenado al fracaso”.
Por ello le reprochó a sus más cercanos colaboradores haberse dedicado,
por ejemplo, a construir y entregar viviendas pero no a la constitución de ese
poder comunal. “Comuna o nada”,
sentenció. Y añadió: “Cuidado, si no nos
damos cuenta de esto, estamos liquidados y no sólo estamos liquidados,
seríamos nosotros los liquidadores de este proyecto. Nos cabe una gran
responsabilidad ante la historia”.
A
veces se nos olvida que los procesos revolucionarios están permanentemente
permeados de contradicciones. Por ello no asumen formas fijas, ni
permanentemente ascendentes. Irrumpen,
para luego tomar cierta consistencia en su cometido por desarrollar una nueva
ordenación política, económica y social. Sin embargo, en el proceso de avanzar,
enfrentan retos que deben ser encarados adecuadamente. De lo contrario advienen
reflujos y retrocesos. La historicidad
concreta, con sus correspondientes tensiones, que enfrentan los procesos
revolucionarios es lo que hace que sean fenómenos abiertos y no cerrados, cuyas
determinaciones y limitaciones internas y externas son un desafío permanente a
su reproducción ampliada y a su supervivencia en el tiempo.
¿Comienzo de un nuevo ciclo?
Hay
quienes se preguntan si lo ocurrido recientemente en Venezuela, así como en
Argentina e, incluso, Brasil, con el escasamente disimulado golpe que anida
tras los intentos por residenciar a la presidenta Dilma Roussef, no será señal
de un fin de ese ciclo inaugurado por Chávez, junto a Lula en Brasil y Kirchner
en Argentina; o el agotamiento de un modelo de cambio y desarrollo que se
redujo a cambios parciales, aunque importantes, de lo existente, sobre todo del
orden neoliberal heredado, sin producir una ruptura sistémica con el
capitalismo y el lugar que le fuera asignado por éste dentro de la economía
mundial como productor y exportador de materias primas.
Decía Marx con razón que si lo que se propone es la
superación de la dominación del capital, no se trata entonces meramente de
adoptar formas de propiedad más racionales e incluyentes, más allá de la
privada. Ello se debe a que en el corazón de la institución de la propiedad
privada burguesa yacen leyes económicas que sólo responden, en última
instancia, a la fría necesidad del capital según se manifiesta a través de los
mercados globales y sus intercambios. De ahí la inescapable necesidad de que se
confronte como tal o se paguen las consecuencias fatales de su minusvaloración,
al no cortársele al capital su capacidad de reproducción.
Ahora bien, siguiendo la dialéctica de Jano, lo que
puede parecer como un fin de ciclo, a su vez constituye la posibilidad para dar
comienzo a un nuevo ciclo, con sus retos y oportunidades para aprender del
pasado y repotenciar el futuro.
La
maldita dialéctica de la dependencia
Si
hay algo que debemos finalmente entender de las actuales turbulencias
económicas que afligen a la América nuestra y que, entre otras cosas, han
limitado las posibilidades para profundizar algunas de los importantes cambios
que se han protagonizado bajo gobiernos progresistas como los de Venezuela,
Ecuador y Bolivia, es que hay que profundizar la superación de la dialéctica de
la dependencia que ha caracterizado su lugar subordinado en la economía-mundo
capitalista. Las posibilidades
revolucionarias de estos procesos se van a determinar, en última instancia, por
la economía política, es decir, las relaciones y luchas entre clases en el seno
de un régimen históricamente concreto de producción e intercambio social, así
como el balance real de fuerza entre éstas.
La reducción actual en las tasas de crecimiento, en
comparación con las de hace cinco años, son el resultado de una inserción
maldita como productores de materias primas en una economía-mundo sujeta a los
vaivenes de la especulación capitalista que ha deprimido significativamente sus
precios en estos momentos. A eso hay que añadir la reducción del consumo en las
economías centrales del capitalismo global (Estados Unidos, Unión Europea y
Japón), producto de la pérdida de poder adquisitivo de la inmensa mayoría de
sus ciudadanos a partir de la profundización de las políticas neoliberales que
sólo benefician a unos pocos. Ello ha
tenido un efecto depresivo sobre el comercio internacional, incluyendo la
demanda por materias primas.
En el caso de
Venezuela, la situación se agrava por la guerra encubierta que libra Washington
contra dicho país, buscando hacer chillar a su economía, con la consiguiente
inflación y desabastecimiento que diluye, en muchos sentidos, los avances
habidos en la redistribución de las riquezas hacia abajo. Ello auxiliado por una masiva fuga de
capitales, sin hablar de algunas políticas económicas desacertadas por parte del
gobierno.
También el capitalismo enfrenta un fin de ciclo
El mundo capitalista en
general se enfrenta así a un periodo de escaso o ningún crecimiento económico,
a merced de una cada vez mayor concentración de las riquezas en sectores cada
vez más minúsculos. De ahí que se puede vislumbrar que los aleteos neoliberales
de Macri en Argentina o de Peña Nieto en México, se estrellarán contra los
límites estructurales de la economía-mundo capitalista en estos tiempos. Que al igual que Peña Nieto, a Macri sólo le
cabrá acentuar la concentración desigual de riqueza y, de paso, criminalizar
las protestas de todos aquellos que se le opongan a sus designios.
De paso se vuelve a
corroborar lo que una y otra vez advirtió Marx: el sistema capitalista es un régimen marcado por la lucha entre clases
antagónicas y no un orden conciliador de intereses. Su fin no es la
satisfacción de las necesidades de los ciudadanos. Bajo éste, la acumulación de
capital tiende a ser proporcional a la acumulación de miseria y desigualdad.
