Argüir que Argentina
vuelve al mundo –al menos, la Argentina que representa Macri-, y que es la
derecha la responsable de ese retorno, supone una actualización de aquel viejo
antagonismo entre civilización y barbarie que está en la génesis de la construcción
de las identidades nacionales latinoamericanas.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
En Davos, el presidente Macri se reunió con el vicepresidente de los EE.UU, Joseph Biden. |
"Estas son las
postales de un viaje en el que volvimos al mundo", proclamó eufórico el
presidente argentino Mauricio Macri, al publicar una serie de fotografías en su
cuenta de una red social, con las que pretendió
rendir testimonio de su participación en el Foro Económico de Mundial en
Davos, Suiza. Menos de 24 horas después de este singular anuncio, el
mandatario, aduciendo razones de salud –una costilla fisurada- que más parecen
encubrir un acto de soberbia, la debilidad de su política exterior y sus
poderosos prejuicios ideológicos, declinó la participación en la Cumbre de la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) que se realizó esta
semana en Quito. Algunos periodistas argentinos dicen que a Macri, empresario
del fútbol vinculado durante muchos años al club Boca Juniors, no le agrada
jugar de visitante y con el público en su contra; o que, en definitiva,
sostienen, a la costilla no le gusta
viajar por la región.
Más allá de la ironía,
lo cierto es que la pretenciosa afirmación de Macri, portaestandarte de las
restauración conservadora en el continente, no solo expresa una suerte de
reconciliación de la derecha argentina y latinoamericana con sus aspiraciones primermundistas –que persigue a costa
del entreguismo y la renuncia a la praxis política soberana- y su histórica
tendencia a la genuflexión antes las potencias; también evidencia una opción,
una suerte de declaración de principios: el eje Noratlántico antes que nuestra
América. Las relaciones carnales en
política exterior antes que la multipolaridad. El capital antes que cualquier
otra cosa.
Davos es el máximo
concilio del pensamiento y las políticas económicas dominantes, donde
corporaciones, empresarios, socios estratégicos y unos cuántos líderes
políticos definen agendas de alcance global. La CELAC, por su parte, representa
un hito en materia de integración regional y del antiimperialismo político, con
raíces profundas que entrelanzan los ideales y luchas independentistas del
siglo XIX, las revolucionarias del siglo
XX y las posneoliberales del siglo XXI. En ese contexto, argüir que Argentina
vuelve al mundo –al menos, la Argentina que representa Macri-, y que es la
derecha la responsable de ese retorno, supone una actualización de aquel viejo
antagonismo entre civilización y barbarie
que está en la génesis de la construcción de las identidades nacionales
latinoamericanas: si allá, en el
mundo industrializado, en el viejo continente, entre los líderes serios y los
capitalistas más influyentes, está la civilización;
entonces, acá, en medio de los
empeños y búsquedas nuestroamericanas de los últimos 15 años, en el
kirchnerismo, entre los Chávez, Lula, Evo o Correa, entre los pueblos de
nuestras tierras, solo puede encontrarse la barbarie,
la no presencia en el mundo, el no ser.
Esta es la antinomia
sobre la cual los restauradores de turno pretenden construir su narrativa de la
reconquista: una cruzada contra los bárbaros, en la que incluso la democracia
liberal y representativa, que tanto dicen defender, puede ser sacrificada en la
horca de los decretos de urgencia, del golpismo y de las relaciones carnales
con el imperialismo. Pero ya hace 125
años un esclarecido patriota de Cuba y hombre de todos los tiempos, José Martí,
nos enseñó la falsedad de ese dilema, instrumento ideológico de dominación y de
brutales campañas de exterminio. En su ensayo Nuestra América nos dijo: “No hay batalla entre la civilización y
la barbarie –dijo el Apóstol cubano- sino entre la falsa erudición y la
naturaleza”. Y agregó: “Con los oprimidos había que hacer causa común, para
afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los
opresores”. He aquí, en esas breves líneas, un desafío y un plan de acción que
mantiene su vigencia. Que el odio y la persistente falsedad de la derecha,
coyunturalmente a la ofensiva en varios de nuestros países, no se imponga
también en la batalla de las ideas.
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