Por ello, el capitalismo es incapaz de garantizar un desarrollo
equilibrado y prolongado, lo que le tiene dando tumbos de crisis en
crisis. En ese sentido, la crisis le es inherente pues está
fundamentada en una contradicción que le resulta irresoluble dentro del mismo
sistema.
La llamada
globalización actual es un intento de retornar
a las lógicas de acumulación e internacionalización de fines del Siglo XIX y
principios del siglo XX, su belle
époque, interrumpidas por el radical declive que sufrió a partir de la Gran
Depresión, la crisis del liberalismo, el impacto mundial de la revolución rusa
y los procesos de liberación nacional, además de dos conflagraciones mundiales.
Lo que le distingue en gran medida de ciclos anteriores de internacionalización
es que la globalización actual del capital,
mediante su efectiva represión de la contradicción social entre capital y
trabajo, ha aumentado la polarización, los antagonismos y la desigualdad a
través de la totalidad del planeta, con su secuela impresionante de víctimas.
Ahora bien, ¿estaremos
ante una mera crisis cíclica del capitalismo o acaso estamos inmersos en una
crisis terminal, en términos de sus tendencias más profundas y de más largo
plazo, ante el progresivo agotamiento de las posibilidades de seguir
reordenando el mundo de espalda a las necesidades y expectativas de sus grandes
mayorías? Y es que, en términos
estratégicos, el capital también parecería estar enfrentando su propio fin de
ciclo.
Las asimetrías
impuestas por la fase de expansión neoliberal, particularmente por el capital
financiero, ha provocado una serie de turbulencias, sobre todo producto de la
redistribución desigual de la riqueza.
Ello potencia, por necesidad, un nuevo periodo histórico que está
caracterizado por una batalla entre aquellos que buscan seguir apuntalando al
actual régimen de acumulación por desposesión, encabezados por EEUU, y aquellos
otros que despliegan una serie de iniciativas contrahegemónicas de largo
alcance que persiguen la reestructuración
del régimen de acumulación prevaleciente hacia uno nuevo, multipolar y
equitativo. Entre éstos últimos están,
por ejemplo, los países miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América (ALBA), particularmente Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua.
El Imperio contraataca
Incluso, si bien existe en la actualidad una creciente
pérdida de confianza en el liderato de Washington sobre esa economía-mundo
capitalista, sobre todo desde la crisis financiera del 2008 y la debacle
geoestratégica que ha provocado en el Medio Oriente, ello no quiere decir que no siga
empeñado en seguir imponiendo, a las malas lo que tal vez se le dificulta cada
vez más imponer a las buenas. De paso,
no hay que olvidar que en un tiempo de estados endeudados hasta más no poder,
Estados Unidos ha advenido en la mayor nación deudora de la historia
mundial. También tal vez constituya uno
de los países con una mayor disfuncionalidad en su capacidad para consensuar
decisiones y políticas, entre sus elites económicas gobernantes, profundamente
divididas y polarizadas, para una más efectiva gobernanza sobre la
economía-mundo capitalista.
Esta pérdida de
credibilidad por Washington ha propiciado en la actualidad una geopolítica
mundial en la que prevalece una situación de caos e incertidumbre,
caracterizada por la conversión del mundo actual en un orden de batalla con sus
guerras abiertas y sus golpes suaves contra sus enemigos. En el caso de América
Latina, Washington pretende recuperar la iniciativa perdida bajo el gobierno de
George W. Bush.
Bajo la administración
de Barack Obama, se niega, con excepción en cierta medida de Cuba, a un nuevo
acomodo ante la ofensiva contrahegemónica protagonizada principalmente por
Chávez, Kirchner y Lula, junto a Rafael Correa y Evo Morales, la cual puso fin,
por ejemplo, en el 2005 al proyecto imperial del ALCA (Acuerdo de Libre
Comercio de las Américas). De ahí su
apuesta a favor de la Alianza del Pacífico, conformada por México, Colombia,
Perú y Chile, además de Panamá y Costa Rica como miembros observadores. Se plantea como arreglo alternativo al ALBA y
al Mercosur ampliado, con Venezuela y Bolivia, intentando descarrilar así el
proceso solidario de integración latinoamericana promocionado militantemente
por Chávez, el cual culminó en el 2010 con el establecimiento de la Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), institución independiente del
clásico panamericanismo neocolonial representado por la Organización de Estados
Americanos (OEA), con sede en Washington.
El desafío es ser anticapitalista
Ante lo anterior, se
presenta la necesidad de articular con urgencia una economía política que
potencie un nuevo ciclo que se proponga ya la ruptura sistémica con el
capitalismo. “La izquierda olvidó ser
anticapitalista”, se quejó recientemente el pensador británico marxista David
Harvey. Advierte que si bien hay que reconocer que ha habido una importante
redistribución de ingresos y una significativa incorporación de nuevos sujetos
políticos bajo los procesos de cambio de los últimos tiempos en la América
nuestra, no se ha intervenido con “la base estructural subyacente de la
vida”.
Éste es el desafío
mayor con el que nos vamos adentrando en el nuevo año. En torno a ello nos
jugamos el futuro de la revolución en Nuestra América.
Esta es una versión editada del artículo publicado
en San Juan de Puerto Rico bajo el mismo título, en dos partes, en el semanario
Claridad, los días 7 y 13 de enero de 2016, respectivamente.
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